(Domingo
XXXII - TO - Ciclo C - 2022)
“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”
(Lc 10, 20-27). La afirmación de Jesús se da en el contexto de la
pregunta de los saduceos, que niegan la resurrección de los muertos, acerca de
un hipotético caso en el que una mujer se casa con siete hermanos y los siete
mueren; la pregunta de los saduceos es de quién será esposa la mujer, si ha
estado casada con los siete y esto es solo para tender una trampa a Jesús y así
poder seguir negando la resurrección de los muertos.
El tema del Evangelio nos lleva a considerar no solo la resurrección,
sino lo que la fe católica denomina “postrimerías”, es decir, muerte, juicio
particular, purgatorio, cielo e infierno. Este tema es de particular importancia,
dada la enorme cantidad de errores y de herejías que se han introducido dentro
del seno mismo de la Iglesia Católica en relación a lo que sucede en la muerte
y luego de ella. Uno de los errores más frecuentes es el de considerar que todo
el que fallece, va directamente al Cielo y así es frecuente escuchar decir que
fulano o fulana “han partido a la Casa del Padre”, como si el hecho de morir
los condujera directamente al Reino de los cielos, lo cual es falso y temerario
de afirmar; este error está reforzado por la introducción, dentro de los
católicos, de una terminología confusa, que contribuye a difundir el error: en
efecto, ahora, en vez de decir que fulano o fulana “ha fallecido”, se dice
erróneamente: “ha cumplido su Pascua”, dando a entender falsamente que, al igual
que la Pascua de Jesús, que lo condujo a la resurrección, así también cualquier
fiel que muera, en el estado en el que se encuentre su alma, también “cumplirá
su Pascua”, es decir, resucitará y resucitará para el Reino Dios, porque aquí
también hay que señalar otro error y es el de creer que sí, hay resurrección,
pero que todos vamos al Cielo, sin importar la vida de pecado o de gracia que
hayamos llevado aquí, porque el Infierno no existe o si existe, está vacío, de
modo que nadie va al Infierno porque “Dios es tan misericordioso, que no
condena ni castiga a nadie”. Todos estos son errores gravísimos en la fe
católica, que afectan directamente nuestro día a día, porque si esto fuera
verdad, que todos nos salvamos, que no hay Infierno, que Dios no castiga el
pecado, la injusticia y la impenitencia, entonces todos podemos hacer aquí en
esta vida terrena literalmente todo el mal que deseemos hacer -mentiras,
violencias, adulterios, robos, homicidios, estafas, engaños, etc.-, sin que nos
importe demasiado, porque Dios no nos va a pedir cuentas, no nos va a castigar,
y todos nos vamos a salvar. Esto es un gravísimo error, una enorme herejía y
una falsificación completa de la Santa Fe Católica acerca de las postrimerías.
¿Qué es lo que nos enseña la Iglesia Católica en relación a
las postrimerías? Nos enseña que, inmediatamente después de la muerte -de la
separación del alma y del cuerpo-, mientras el cuerpo es dejado aquí para ser
velado y sepultado, el alma es llevada de inmediato ante la Presencia de Dios,
para recibir el Juico Particular, en el que se decide el destino eterno del
alma, según sean sus obras libremente realizadas: el Cielo, si sus obras fueron
buenas y el alma murió en gracia, o el Infierno, si sus obras fueron malas y la
persona murió impenitente, en pecado mortal, sin arrepentirse de sus pecados. El
Purgatorio está reservado para quien murió en gracia, pero con pecados
veniales, de manera que necesita ser purificado por el fuego antes de poder
ingresar en el Reino de los cielos.
“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. Los católicos
no solo creemos en la resurrección de los cuerpos, sino que creemos también que
esa resurrección puede ser para la salvación eterna o para la condenación
eterna en el Infierno. Por supuesto que deseamos salvar nuestras almas, para
ello, debemos hacer lo que Jesús nos dice: abrazar la Cruz de cada día,
seguirlo a Él por el Camino del Calvario, vivir en gracia, frecuentar los
Sacramentos, sobre todo Confesión y Eucaristía y obrar la misericordia según
nos enseña la Iglesia. De esa manera, acompañados por nuestra Abogada
celestial, nuestra Madre del Cielo, la Virgen, estaremos seguros de atravesar
el Juicio Particular, para luego ingresar, con el cuerpo y el alma
glorificados, al Reino de Dios, en donde adoraremos, en la alegría sin fin, al
Cordero de Dios, por toda la eternidad.
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