(Ciclo A - 2022 – 2023)
“Levántate y resplandece,
Sión, porque la gloria del Señor resplandece sobre ti” (Is 60, 1). La visión
del profeta Isaías, en la que contempla la luminosa gloria del Dios Único y
Viviente, sobre Sión, se aplica, en términos sobrenaturales, a la Nueva Sión,
la Iglesia Católica y de modo específico, para el momento en el que se produce
el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. La razón del porqué se aplica a la Iglesia
Católica esta profecía, es que está dirigida a Ella, la Esposa de Cristo, la
Iglesia Católica, es la verdadera y definitiva Sión, la Morada Santa del Redentor
y Salvador de los hombres.
Las palabras del profeta
Isaías describen un contraste entre luz y oscuridad: por un lado, hacen
referencia a la tenebrosa y siniestra realidad en la que la humanidad está
envuelta desde el pecado original: “Las tinieblas cubren la
tierra y una densa oscuridad se cierne sobre los pueblos” (60, 2). Se trata de una siniestra y tenebrosa
realidad, porque las tinieblas que “cubren la tierra” y la “densa oscuridad que
se cierne sobre los pueblos”, no son la descripción de un fenómeno
meteorológico o cósmico, sino algo inmensamente más grave y peligroso para la
salvación eterna de los hombres: esas tinieblas y esa oscuridad son tinieblas
vivientes, son los demonios, los ángeles caídos, que salidos del Infierno, se
han esparcido sobre la tierra para acechar a los hombres, para tenderles
trampas, para hacerlos caer en la superstición, en el error, en el engaño, en
la idolatría, en la magia, en el oscurantismo, en la brujería, en el satanismo,
y así condenar sus almas por la eternidad.
Por otro lado, las palabras del profeta Isaías describen
la Obra de Dios ante esta situación de sombría tristeza en la que está envuelta
la humanidad: Dios Uno y Trino, que ama al hombre de modo incomprensible,
inagotable, inabarcable, movido por su infinito Amor, no puede permitir que su
creatura se condene en las tinieblas eternas y es por eso que el Padre envía al
Hijo, por obra del Espíritu Santo, para que se encarne en el seno virginal de
la Virgen y Madre de Dios, para que ofrende su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su
Divinidad, como holocausto infinitamente santo, que además de salvar a los
hombres, glorificará infinita y eternamente a la Trinidad.
A esta realidad, que es la historia de la salvación, es a
la que hacen referencia las palabras del profeta Isaías: sobre Sión resplandece
la gloria de la Trinidad y sobre la humanidad envuelta en tinieblas, aparece
desde lo alto la Luz Eterna del Verbo Encarnado. ¿Por qué el profeta Isaías
habla en términos de luz y oscuridad? Porque la oscuridad es lo propio del
Ángel caído y es él, con sus ángeles apóstatas, quienes cubren la tierra y las
almas de los hombres, sumergiéndolos en las tinieblas vivientes. La oscuridad
del Ángel caído, que es odio preternatural a Dios Trino y a su creatura, el
hombre, envuelve a la tierra y al ser de orden angelical, espiritual, no puede
ser disipada por ninguna luz creada, solo puede ser disipada, vencida para
siempre, por la Luz Eterna, la Luz que brota del Ser divino trinitario. Y es
esto último lo que explica la referencia a la luz: la naturaleza divina trinitaria
es luminosa, porque es la Gloria Increada en Sí misma y como la gloria es luz,
el Verbo que se encarna y nace milagrosamente de la Madre de Dios es Luz, Luz
Eterna, que vence para siempre a las tinieblas vivientes, Satanás y los ángeles
apóstatas. Pero hay otro aspecto a considerar en las palabras del profeta
Isaías y es la alegría: el profeta le dice a Sión -a la Iglesia Católica- que
se “alegre”: “Verás esto (la Luz Eterna, el Niño Dios) y te pondrás
radiante de alegría, vibrará tu corazón y se henchirá de gozo” y esto porque así como la luz trinitaria es inseparable
de la naturaleza divina trinitaria, también lo es la alegría, porque “Dios
(Trino) es Alegría infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes. El Nacimiento
del Niño representa, por lo tanto, no solo el fin de las tinieblas vivientes,
sino el inicio de una nueva vida, la vida de la gracia, por la cual el hombre
participa de la luz y de la alegría de la Trinidad. Esta es la razón de la
alegría y del festejo espiritual, interior, íntimo, de la Esposa del Cordero,
la Nueva Sión, la Santa Iglesia Católica.
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