(Domingo XXIX - TO - Ciclo B -
2024)
“¿Sois capaces de beber el cáliz que Yo
he de beber?” (Mc 10, 35-45). La madre
de los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, pide para Jesús “sentarse a la
derecha y a la izquierda” de Jesús en el cielo y esto es lo que motiva la
pregunta de Jesús: “¿Sois capaces de beber el cáliz que Yo he de beber?”. La razón
es que Santiago y Juan no están pidiendo cargos terrenos; no están pidiendo
cargos mundanos; no están pidiendo poder político; a diferencia de episodios
anteriores, en los que los discípulos sí discutían por banalidades y por
disputas terrenas, Santiago y Juan, iluminados por el Espíritu Santo, saben
bien qué es lo que quieren: quieren sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús
en el Reino de Dios, pero saben que antes de eso, deben participar de la
amargura de amargura de la Pasión y esto porque ven con claridad sobrenatural
que Jesús no es un líder político, un simple líder terreno, sino el Mesías de
Dios, el Hijo de encarnado, que por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección,
ha de salvar a la humanidad de la eterna perdición por medio de la Cruz y ellos
quieren participar de su misterio pascual, de su Cruz.
Precisamente, para trazar una clara
diferencia entre el modo de obrar de los líderes humanos y del Mesías, Jesús
les recuerda cómo es que obran los hombres cuando suben al poder, movidos por
ideologías anticristianas y antihumanas -en nuestros días, el comunismo, la
masonería, el sionismo, el ateísmo, el socialismo-: “Los jefes de los pueblos
los tiranizan y los oprimen” y esto es verdad, porque las ideologías anticristianas,
ateas y materialistas solo buscan el poder y el dinero, despreciando radicalmente
el valor de la vida humana, tal como queda expresado en la frase del genocida
comunista Stalin: “Es lo mismo asesinar a una persona que a un millón”. El Mesías
se ubica en las antípodas de los líderes terrenos: mientras estos buscan
mostrar poderío político, militar, financiero, social, y para eso dominan a las
masas tiránicamente, Jesús muestra su omnipotencia divina en la Cruz, porque es
ahí, en donde en apariencia se muestra en el máximo estado de debilidad, en
donde vence a los más grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, el Pecado y
la Muerte. Es en la Cruz en donde Jesús, que aparece vencido a los ojos
humanos, triunfa, de una vez y para siempre, sobre los poderosos enemigos del
hombre. Al ser elevado en la Cruz, Jesús atrae a todos hacia Él: “Cuando sea
levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí”, pero lo hará no con ejércitos y
cadenas, como lo hacen los líderes de la tierra, no con la violencia y la
tiranía, como lo hacen los hombres, sino con la fuerza del Amor de su Sagrado
Corazón. Si los hombres buscan el poder para dominar con tiranía a sus
semejantes, Jesús por el contrario ejerce el poder, sí, pero el poder del Amor
de su Sagrado Corazón traspasado, el Espíritu Santo. Es esto lo que han entendido
Santiago y Juan y es la razón por la cual quieren beber la amargura del Cáliz
de la Pasión, una gracia que Jesús les ha concedido: “Ustedes han de beber el
cáliz que Yo he de beber”. De esta manera Santiago y Juan demuestran que han
entendido que Jesús es Dios y que su omnipotencia es la omnipotencia de un Dios
que es Amor y Justicia infinitos.
Por otra parte, los que siguen sin comprender
nada sobre el misterio pascual de muerte y resurrección de Jesús son el resto
de los Apóstoles y esto lo demuestran porque al enojarse con Santiago y Juan lo
hacen porque creen que Santiago y Juan están pidiendo puestos de poder terreno
y porque siguen viendo a Jesús como a un líder al estilo de los líderes humanos;
el resto de los Apóstoles todavía siguen sin entender que deben buscar salvar
el alma propia y la de los prójimos por medio de la Cruz de Jesús, pero no,
ellos siguen buscando las miserias del poder económico, militar, político,
social, propios de la sociedad humana, poder que cuando no está subordinado a
Dios, se ejerce de forma tiránica para dominar sobre el resto de los hombres. El
resto de los Apóstoles todavía no ha llegado a comprender que Jesús, al ser
Dios encarnado, no gobierna con injusticia y tiranía como lo hacen los hombres,
sino con el Amor de su Sagrado Corazón. Solo ven el poder terreno y solo
quieren el poder y la vanagloria que el poder consigue y quieren estar con
Jesús solo por eso, no les interesan ni la Cruz, ni el Cielo, ni la salvación
eterna de las almas. Es por esto que Jesús debe marcar la diferencia entre Él y
el resto de los líderes humanos: siendo Dios, Él gobierna con la fuerza de su
Amor, pero no desde un costoso sillón de emperador, sino crucificado con
gruesos clavos de hierros a la Cruz de madera y si alguien quiere reinar con
Él, debe hacerlo como Él, unido a Él y junto a Él, desde el leño de la Cruz,
desde el Monte Calvario.
En la Iglesia, muchos se encuentran
como los Apóstoles antes de su conversión: no les interesa la Cruz ni el Cielo
ni la salvación eterna, sino el prestigio, el poder e incluso el dinero. Otros,
muy pocos, son los que entienden lo que entendieron Santiago y Juan: que la
Iglesia es Arca de Salvación y que fuera de la Iglesia no hay salvación y que
solo con Cristo crucificado se encuentra la salvación y que solo bebiendo del
amargo Cáliz de la Pasión en esta vida terrena se llega a la dulzura del Reino
de los cielos en la vida eterna. Cada uno de nosotros puede libremente elegir
de qué lado quiere estar: si del lado mundano de una iglesia mundana, que ejerce
un poder tiránico, que no busca la salvación de las almas sino solo el poder y
el dinero y que no busca hacer la voluntad de Dios, o del lado de Jesús y su
Cruz, en la cima del Monte Calvario, preludio del Reino de los cielos. Si somos
hijos de la Virgen, estaremos donde está la Virgen: al pie de la Cruz, en la
cima del Monte Calvario, bebiendo del amargo Cáliz de la Pasión, única forma de
beber luego del dulce néctar de la Sangre del Cordero en el Reino de Dios.
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