(Domingo VI - TP - Ciclo C - 2025)
“El
Espíritu Santo os enseñará todo y os recordará todo” (Jn 14, 23-29). Jesús revela a sus discípulos, poco antes de sufrir
su Pasión y muerte en cruz, que Él, junto al Padre, enviarán a la Tercera
Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, sobre la Iglesia -este evento
pneumático y santificador recibirá el nombre de “Pentecostés”- pero además Jesús
revela cuáles serán las obra o funciones que llevará a cabo el Espíritu Santo. Estas
obras o funciones del Espíritu Santo serán esencialmente de dos tipos, mnemónicas
-de recuerdo, de memoria- y de inteligibilidad -es decir, conocimiento-; es
decir, las funciones del Espíritu Santo serán de recuerdo de lo dicho por Jesús
y de enseñanza de los misterios de la vida de Cristo. La doble función del
Espíritu Santo, ejercida sobre el Cuerpo Místico de Jesús, es decir, los bautizados
en la Igesia Cató.ica, es esencial para que el cristiano pueda no solo ser
llamado “cristiano”, sino ante todo que viva como cristiano. Hasta tanto el
Espíritu Santo no ejerza esta doble función, mnemotécnica y de inteligibilidad
de los misterios, es decir, de recuerdo y de enseñanza de los misterios
sobrenaturales absolutos de la religión católica, esta se convierte en una
religión más entre tantas, una religión sin misterios sobrenaturales, que racionaliza
todo y que todo lo explica con la sola razón y que aquello que no puede
explicar, como los milagros o como la Encarnación del Verbo o la
Transubstanciación, lo deja simplemente de lado, como sucede con la falsificada
religión inventada por Lutero, el Protestantismo. En otras palabras, si no
actúa el Espíritu Santo en las almas y corazones de los bautizados, la religión
católica se reduce a una religión naturalista, perdiendo su característica
esencial, la de ser una religión de misterios y de misterios sobrenaturales
absolutos; sin la función del Espíritu Santo, la religión católica se rebaja a
la mera capacidad de la razón humana, la cual no puede trascender más allá del
horizonte racional y así, sin la ayuda de la gracia que concede el Espíritu
Santo, le es imposible -como le es también imposible al intelecto angélico- ni
descubrir los misterios del cristianismo, ni alcanzarlos, ni comprenderlos, ni
aceptarlos. Y cuando esto sucede, la fe se reduce al sentimiento -Dios es lo
que siento, o mejor, para creer en Dios debo “sentir” la experiencia de Dios-;
la liturgia se reduce a entretenimiento -por eso los sacrilegios innumerables cometidos
en la Santa Misa, como el asistir disfrazados de payasos, o peor aún, con
disfraces de la fiesta satánica de Halloween-; la oración se convierte en
auto-descubrimiento de sí mismo y no lo que es, relación de diálogo y amor con
las Tres Divinas Personas.
Debemos preguntarnos, entonces, de
manera concreta, en qué consiste la doble función del Espíritu Santo, de
enseñanza y recuerdo.
Una función que realiza el Espíritu Santo
es la función mnemónica, de memoria, de recuerdo de todo lo que Jesús hizo y dijo,
pero no se trata solamente de un simple recuerdo de las palabras de Jesús, sino
ante todo el Espíritu Santo hará recordar y comprender, sobrenaturalmente, las
enseñanzas de Jesús; el Espíritu Santo permitirá que el recuerdo no sea meramente
lógico, racional o natural, sino ante todo sobrenatural y divino. A través de
la iluminación del Espíritu Santo, la Iglesia Naciente de Jesús no solo
recordará lo que Jesús hizo y dijo, sino que las creerá con sentido
sobrenatural: creerá en los milagros de Jesús, como realizados por el Hombre-Dios
y creerá en las enseñanzas de Jesús como las enseñanzas provenientes del mismo
Dios Hijo en Persona.
Este recordar, pero no solo recordar,
sino comprender con sentido sobrenatural, es lo que les sucede, por ejemplo, a
los discípulos de Emaús: antes de que Jesús les done el Espíritu Santo en el
momento de la fracción del pan, los discípulos de Emaús son cristianos
racionalistas, con cristianos que creen en un Cristo, sí, pero no en Cristo
Dios, sino que creen en un Cristo humano, incapaz de resucitar; antes de
recibir el Espíritu Santo, los discípulos de Emaús sí se acuerdan de la obras y
de las palabras de Jesús, pero las creen en un sentido meramente racional,
horizontal, sin sentido sobrenatural, porque les falta precisamente la luz del
Espíritu Santo que los hace partícipe del Intelecto Divino y es por esto que
son cristianos, pero cristianos que creen en un Cristo que no es Dios y por eso
mismo su religión es una religión sin misterios sobrenaturales; es una religión
sin trascendencia eterna, es una religión cristiana pero humanizada, rebajada
al simple nivel horizontal de la capacidad de comprensión de la inteligencia
humana. Pero después de la efusión del Espíritu Santo por parte de Cristo en el
momento de partir del pan, es ahí cuando se produce en ellos un cambio
trascendental: es ahí cuando se convierten en verdaderos cristianos de la
Iglesia Católica, y esto sucede cuando recuerdan las palabras de Cristo en su
sentido sobrenatural, dándoles su correcto, verdadero y único sentido
sobrenatural y esto significa creer firmemente que Cristo es Dios, la Segunda
Persona de la Trinidad y que ha muerto en Cruz, pero como es Dios, ha
resucitado, venciendo en la Cruz al demonio, al pecado y a la muerte.
Cuando no se recibe al Espíritu Santo,
el cristiano cree en un cristianismo falso, humanizado, en el que Jesús es una
persona humana; sin el Espíritu Santo, se cree en un Cristo falso,
revolucionario, rebajado a un mero agitador social o al creador de una religión
más entre tantas. El Espíritu Santo enseña que Jesús no es nada de esto; el
Espíritu Santo enseña que Jesús no es un simple hombre, ni un profeta, ni un
hombre santo y mucho menos un vulgar revolucionario, sino el Hombre-Dios, es
decir, Dios Hijo hecho hombre por la asunción hipostática, en su Persona
divina, de la naturaleza humana de Jesús de Nazareth; el Espíritu Santo enseña
que Cristo es Dios, el Verbo del Padre, co-substancial al Padre, expirador del
Espíritu Santo junto al Padre; el Espírit Santo enseña que Cristo es Dios de
igual majestad y honor que el Padre y el Espíritu Santo. El Espíritu Santo
enseña que el Verbo, invisible a los hombres e inaccesible a ellos, por amor a
Dios y a los hombres, se hizo visible y accesible por los sentidos, porque se
encarnó en el seno de María Virgen no por obra humana sino por obra del Amor de
Dios, el Espíritu Santo. El Espíritu Santo enseña lo que la mente humana ni
tampoco la inteligencia angélica pueden alcanzar ni comprender por sí mismas,
esto es, los misterios sobrenaturales absolutos de la religión católica, la
Trinidad de Personas en Dios, la Encarnación del Verbo de Dios y la prolongación
de la Encarnación en la Sagrada Eucaristía, por el misterio de la liturgia
eucarística del Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa. El Espíritu Santo
enseña los misterios que convierten a la religión católica en una religión de
origen celestial y no humano, como sí lo es el resto de las religiones; el
Espíritu Santo enseña los misterios que se originan en la Santísima Trinidad,
enseña que la constitución íntima de Dios es la de ser Uno en naturaleza y
Trino en Personas y que la Segunda Persona, sin dejar de ser Dios Hijo, se
encarnó en el seno Virgen de María Santísima por obra suya, por obra de la
Tercera Persona de la Trinidad. El Espíritu Santo enseña también los misterios
sobre la Única Iglesia de Jesucristo, la Iglesia Católica Apostólica Romana: enseña
que la Iglesia no es una ONG cuya función es acabar con el hambre y la pobreza
del mundo: es la Esposa Mística del Cordero, creada por Dios a partir del
costado abierto del Segundo Adán, Cristo crucificado y traspasado y cuya
función primordial es la de arrebatar las almas al Demonio y al Infierno,
salvándolas de la eterna condenación para así luego conducirlas al Reino de los
cielos. El Espíritu Santo enseña también los misterios de la Sagrada Eucaristía:
enseña no sólo que el Verbo se hizo carne en las entrañas purísimas de la
Virgen, sino que el Verbo continúa y prolonga esta encarnación en el seno
virgen y en las entrañas purísimas de la Iglesia, el Altar Eucarístico, para
donarse a las almas como Pan de Vida eterna, como Pan Celestial que hace
partícipe al alma de la vida y el amor de la Santísima Trinidad. El Espíritu
Santo enseña que los sacramentos no son hábitos culturales sin más valor que el
que la sociedad del momento les da, como quiere hacer creer el progresismo
católico, sino que son actualizaciones de los misterios de la vida de Cristo
por medio de los cuales se produce la gracia santificante, gracia que quita el
pecado del alma al tiempo que le concede la filiación divina y la hace
partícipe de la vida de las Tres Divinas Personas. Estas son algunas de las
enseñanzas del Espíritu Santo, que versan ante todo sobre la constitución
íntima de Dios como Uno y Trino, en la Encarnación de la Segunda Persona en el
seno de María Virgen y en la prolongación y actualización de esa Encarnación
cada vez, en el seno virgen de la Iglesia, el Altar Eucarístico.
El Espíritu Santo no solo permite el
recuerdo y la comprensión de los misterios de Cristo, sino que los actualiza y
los hace presentes a través de los sacramentos en general pero sobre todo a través
de la liturgia eucarística. Y esta actualización de los misterios se lleva a
cabo en Pentecostés, de ahí la necesidad imperiosa, por parte de los
bautizados, de recibir al Santo Espíritu de Dios, de manera tal que no solo nunca
caigamos en el error protestante luterano y en el error progresista católico,
la racionalización de la religión, sino que creamos firmemente en el fundamento
de nuestra Fe Católica -Dios es Uno y Trino y la Segunda Persona se encarnó en
María Virgen y prolonga su Encarnación en la Eucaristía- y también para que
recordemos las palabras de Jesús, sobre todo las referidas a su Presencia
Eucarística: “Yo estaré todos los días con vosotros, hasta el fin del mundo” y
estas palabras hacen referencia a la Eucaristía, porque es en la Eucaristía en
donde Cristo está Presente, en Persona, vivo, glorioso, resucitado, todos los
días, hasta el fin del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario