martes, 20 de mayo de 2025

“El Espíritu Santo os enseñará todo y os recordará todo”

 


(Domingo VI - TP - Ciclo C - 2025)

          “El Espíritu Santo os enseñará todo y os recordará todo” (Jn 14, 23-29). Jesús revela a sus discípulos, poco antes de sufrir su Pasión y muerte en cruz, que Él, junto al Padre, enviarán a la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, sobre la Iglesia -este evento pneumático y santificador recibirá el nombre de “Pentecostés”- pero además Jesús revela cuáles serán las obra o funciones que llevará a cabo el Espíritu Santo. Estas obras o funciones del Espíritu Santo serán esencialmente de dos tipos, mnemónicas -de recuerdo, de memoria- y de inteligibilidad -es decir, conocimiento-; es decir, las funciones del Espíritu Santo serán de recuerdo de lo dicho por Jesús y de enseñanza de los misterios de la vida de Cristo. La doble función del Espíritu Santo, ejercida sobre el Cuerpo Místico de Jesús, es decir, los bautizados en la Igesia Cató.ica, es esencial para que el cristiano pueda no solo ser llamado “cristiano”, sino ante todo que viva como cristiano. Hasta tanto el Espíritu Santo no ejerza esta doble función, mnemotécnica y de inteligibilidad de los misterios, es decir, de recuerdo y de enseñanza de los misterios sobrenaturales absolutos de la religión católica, esta se convierte en una religión más entre tantas, una religión sin misterios sobrenaturales, que racionaliza todo y que todo lo explica con la sola razón y que aquello que no puede explicar, como los milagros o como la Encarnación del Verbo o la Transubstanciación, lo deja simplemente de lado, como sucede con la falsificada religión inventada por Lutero, el Protestantismo. En otras palabras, si no actúa el Espíritu Santo en las almas y corazones de los bautizados, la religión católica se reduce a una religión naturalista, perdiendo su característica esencial, la de ser una religión de misterios y de misterios sobrenaturales absolutos; sin la función del Espíritu Santo, la religión católica se rebaja a la mera capacidad de la razón humana, la cual no puede trascender más allá del horizonte racional y así, sin la ayuda de la gracia que concede el Espíritu Santo, le es imposible -como le es también imposible al intelecto angélico- ni descubrir los misterios del cristianismo, ni alcanzarlos, ni comprenderlos, ni aceptarlos. Y cuando esto sucede, la fe se reduce al sentimiento -Dios es lo que siento, o mejor, para creer en Dios debo “sentir” la experiencia de Dios-; la liturgia se reduce a entretenimiento -por eso los sacrilegios innumerables cometidos en la Santa Misa, como el asistir disfrazados de payasos, o peor aún, con disfraces de la fiesta satánica de Halloween-; la oración se convierte en auto-descubrimiento de sí mismo y no lo que es, relación de diálogo y amor con las Tres Divinas Personas.

          Debemos preguntarnos, entonces, de manera concreta, en qué consiste la doble función del Espíritu Santo, de enseñanza y recuerdo.

          Una función que realiza el Espíritu Santo es la función mnemónica, de memoria, de recuerdo de todo lo que Jesús hizo y dijo, pero no se trata solamente de un simple recuerdo de las palabras de Jesús, sino ante todo el Espíritu Santo hará recordar y comprender, sobrenaturalmente, las enseñanzas de Jesús; el Espíritu Santo permitirá que el recuerdo no sea meramente lógico, racional o natural, sino ante todo sobrenatural y divino. A través de la iluminación del Espíritu Santo, la Iglesia Naciente de Jesús no solo recordará lo que Jesús hizo y dijo, sino que las creerá con sentido sobrenatural: creerá en los milagros de Jesús, como realizados por el Hombre-Dios y creerá en las enseñanzas de Jesús como las enseñanzas provenientes del mismo Dios Hijo en Persona.

          Este recordar, pero no solo recordar, sino comprender con sentido sobrenatural, es lo que les sucede, por ejemplo, a los discípulos de Emaús: antes de que Jesús les done el Espíritu Santo en el momento de la fracción del pan, los discípulos de Emaús son cristianos racionalistas, con cristianos que creen en un Cristo, sí, pero no en Cristo Dios, sino que creen en un Cristo humano, incapaz de resucitar; antes de recibir el Espíritu Santo, los discípulos de Emaús sí se acuerdan de la obras y de las palabras de Jesús, pero las creen en un sentido meramente racional, horizontal, sin sentido sobrenatural, porque les falta precisamente la luz del Espíritu Santo que los hace partícipe del Intelecto Divino y es por esto que son cristianos, pero cristianos que creen en un Cristo que no es Dios y por eso mismo su religión es una religión sin misterios sobrenaturales; es una religión sin trascendencia eterna, es una religión cristiana pero humanizada, rebajada al simple nivel horizontal de la capacidad de comprensión de la inteligencia humana. Pero después de la efusión del Espíritu Santo por parte de Cristo en el momento de partir del pan, es ahí cuando se produce en ellos un cambio trascendental: es ahí cuando se convierten en verdaderos cristianos de la Iglesia Católica, y esto sucede cuando recuerdan las palabras de Cristo en su sentido sobrenatural, dándoles su correcto, verdadero y único sentido sobrenatural y esto significa creer firmemente que Cristo es Dios, la Segunda Persona de la Trinidad y que ha muerto en Cruz, pero como es Dios, ha resucitado, venciendo en la Cruz al demonio, al pecado y a la muerte.

          Cuando no se recibe al Espíritu Santo, el cristiano cree en un cristianismo falso, humanizado, en el que Jesús es una persona humana; sin el Espíritu Santo, se cree en un Cristo falso, revolucionario, rebajado a un mero agitador social o al creador de una religión más entre tantas. El Espíritu Santo enseña que Jesús no es nada de esto; el Espíritu Santo enseña que Jesús no es un simple hombre, ni un profeta, ni un hombre santo y mucho menos un vulgar revolucionario, sino el Hombre-Dios, es decir, Dios Hijo hecho hombre por la asunción hipostática, en su Persona divina, de la naturaleza humana de Jesús de Nazareth; el Espíritu Santo enseña que Cristo es Dios, el Verbo del Padre, co-substancial al Padre, expirador del Espíritu Santo junto al Padre; el Espírit Santo enseña que Cristo es Dios de igual majestad y honor que el Padre y el Espíritu Santo. El Espíritu Santo enseña que el Verbo, invisible a los hombres e inaccesible a ellos, por amor a Dios y a los hombres, se hizo visible y accesible por los sentidos, porque se encarnó en el seno de María Virgen no por obra humana sino por obra del Amor de Dios, el Espíritu Santo. El Espíritu Santo enseña lo que la mente humana ni tampoco la inteligencia angélica pueden alcanzar ni comprender por sí mismas, esto es, los misterios sobrenaturales absolutos de la religión católica, la Trinidad de Personas en Dios, la Encarnación del Verbo de Dios y la prolongación de la Encarnación en la Sagrada Eucaristía, por el misterio de la liturgia eucarística del Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa. El Espíritu Santo enseña los misterios que convierten a la religión católica en una religión de origen celestial y no humano, como sí lo es el resto de las religiones; el Espíritu Santo enseña los misterios que se originan en la Santísima Trinidad, enseña que la constitución íntima de Dios es la de ser Uno en naturaleza y Trino en Personas y que la Segunda Persona, sin dejar de ser Dios Hijo, se encarnó en el seno Virgen de María Santísima por obra suya, por obra de la Tercera Persona de la Trinidad. El Espíritu Santo enseña también los misterios sobre la Única Iglesia de Jesucristo, la Iglesia Católica Apostólica Romana: enseña que la Iglesia no es una ONG cuya función es acabar con el hambre y la pobreza del mundo: es la Esposa Mística del Cordero, creada por Dios a partir del costado abierto del Segundo Adán, Cristo crucificado y traspasado y cuya función primordial es la de arrebatar las almas al Demonio y al Infierno, salvándolas de la eterna condenación para así luego conducirlas al Reino de los cielos. El Espíritu Santo enseña también los misterios de la Sagrada Eucaristía: enseña no sólo que el Verbo se hizo carne en las entrañas purísimas de la Virgen, sino que el Verbo continúa y prolonga esta encarnación en el seno virgen y en las entrañas purísimas de la Iglesia, el Altar Eucarístico, para donarse a las almas como Pan de Vida eterna, como Pan Celestial que hace partícipe al alma de la vida y el amor de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo enseña que los sacramentos no son hábitos culturales sin más valor que el que la sociedad del momento les da, como quiere hacer creer el progresismo católico, sino que son actualizaciones de los misterios de la vida de Cristo por medio de los cuales se produce la gracia santificante, gracia que quita el pecado del alma al tiempo que le concede la filiación divina y la hace partícipe de la vida de las Tres Divinas Personas. Estas son algunas de las enseñanzas del Espíritu Santo, que versan ante todo sobre la constitución íntima de Dios como Uno y Trino, en la Encarnación de la Segunda Persona en el seno de María Virgen y en la prolongación y actualización de esa Encarnación cada vez, en el seno virgen de la Iglesia, el Altar Eucarístico.

          El Espíritu Santo no solo permite el recuerdo y la comprensión de los misterios de Cristo, sino que los actualiza y los hace presentes a través de los sacramentos en general pero sobre todo a través de la liturgia eucarística. Y esta actualización de los misterios se lleva a cabo en Pentecostés, de ahí la necesidad imperiosa, por parte de los bautizados, de recibir al Santo Espíritu de Dios, de manera tal que no solo nunca caigamos en el error protestante luterano y en el error progresista católico, la racionalización de la religión, sino que creamos firmemente en el fundamento de nuestra Fe Católica -Dios es Uno y Trino y la Segunda Persona se encarnó en María Virgen y prolonga su Encarnación en la Eucaristía- y también para que recordemos las palabras de Jesús, sobre todo las referidas a su Presencia Eucarística: “Yo estaré todos los días con vosotros, hasta el fin del mundo” y estas palabras hacen referencia a la Eucaristía, porque es en la Eucaristía en donde Cristo está Presente, en Persona, vivo, glorioso, resucitado, todos los días, hasta el fin del mundo.

 


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