miércoles, 28 de mayo de 2025

Solemnidad de la Ascensión del Señor

 



(Ciclo C - 2025)

 

Antes de ascender a los cielos, Cristo resucitado revela a sus discípulos el motivo por el cual el Mesías ha padecido su Pasión de amor: no solo para perdonar los pecados, sino también para para transmitir a todos los hombres la buena noticia de que sus pecados han sido perdonados por su Sacrificio en Cruz, por su Sangre que ha sido derramada en la Cruz. Les dice además que “permanezcan en la ciudad, en Jerusalén hasta que se revistan de la fuerza que viene de lo alto”, es decir, hasta que reciban al Espíritu Santo que Él va a enviar junto al Padre. Y cuando venga el Espíritu Santo, les hará comprender con plenitud el misterio pascual de Jesucristo, que implica otros misterios, otros contenidos salvíficos de la Buena Noticia que los discípulos deben anunciar y es que no sólo han sido perdonados los pecados, sino que además Dios quiere deificar, hacer dioses a cada uno de los hombres mediante la comunicación de su filiación divina, su resurrección y su gloria, para que los hombres, mucho más que vivir como “hombres buenos”, Dios quiere que vivan como hijos de Dios, es decir, como hombres santos, como hombres que participan de la vida divina de la Trinidad y esto es posible porque gracias al Sacrificio de Jesús en el Calvario, la Iglesia les comunicará, a través de los sacramentos, una vida nueva, la vida de la gracia, vida que los hace partícipes de la vida divina de la Santísima Trinidad.

De esta manera Jesús lleva adelante su misterio pascual de muerte y resurrección, ascendiendo a los cielos para luego enviar al Santo Espíritu de Dios sobre su Iglesia, sobre su Cuerpo Místico en Pentecostés, de manera que, por la misión evangelizadora de la Iglesia, toda la humanidad pueda ser conducida, luego de ser glorificada y deificada por Él, hacia el Padre.

Así, luego de la muerte en cruz, luego de la resurrección y glorificación de su Cuerpo que yacía tendido en el sepulcro, Jesús ha cumplido ya su sacrificio redentor, ha ofrecido su vida en holocausto y ahora, resucitado sube a los cielos y asciende como Víctima Inmolada, Santa y Pura, para ofrecerse al Padre como Sacrificio Eterno para la redención de los hombres. Su Encarnación en el seno virgen de María Santísima fue el primer acto de su misterio pascual y esto lo hizo Jesús para tener un Cuerpo humano que pudiera ser ofrecido en holocausto, para que sea quemado con el fuego del Espíritu Santo en el ara de la cruz y así, esa Carne suya sublimada por el fuego del Espíritu en la resurrección, fuera luego ascendida para ser presentada al Padre como la Víctima Perfectísima, Santa y Pura en beneficio de los hombres, para que cada vez que la Ira Divina se encendiera por los crímenes de la humanidad, al ver al Cordero de Dios degollado para la salvación de los hombres, la Ira Divina fuera aplacada y diera paso a la Misericordia Divina.

Pero la ascensión de Jesús no se entiende ni se aprecia en su verdadero sentido sobrenatural, si no se tiene en cuenta su significado místico: tanto la Resurrección como la Ascensión de Jesús llevan a cabo, de una manera místicamente real, lo que en los sacrificios de animales se simboliza mediante la combustión por el fuego de la carne de la víctima[1]. En el Templo de la Antigua Alianza, cuando se hacía el sacrificio de un cordero, se encendía el fuego y se inmolaba su cuerpo en el fuego y el cuerpo, devorado por las llamas, era sublimado y transformado en humo que ascendía al cielo; con eso se quería significar que el don -la carne del cordero- se había transformado en algo superior por la acción del fuego –la materia se hacía humo que subía la cielo, es decir, la materia se convertía en algo inmaterial, espiritual, por la acción del fuego- y este cordero, con su carne así sublimada por el fuego, ascendía al cielo, en donde pasaba a ser propiedad de Dios; la otra parte del sacrificio del cordero consistía en que se introducía la sangre de las víctimas sacrificadas, en el Santo de los Santos, en el Tabernáculo, donde estaba Dios, significando también que la sangre de esa víctima inmolada en su honor, pasaba a ser propiedad divina, ya no pertenecía más a los hombres, sino que desde ese momento, esta sangre se apropiaba a Dios.

Ahora bien, los sacrificios de la Antigua Alianza eran solo una figura y una representación simbólica del Verdadero y Único Sacrificio, el Sacrificio de Cristo en la cruz y de su función en el cielo, por la cual Él apropia y ofrenda su cuerpo y su sangre glorificados, divinizados por el Fuego del Espíritu Santo, continuamente, eternamente, a Dios[2]. Del mismo modo a como el cuerpo del cordero sacrificado en el altar era consumido por el fuego para luego ascender sublimado, transformado en algo superior, a Dios, así, del mismo modo, pero no ya en un sentido figurado y simbólico, sino haciendo realidad lo que era figura, Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, quema su Cuerpo muerto en el altar de la cruz con el fuego de su Espíritu, absorbiendo su muerte y comunicándole su propia vida divina, la vida divina del Ser Divino Trinitario que Él posee como Hijo junto al Padre y el Espíritu Santo, resucitando su Cuerpo, dándole vida divina con la gloria de la Trinidad, para que su Cuerpo, antes muerto, el Cuerpo del Cordero de Dios, ahora resucitado y glorificado, ascendiera sublimado por el Espíritu Santo, hasta el Cielo, ingresando en el Templo del Cielo con su Sangre glorificada, para que tanto su Cuerpo como su Sangre sublimadas y glorificadas por el Espíritu Santo, pasen a ser propiedad exclusiva de Dios Padre. Entonces, a partir de la Pasión, Muerte, Resurrección, Glorificación y Ascensión al cielo de Jesucristo, aquello que sube a los cielos como don sublime y perfectísimo ofrecido en honor de la Trinidad, no es ya el humo que se desprende de un animal muerto, sino que es el Cuerpo glorioso y resucitado y la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios; es el Cuerpo y la Sangre glorificados de Nuestro Señor, que así asciende como don de valor infinito ofrecido a la Trinidad para nuestra salvación.

Aquí es entonces donde encontramos el significado místico y sobrenatural de la Ascensión del Señor: la resurrección, la glorificación, y luego la ascensión, son los actos por los cuales la víctima inmolada, el Verdadero Cordero, el Cordero de Dios Cristo Jesús, empezó a ser posesión verdadera y perpetua de Dios. El Cordero Degollado, Cristo Jesús muerto en la cruz, fue envuelto en el fuego de la divinidad, el Espíritu Santo, el cual infundió una nueva vida, la Vida de la Trinidad, al Cordero que yacía muerto en el Santo Sepulcro y absorbiendo su mortalidad lo asumió y transformó en sí, le comunicó la vida gloriosa trinitaria, lo hizo subir como holocausto de dulce y suavísima fragancia a Dios, para disolverlo y fundirlo, por decirlo así, en Dios[3]. Y esto es lo que se renueva y actualiza en cada Eucaristía: sobre el altar eucarístico se depositan las substancias inertes del pan y del vino y en el momento en el que el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, el fuego del Espíritu Santo desciende sobre el pan y el vino y los convierte en el Cuerpo y la Sangre del Cordero y así la Eucaristía es el Sacrificio Perfectísimo que la Santa Iglesia ofrece a la Trinidad, como holocausto de suave y exquisita fragancia.

De esta manera es cómo toda la vida, toda la existencia terrena del Hombre-Dios Jesucristo es asumida en su supremo culto sacrificial: al encarnarse en el seno de la Virgen, se apropió de un objeto para sacrificar, la naturaleza humana de Jesús de Nazareth y mediante la Encarnación, mediante la unión de esa naturaleza humana a su Persona Divina, la Segunda de la Trinidad, un valor infinito, el valor de ser la naturaleza humana del Hijo de Dios; a través de su Pasión y Muerte consumó la inmolación de este objeto del sacrificio; mediante su Resurrección y glorificación lo transformó en holocausto, y mediante su Ascensión lo subió al cielo ante el acatamiento de su Padre, de manera que por la Ascensión, la naturaleza humana glorificada de Jesús de Nazareth le perteneciese al Padre como prenda eterna del culto más agradable y perfecto[4], como Única Prenda Sacrificial digna del Padre Eterno. Así, tanto la glorificación ocurrida en el sepulcro, como la Ascensión, constituyen las últimas etapas de su misterio pascual, misterio que había iniciado al descender, desde el seno del Padre, hasta el seno virgen de María. El Verbo de Dios baja de los cielos, asume personalmente una carne humana, la ofrenda en el altar de la cruz, la inmola en el sacrificio del Calvario, la resucitó con su propio espíritu de vida y ahora, a esa misma humanidad, glorificada y resucitada, la asciende a los cielos, para depositarla ante los ojos de Dios como un sacrificio espiritual eternamente agradable a la Trinidad.

Con la Ascensión, queda constituido el doble movimiento del misterio pascual de Jesús, consistente en un descenso -la Encarnación- y un ascenso -la muerte en cruz, portal de ingreso al cielo-, cuyo objetivo final es ascender, elevar, junto a Él, en Él y por Él, a toda la humanidad, para conducirla glorificada al Corazón mismo de Dios Uno y Trino.

Este misterio pascual de Cristo, constituido por el doble movimiento de descenso y de ascenso, continúa en el signo de los tiempos y se actualiza en la liturgia, en cada misa: Santo Tomás afirma que Cristo asciende a los cielos para llevarnos a su Sagrado Corazón, y eso es lo que hace en la Eucaristía: desciende en la comunión eucarística hasta nuestra alma para ascendernos a nosotros hasta Su Sagrado Corazón, que es el Corazón de Dios. En otras palabras, Jesús renueva su ascenso y descenso cada vez que se lleva a cabo el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa: por la liturgia eucarística, Jesús desciende desde el seno del Padre hasta la Eucaristía y desde la Eucaristía continúa su descenso hacia nuestras almas, para desde allí ascender a los cielos, ante trono del Dios, llevando consigo nuestra humanidad, nuestras ofrendas, como sacrificio delante de Dios; Cristo Eucaristía, resucitado y glorioso, asciende desde el altar eucarístico, llevándose nuestra humanidad, nuestras vidas, nuestro ser, nuestros ofrecimientos y agradecimientos, como ofrenda agradable a llevada Dios. La misión que deja Jesús a sus discípulos, antes de Ascender a los cielos, es la de propagar el Evangelio: como testigos, deben declarar, deben testimoniar lo que han visto y oído y esta misión es también para nosotros, cristianos del siglo XXI, porque si el misterio pascual de Cristo se actualiza a través del misterio de la liturgia, entonces también se actualizan para nosotros el mandato misionero y también la alegría de la resurrección, porque los discípulos se alegran, aún cuando el Señor asciende y los deja solos, porque saben que Cristo que Asciende a los cielos no los ha dejado solos, sino que está en su Iglesia en la Eucaristía hasta el fin de los tiempos. Por esto mismo, también nuestros corazones deben inundarse de alegría sobrenatural, al contemplar con la luz de la fe cómo el Hijo de Dios desciende desde el cielo, desde el seno del Padre, hasta el altar eucarístico, para luego ingresar a nuestros corazones y ascender nuevamente hasta el seno del Padre, llevando consigo nuestro ser, nuestra existencia, nuestra vida ofrecida, nuestras tribulaciones, nuestros agradecimientos, nuestras penas y dolores y también nuestras alegrías, para ser ofrecidos en Él, por Él y con Él, como sacrificio a Dios Trino, como un anticipo de nuestra ascensión final, en donde ya resucitados por Él, ofreceremos, en Él y con Él, en sacrificio de alabanza, todo nuestro ser, como ofrenda eterna a la Trinidad.

Por esto mismo, la Ascensión de Jesús, aunque en un primer momento pareciera ser el inicio de una vida sin Jesús -porque Jesús deja de ser visible para su Iglesia-, es sin embargo el punto de partida para la misión de la Iglesia Militante en la tierra, con Jesús resucitado y glorioso en la Eucaristía; la Ascensión de Jesús señala el inicio de la Presencia Eucarística de Jesús entre nosotros; la Ascensión de Jesús señala el inicio de una nueva vida para los bautizados, una vida en Jesús Eucaristía, con Jesús Eucaristía, para Jesús Eucaristía; la Ascensión de Jesús señala el inicio de nuestra propia ascensión a los cielos en Él, siempre y cuando permanezcamos unidos a su Cuerpo Místico, por medio de la Eucaristía, hasta el fin de nuestra vida en la tierra.



[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 461.

[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 461.

[3] Cfr. Scheeben, ibidem, 462.

[4] Cfr. Scheeben, ibidem, 462.


No hay comentarios:

Publicar un comentario