Ante la
falsa queja de Judas Iscariote por el presunto derroche de un costoso perfume,
que podría haber sido vendido para dar de comer a los pobres, Jesús, además de
salir en defensa de María Magdalena y de justificar su accionar, profetiza su
muerte: “Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tendréis siempre con ustedes, pero a Mí no me tendrán siempre (cfr. Jn 12, 1-11)”. De esta manera, la Semana Santa comienza con
negras nubes en el horizonte, nubes que presagian y adelantan el drama que
habrá de vivir Jesús en el Calvario, durante su Pasión
Ante la
inminencia del desenlace de los acontecimientos que se sucederán y que
finalizarán con su muerte en Cruz, los seres humanos son llamados a decidirse o
por Jesús o contra Jesús, como lo hacen, respectivamente, María Magdalena y
Judas Iscariote.
Mientras
María Magdalena, inspirada por el Espíritu Santo, unge con perfume a Jesús,
anticipando, como Él mismo lo dice, la unción de su cadáver en el sepulcro,
Judas Iscariote, instigado, seducido y comandado por el Espíritu del mal, el
ángel caído, estrecha lazos con sus enemigos y acuerda con ellos el lugar y el
momento de la traición, y la paga que habrá de recibir por la misma.
Para
Judas Iscariote, en cambio, en un primer momento, la detención y posterior
juicio inicuo de Jesús significarán un placer y una alegría, momentáneos, pero
que no dejan de ser placer y alegría, porque consiguió lo que buscaba: el dinero,
las treinta monedas de plata, aunque para conseguirlo haya tenido que entregar
al Hombre-Dios.
Pero este placer y esta
alegría, fugaces, pasajeros, superficiales, se desvanecen muy pronto, para dar
lugar a los reales sentimientos que anidan en su corazón como serpientes: el
odio, la amargura, la tristeza, la desesperación, que llevarán a Judas
Iscariote a perder la vida terrena por el suicidio y luego la vida eterna al
condenarse en el infierno. Aquí está representada el alma que, renegando de la
cruz, vive en el pecado, alimentándose de él: el pecado da una ligera
satisfacción, para dar luego paso a la amargura y a la desesperación,
consecuencias de la ausencia de la gracia en el alma.
Cuando María Magdalena rompe
el frasco de perfume de nardo puro para ungir los cabellos de Jesús, el
evangelista hace notar un detalle: “La casa se impregnó de la fragancia del
perfume”. Esto, que podría ser un detalle secundario, es sin embargo la
prefiguración de lo que sucede en el alma en gracia: está impregnada no solo
del “buen aroma de Cristo”, sino de Cristo mismo. A este estado del alma debe
conducir el meditar y el vivir la
Pasión de Jesús en Semana Santa.
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