“Yo Soy el Pan de Vida, no
como el que os dio Moisés en el desierto” (Jn
6, 44-51). El pan prodigioso que los judíos recibieron de Moisés se podía decir
“pan de vida” sólo en sentido relativo, porque lo único que hacía era prolongar
temporalmente la vida corporal, al dar sustento material al cuerpo.
El maná de los judíos era
“pan de vida” sólo en un sentido figurado, material y exteriormente, necesario
para el cumplimiento de un retorno material y exterior del Pueblo Elegido a la Jerusalén terrena,
figura del Paraíso celestial.
La Eucaristía, que es el único y verdadero Pan del cielo, lo es en
un sentido real y no figurado, porque actúa desde la raíz más profunda del ser
del hombre, concediéndole a este la vida eterna, alimentándolo con la
substancia misma de Dios Trino, dándole el sustento del alma que le permite
atravesar el desierto de la existencia humana en su peregrinar a la Jerusalén celestial, la
vida eterna en comunión con las Tres Divinas Personas.
Quien comía el maná del
desierto, terminaba finalmente por morir, puesto que no concedía más que una
vida corporal y efímera.
Quien se alimenta de la Eucaristía, por el
contrario, aunque muera corporalmente, vivirá para siempre, porque la Eucaristía es Pan Vivo
que da la vida eterna del Hombre-Dios Jesucristo al que la consume con fe y con
amor.
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