(Domingo
II - TO - Ciclo B – 2021)
“Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1, 35-42). Andrés
le comunica a su hermano Simón Pedro la noticia más grandiosa, alegre y
maravillosa que persona alguna pueda recibir jamás en esta vida: “Hemos
encontrado al Mesías”. Es decir, aquello que los justos del Antiguo Testamento
habían esperado durante todas sus vidas; aquello que los profetas del Antiguo
Testamento habían anunciado miles de veces a lo largo de la historia del Pueblo
Elegido; aquello que los hebreos de buena voluntad habían estado esperando ansiosamente
a lo largo de los siglos, esto es, la Llegada del Mesías prometido, ahora, en
las palabras de Andrés, se hacía realidad: el Mesías, esperado y anunciado por
los siglos, estaba entre los hombres, precisamente en el seno del pueblo hebreo
y había sido encontrado -aunque mejor, se había dejado encontrar- para que los
hombres pudieran acceder a las promesas de Dios, contenidas en el don del
Mesías. Es esta la más grande y maravillosa noticia que jamás alguien -pertenezca
o no al Pueblo Elegido- puede escuchar en este destierro: “Hemos encontrado al
Mesías” y es esta noticia la que Andrés da, felizmente, a Simón Pedro.
Ahora
bien, el encuentro y hallazgo, el descubrimiento y la revelación de que Jesús
de Nazareth no es un hombre santo, ni el “hijo de José, el carpintero”, ni “el
hijo de María”, sino el Mesías, el Hijo de Dios encarnado, que ha venido a esta
vida y a esta tierra para salvar a los hombres de los tres grandes enemigos que
acechan a la humanidad desde Adán y Eva, el Demonio, el Pecado y la Muerte,
viene para Andrés -dice el Evangelio- luego de estar con Jesús “todo el día”, “donde
Él vive”: esto tiene un significado místico y sobrenatural, pues se trata de un
indicio de dónde y cómo el alma, en esta vida terrena, ha de encontrar al Mesías:
decir que estuvieron con Él “todo el día”, esto indica la duración total de
esta vida terrena, lo cual significa que el alma debe estar en gracia “todo el
día”, es decir, “toda la vida”, porque al estar en gracia el alma está en Cristo
y Cristo está en el alma; el decir que estuvieron con Él “donde Él vive”,
significa que el alma debe acudir a postrarse “donde Jesús vive” en esta vida
terrena y en este tiempo humano y es en la Sagrada Eucaristía; es decir, Jesús
está vivo, en Persona y por lo tanto se puede decir que “vive” en la
Eucaristía, con lo cual el alma, para estar con su Maestro “donde Él vive”, debe
acudir al Sagrario, para postrarse ante su Presencia sacramental y adorarlo.
“Hemos
encontrado al Mesías”. Como miembros del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados
en la Iglesia Católica, tenemos el deber de anunciar al mundo que el Mesías no
sólo ha venido, encarnándose en el seno de la Virgen, sino que está vivo, Presente,
glorioso y resucitado, en la Eucaristía, en el Sagrario. Pero para poder hacer
este anuncio, debemos nosotros primero ir adonde el Mesías vive y nos espera -en
la Eucaristía, en el Sagrario-, debemos estar con Él, es decir, debemos hacer
adoración eucarística lo más frecuente que sea posible y así estaremos en
condiciones de decir al mundo: “Hemos encontrado al Mesías, es Jesús Eucaristía
y vive en el Sagrario, donde nos espera”.
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