(Domingo XXIV - TO - Ciclo C – 2022)
“Hay más alegría en el Cielo por el pecador que se
convierte que por los justos que no necesitan conversión” (Lc 1. 10). Jesús
afirma que en el cielo, Dios Uno y Trino, la Virgen, los santos y los ángeles,
se alegran más por un pecador que en la tierra se convierte de su pecado y comienza
el camino de la conversión, que por los justos que, ya convertidos, han
iniciado hace tiempo ese camino.
Esto nos lleva a preguntarnos por la conversión y si
es que la necesitamos, para saber en qué lado de la parábola de Jesús nos
encontramos. Ante todo, hay que decir que la conversión es una conversión
eucarística; esto quiere decir que el alma necesita la conversión y para graficar
la conversión, podemos tomar la imagen del girasol: el girasol, de noche, tiene
su corola inclinada hacia la tierra y sus pétalos plegados sobre la corola; cuando
comienza a amanecer, cuando la Estrella de la mañana hace su aparición en el
cielo, anunciando la salida del sol y el comienzo de un nuevo día, el girasol
comienza un movimiento en el que, girando sobre sí mismo, se levanta con su
corola y, orientándola hacia el cielo, al mismo tiempo que abre sus pétalos,
comienza a orientarse en dirección al sol, siguiendo el recorrido del sol por
el cielo. En este proceso del girasol podemos vernos reflejados nosotros, los
pecadores: el girasol somos nosotros, en cuanto pecadores; la corola orientada
hacia la tierra, durante la noche, significan nuestros corazones que, en las
tinieblas de un mundo sin Dios, se orientan hacia la tierra, hacia las
pasiones, hacia las cosas bajas de este mundo; los pétalos cerrados sobre la
corola indican el cierre voluntario del alma a la gracia santificante que proviene
de Jesucristo; la Estrella de la mañana, que indica el momento en el que el
girasol comienza a rotar para orientarse hacia el sol, desplegando al mismo
tiempo sus pétalos, indica a la Virgen María, Mediadora de todas las gracias
que, apareciendo en nuestras vidas, nos concede la gracia de la conversión, la
cual nos permite abrir las puertas del alma y del corazón a Cristo, Sol de
justicia; la Estrella de la mañana, la Santísima Virgen, indica el fin de las
tinieblas de una vida sin Cristo, al mismo tiempo que la llegada de un nuevo
día para nuestras vidas, el día del conocimiento, del amor y del seguimiento de
Cristo Jesús; finalmente, el sol que aparece en el firmamento y al cual el
girasol sigue durante su desplazamiento por el cielo, representa a Jesucristo
Eucaristía, Sol de justicia, que con sus rayos de gracia santificante, ilumina
nuestras almas y nos da una nueva vida, la vida del día nuevo, la vida de los
hijos de Dios, que viven con la vida misma de la Trinidad, al recibir la gracia
santificante por los sacramentos, que hacen que el alma viva una vida nueva, la
vida misma de Dios Uno y Trino.
Con esta imagen entonces graficamos el proceso de
conversión y a la pregunta de si necesitamos convertirnos, la respuesta es “sí”,
porque la conversión es un proceso de todos los días, de todo el día, hasta que
finalice nuestra vida terrena, porque no podemos decir que “ya estamos
convertidos”, puesto que al ser pecadores, necesitamos constantemente de la
gracia santificante de Jesucristo para vivir en gracia y no en pecado, así como
el girasol necesita de los rayos del sol y del agua para poder vivir y no morir
por la sequía.
“Hay más alegría en el Cielo por el pecador que se
convierte que por los justos que no necesitan conversión”. Es necesario pedir
en la oración, todos los días, la gracia de la conversión eucarística a Jesucristo
Eucaristía, para recibir de Él la gracia santificante que nos hace vivir la
vida nueva de los hijos de Dios. En esta vida terrena nuestra lucha es por la
conversión eucarística, conversión que será plena, total y definitiva, en el
Reino de los cielos, en la otra vida, en la vida eterna. Mientras tanto,
debemos hacer el esfuerzo de convertirnos, todos los días, a Jesús Eucaristía. Y
así habrá alegría en el cielo.
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