(Domingo XXVI - TO - Ciclo C – 2022)
“Un hombre
rico murió y fue al Infierno; un mendigo murió y fue llevado al Cielo” (Lc
16, 19-31). Esta parábola de Jesús debe ser interpretada en su correcto sentido
católico, para no caer en reduccionismos de tipo socialistas y comunistas
propios de la Teología de la Liberación y de la Teología del Pueblo.
Ante todo,
el rico se condena -es llevado al Infierno, dice el Evangelio-, no por sus
riquezas, sino por haber hecho un uso egoísta de las mismas. En efecto, según
la Doctrina Social de la Iglesia, el hombre tiene derecho a la propiedad
privada, tiene derecho a tener bienes materiales, siempre que sean ganados con
el trabajo honesto y sin defraudar a nadie. El problema con Epulón, el hombre rico,
es que hace un uso egoísta de sus bienes, utilizándolos sólo en él, sin
preocuparse por su prójimo, en este caso, Lázaro. En efecto, mientras Epulón vestía
con hábitos púrpuras de lino finísimo, muy costosos, y organizaba banquetes
todos los días, comiendo y bebiendo hasta la saciedad, no sentía compasión por
Lázaro quien, a causa de su vejez y de sus enfermedades, no podía trabajar y
debía mendigar por algo de comida. Epulón, preocupándose sólo por él mismo, no tenía
la más mínima compasión por Lázaro, dejándolo que padeciera hambre sin
convidarle ni siquiera las sobras de su abundante mesa. Por esta razón se
condena en el Infierno, en donde la situación se revierte, porque las penas del
Infierno se dan en los sentidos con los que se pecó en esta tierra: en este
caso, el pecado de Epulón, además del egoísmo, es la glotonería, por lo que en
el Infierno sufre, por toda la eternidad, de hambre insoportable y al haber
rechazado el amor al prójimo y por lo tanto a Dios, se ve obligado a odiar a
los otros condenados y a Satanás por toda la eternidad. Ahora bien, hay algunos
autores que sostienen que Epulón no fue al Infierno de los condenados, sino al
Purgatorio, porque demuestra algo de bondad, al pedir que se avise a sus
hermanos para que no cometan el mismo error y este gesto de bondad sería
imposible si estuviera en el Infierno, en donde no hay ni el más mínimo gesto de
bondad. Sin embargo, la interpretación que prevalece es la de que se condenó en
el Infierno, a causa de su egoísmo y de su glotonería.
En el
caso de Lázaro, que al morir fue llevado al cielo, hay que decir que se salvó,
pero no por ser pobre, sino porque aceptó, con paciencia, con humildad y sobre
todo con amor a Dios, todos los males que le sobrevinieron en esta vida: la
enfermedad, el dolor, la carencia absoluta de bienes materiales, la carencia de
ayuda y afecto por parte de familiares y amigos, ya que los únicos que se le
acercaban eran los perros, a lamer sus heridas. Lázaro entonces se salvó no por
se pobre, sino por no solo no quejarse de Dios, sino por aceptar con amor,
humildad y resignación todos los males que le sobrevinieron en esta vida.
“Un hombre
rico murió y fue al Infierno; un mendigo murió y fue llevado al Cielo”. La interpretación
falsa de esta parábola la da la Teología de la Liberación y la Teología del
Pueblo que, al ser marxistas, se fijan solo en el aspecto material y así el
rico, según estas falsas teologías, se condena por ser rico, mientras que el pobre
se salva por ser pobre. Nada más lejos de la verdadera interpretación católica:
el rico se condena por su egoísmo y glotonería, mientras que el pobre se salva
por su paciencia, su piedad y su amor a Dios, a quien ama aun en medio de su pobreza
y su tribulación.
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