(Ciclo
A - 2023)
Para poder desentrañar el significado sobrenatural de la
Solemnidad de la Epifanía del Señor, debemos reflexionar acerca del significado
de la palabra “epifanía”. “Epifanía” significa “manifestación” y, trasladado a
Jesús, significa “manifestación de su divinidad”, puesto que Jesús, el Niño
Dios, es el “Emmanuel”, que significa “Dios con nosotros”. Ahora bien, además
de la manifestación visible de la gloria de su divinidad en Belén, Jesús, el
Hombre-Dios, se manifiesta también en el río Jordán ante San Juan Bautista[1] -teofanía trinitaria-; se
manifiesta al inicio de su vida pública en las bodas de Caná y se manifiesta
también ante sus discípulos en el Monte Tabor, resplandeciendo en su gloria. De
todas estas epifanías, la que más se celebra en la Iglesia Católica es la
epifanía o manifestación ante los Reyes Magos (Mt 2, 1-12).
La Epifanía del Señor en Belén consiste, entonces, en la
iluminación sobrenatural que irradia la Humanidad Santísima del Niño de Belén, iluminación
que se produce al llegar los Reyes Magos. Surge entonces la pregunta: ¿cuál es
el sentido de la manifestación de Jesús ante los Reyes Magos? La respuesta a
esta pregunta es que Dios hecho Niño, sin dejar de ser Dios, resplandece con la
luz de su Ser divino trinitario, ante los Reyes Magos, en quienes están representados
los paganos, puesto que los Reyes Magos no eran hebreos. Al resplandecer con su
luz eterna, la luz que brota del Acto de Ser divino trinitario, Jesús se
manifiesta como Dios -la luz es intrínseca al Ser divino trinitario, puesto que
la naturaleza divina es luz- y esto lo hace para que desde ahora, no solo el
Pueblo Elegido -los hebreos- sepan que Él es Dios y el Mesías esperado y anunciado
por los profetas, sino para que también los que no pertenecen al Pueblo
Elegido, es decir, los paganos -representados en los Reyes Magos- sepan que
Dios se ha encarnado en Jesús de Nazareth y que ha venido a nuestra tierra, en
nuestra historia, en el tiempo, para salvarnos y conducirnos a la feliz
eternidad de su Reino celestial.
Jesús resplandece y los Reyes Magos, iluminados por el Espíritu
Santo, reconocen en el Niño de Belén a Dios Hijo encarnado y por eso se postran
en adoración ante el Niño, dejando sus ofrendas, oro, incienso y mirra. Implorando
la luz del Espíritu Santo, también nosotros nos postremos en adoración ante el
Niño Dios, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía y, si bien no tenemos
oro, incienso y mirra, le ofrezcamos como don nuestro pobre corazón, para que
Él lo purifique del pecado con su gracia y lo colme de la luz trinitaria con su
Sangre Preciosísima.
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