“El Reino de los cielos es como cinco doncellas prudentes y cinco necias” (cfr. Mt 25, 1-13). Con la figura de las doncellas, cinco prudentes y cinco necias, que salen a recibir al esposo que llega a la noche con sus lámparas, Jesús grafica el momento de la muerte de quienes morirán en gracia, y de quienes morirán en pecado mortal.
El Esposo que llega es Jesucristo; llega de improviso, a la noche; las vírgenes prudentes, son los cristianos que practican su religión y tratan de vivir en gracia, rezando, acudiendo a los sacramentos y obrando la misericordia con los más necesitados.
Las vírgenes necias, las que se durmieron en la espera y por lo tanto, cuando llega el esposo, no tienen aceite en sus lámparas, es decir, no tienen la gracia de Dios en sus almas, y por lo tanto en ellas no brilla la luz de la fe, son los cristianos que viven sólo nominalmente su condición de cristianos; son aquellos para quienes el más allá, el cielo y el infierno, son cuentos para niños; son aquellos para quienes
Jesús es el Esposo divino del alma, y cada alma tiene la oportunidad, dejada a su libre albedrío, de recibirlo a su llegada –el momento de la muerte de cada uno- con la lámpara cargada de aceite y brillando su luz en la oscuridad de la noche, es decir, en la oscuridad del tiempo y de la historia humanas, o bien, con la lámpara vacía, sin aceite, sin la luz de la fe, envuelto en las tinieblas y en la oscuridad.
Cada alma es libre de esperar a Jesucristo como quiera, con la gracia, o sin la gracia divina en el alma.
La eterna condenación no puede por lo tanto nunca atribuirse a un Dios vengativo, porque el hecho de que un alma se quede fuera del banquete nupcial es debido a su libre decisión.
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