“Cuando
venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad” (Jn 16, 12-15). Cuando cumpla su Pascua,
su “Paso” de esta vida al Padre, Jesús ascenderá al trono de gloria en los
cielos y desde allí, junto al Padre, enviarán al Espíritu Santo, el Amor
Divino, la Persona-Amor de la Trinidad. Y cuando el Espíritu Santo irrumpa como
viento y fuego impetuoso en Pentecostés, tendrá una función específica en la
Iglesia, encomendada por el Padre y el Hijo: una función mnemónica, de recuerdo
de lo que Jesús hizo y dijo. Así lo dice Simeón el Nuevo Teólogo: “Es el
Espíritu Santo, el primero, que despierta nuestro espíritu y nos enseña lo que
concierne al Padre y el Hijo”[1].
Esta
función del Espíritu Santo es indispensable para la constitución de la Iglesia
de Jesucristo, porque el Espíritu Santo iluminará las mentes y los corazones de
los integrantes del Cuerpo Místico de Jesús para que conozcan y amen a Jesús no
por medio de los estrechos límites de la razón humana, sino con la Sabiduría,
la Inteligencia y el Amor de Dios. Es tan esencial esta función, que es lo que
constituye a la Iglesia como Católica, como depositaria de los misterios del
Hombre-Dios Jesucristo y por lo tanto como Iglesia fundada por Dios en Persona,
de la Iglesia Protestante, nacida de la mente y el corazón ofuscados de un
hombre apóstata, Lutero.
Sin
la función iluminadora del Espíritu Santo, es imposible creer en los misterios
sobrenaturales absolutos de Dios, tales como su constitución como Uno y Trino,
la Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad en el seno virgen de María
y la prolongación de esa Encarnación en el seno virgen de la Iglesia, el altar
eucarístico.
Antes del envío del Espíritu
Santo, los discípulos no están en grado de comprender los misterios del
Hombre-Dios Jesucristo: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes
no las pueden comprender ahora”; pero cuando el Espíritu Santo sea insuflado en
la Iglesia en Pentecostés, sí lo podrá hacer, porque hablará a la Iglesia de
Jesucristo y lo glorificará como Hijo de Dios encarnado que es y no como simple
hombre bueno: “Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en
toda la verdad (…) no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído (…) Él
me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes”.
“Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá
en toda la verdad”. Sabemos que somos de Dios y que estamos en la Verdadera
Iglesia cuando reconocemos, por el Espíritu Santo, que Cristo es Dios y está
Presente, glorioso y resucitado, en la Eucaristía. Si nos apartamos de esta
verdad, el Espíritu Santo no está en nosotros y caemos en el error, en el cismo
y en la herejía, porque lo que se aparta de la Verdad pertenece al espíritu del error y de la confusión, el Príncipe de las tinieblas.
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