La Virgen, encinta por obra y gracia del Espíritu Santo,
llevando en su seno al Hijo de Dios encarnado, visita a Santa Isabel, encinta a
su vez de Juan el Bautista (cfr. Lc
1, 39-56). La Visitación de María Santísima produce diversos efectos en
aquellos que visita: por un lado, Santa Isabel queda “llena del Espíritu Santo”;
por otro lado, Juan el Bautista “salta de alegría” en el seno de Isabel al
escuchar la voz de la Virgen. Estos dos efectos que produce la Visitación de la
Virgen se deben a una única causa: Ella lleva en su seno a Jesús, Dador del
Espíritu Santo junto al Padre y “Dios de la Alegría en sí misma”, puesto que “Dios
es Alegría infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes.
Ahora bien, no solo Santa Isabel y Juan el Bautista pueden
experimentar los efectos de la Visitación de la Virgen: si la dejamos entrar en
nuestros corazones, la Virgen nos traerá a su Hijo Jesús Eucaristía y, con Él,
vendrá el Espíritu Santo que nos dará la alegría de Dios.
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