"Las Bodas de Caná"
(Veronese)
(Domingo
II - TO - Ciclo C – 2019)
Jesús y la Virgen acuden como invitados a unas bodas en Caná
de Galilea (cfr. Jn 2, 1-12). En un determinado momento, la Virgen se da cuenta de que los novios
se han quedado sin vino. Le advierte a Jesús, dándole a entender que Él puede
hacer un milagro para solucionar la situación. Sin embargo, por la respuesta
que da Jesús, es notorio que Jesús no tiene la menor intención de hacer ningún
milagro. La razón principal que aduce Jesús que “no ha llegado la Hora indicada
por el Padre” para que Él haga milagros públicos. La negativa de Jesús está
respaldada por tanto en un hecho sumamente importante: no ha llegado la Hora
establecida por Dios para que Él se manifiesta públicamente como Hombre-Dios,
realizando milagros a través de su Humanidad, que sólo Dios puede hacer. Pero
la Virgen no es que no entienda razones, sino que movida por su amor maternal
hacia los esposos, que verían arruinada su fiesta de bodas, insiste en su
petición a Jesús y aunque esto último no está consignado en los Evangelios, la
petición e insistencia de la Virgen explica lo que sucede a continuación: Jesús
cambia totalmente su disposición para hacer el milagro que la Virgen le pide,
de manera tal que la Virgen le dice a los ayudantes del encargado: “Hagan lo
que Él les diga”. Los ayudantes entonces hacen lo que Jesús les indica,
trayendo las tinajas vacías y luego llenándolas con agua cristalina, la cual es
convertida en vino exquisito por Jesús.
En este maravilloso Evangelio vemos entonces cómo Jesús
lleva a cabo su primer milagro público, pero vemos también cómo la Virgen se
muestra también, públicamente, como la Omnipotencia Suplicante y como la
Mediadora de todas las gracias. En efecto, es gracias al pedido y a la
insistencia de la Virgen que Jesús realiza un milagro que, en un primer
momento, estaba totalmente decidido a no hacer. Además del milagro, podemos ver
en este Evangelio que la Virgen ejerce su poder intercesor no sólo ante Dios Hijo,
sino ante Dios Padre y Dios Espíritu Santo, porque Jesús no quería hacer el
milagro porque no había llegado la Hora establecida por la Trinidad para que
Jesús se manifestara públicamente. El hecho de que Jesús haga el milagro, más
allá de su significado sobrenatural –anticipa y prefigura el milagro de la
conversión del vino en su Sangre en la Santa Misa-, hay otro significado no
menos importante para considerar y es el hecho de que el poder intercesor de
María Santísima a favor de los hombres y ante la Trinidad, hace que las Tres
Divinas Personas decidan adelantar la Hora de la manifestación pública de Jesús
como Hombre-Dios, autorizando el Padre a Dios Hijo que haga el milagro de la
conversión del agua en vino, como forma de manifestar públicamente el Amor de
Dios, el Espíritu Santo.
Entonces, en este milagro de las bodas de Caná, además de
manifestarse Jesús públicamente como Hombre-Dios, se manifiesta la Virgen como
Omnipotencia Suplicante y como Mediadora de todas las gracias, porque es
gracias a Ella que la Trinidad decide no sólo la realización del milagro, sino
que se adelante la Hora bendita de la manifestación del Hombre-Dios sobre la
tierra. Nuestros corazones son como las vasijas de Caná: duros como la piedra y
vacíos de agua, es decir, vacíos de gracia y amor a Dios y al prójimo,
incapaces de dar nada bueno, ni a Dios ni al prójimo. Pero contamos con la
amorosa presencia e intervención de María Santísima que, viendo el estado de
nuestros corazones, intercede ante Jesús y le suplica que colme nuestros
corazones con el agua de su gracia de manera tal que luego, en la Santa Misa,
se vean colmados con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del
Cordero. Bendita sea la hora en que los invitados se quedaron sin vino, porque
fue la ocasión para que no solo Jesús se manifestara como el Hombre-Dios, que
viene a traer al mundo el Amor de Dios, el Espíritu Santo, por orden de Dios
Padre, sino que fue también ocasión para que la Virgen Santísima se manifestara
públicamente como Omnipotencia Suplicante y como Mediadora de todas las
gracias, de manera tal que podemos estar tranquilos, confiados en que, si de
nuestra parte somos débiles y pecadores, de parte del Cielo estamos asistidos
por nuestra Madre celestial, la Virgen Santísima, que no dudará en implorar a
su Hijo las gracias que necesitemos para nuestra eterna salvación.
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