(Ciclo C – 2019)
Hoy la
Iglesia conmemora el Santísimo Nombre de Jesús. ¿Qué es Jesús, para ser así
conmemorado?
Jesús es
Rey Victorioso, porque con su santo sacrificio de la Cruz, venció de una vez y
para siempre a los tres grandes y temibles enemigos de la Humanidad, la Muerte,
el Demonio y el Pecado, de manera tal que vencida la Muerte, nos dio su Vida
Eterna; derrotado el Demonio, nos convirtió en hijos adoptivos de Dios y nos
dio acceso al seno del eterno Padre; lavado el Pecado y quitada su mancha para
siempre con su Sangre Preciosísima, nos concedió su gracia santificante que nos
hace partícipes de su vida divina, nos libra de la eterna condenación y nos
hace herederos del Cielo.
Jesús es
el Rey pacífico, manso y humilde de corazón, que, con su mansedumbre y su
humildad, doblegó nuestro orgullo y nuestra soberbia y nos donó su paz, la paz
verdadera, la paz del corazón, la paz que sólo Dios puede dar, porque es la paz
que sobreviene al alma cuando a esta le es quitado aquello que la enemistaba
con Dios y le quitaba la paz, esto es, el pecado.
Jesús es
el Hombre-Dios: es Dios Hijo hecho hombre, sin dejar de ser Dios, para que los
hombres, unidos a Él por la gracia y participando por esta de su naturaleza
divina, seamos convertidos en hijos de Dios y en Dios por participación.
Jesús
es el Verbo Eterno del Padre, la Segunda Persona de la Trinidad, que,
encarnándose en el seno virgen de María, nació milagrosa y virginalmente como
Niño en Belén, Casa de Pan, para ofrecer su Cuerpo y su Sangre en el Nuevo
Belén, el Altar Eucarístico, por medio de la Eucaristía.
Jesús es
“el Hijo de Dios vivo, el Esplendor del Padre, la Luz Increada, el Rey de la
gloria, el Sol de justicia y el Hijo de la Virgen María”[1],
que ha venido a nuestro mundo de tinieblas para irradiarnos su luz, la luz que
brota de su Ser divino trinitario.
Jesús es
el “Consejero Admirable, Dios Poderoso, Padre sempiterno, Príncipe de la Paz”[2],
que ha venido a nuestro mundo para donarnos su Vida y con su Vida, su Amor, su
Alegría, su Paz divina.
Jesús
es “Dios Todopoderoso, Hombre-Dios paciente y humilde de corazón, obediente al
Padre”[3] y
a su designio de salvación, que con su ejemplo y su gracia abate nuestro
orgullo y nos hace partícipes de su humildad de Cordero.
Jesús
es el “Padre de los pobres, la Gloria de los fieles, el Pastor Bueno, la Luz
Indeficiente, la Sabiduría infinita y la Bondad Divina”[4],
que ha venido para darnos ejemplo de la verdadera pobreza, que es la pobreza de
la Cruz, para que siendo pobres con Él en la Cruz, seamos enriquecidos con los
tesoros de su divinidad.
Jesús
es el Nombre Bendito dado a todo hombre para salvar su alma; es el Nombre que
toda alma debe pronunciar, desde lo más profundo del corazón, para que Dios la
inunde con su Misericordia y así evita la eterna condenación; Jesús es el “Único
Nombre dado para nuestra salvación” (cfr. Hch
4, 10-12), Nombre ante el cual se postran los ángeles, tiemblan de terror los
demonios y los hombres exaltan de júbilo.
Todo esto,
e infinitamente más, es Jesús para nosotros, los católicos, y por eso la
Iglesia recuerda, exalta y ensalza su Nombre, el Bendito Nombre de Jesús.
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