(Domingo XVII - TO - Ciclo C –
2022)
“Recen
el Padrenuestro” (Lc 11, 1-13). Jesús
nos enseña a rezar el Padrenuestro y por esta razón esta oración es
característica del cristiano. Sin embargo, hay otra característica de esta
oración, que la hace muy particular y es que esta oración se vive en la Santa
Misa. Esto se deduce al meditar en cada una de sus frases. Consideremos
brevemente.
“Padre
nuestro que estás en el cielo”: en el Padrenuestro nos dirigimos, con la
oración, a Dios Padre que está en el cielo; en la Santa Misa, el altar se
convierte en una parte del cielo y en el cielo está Dios Padre en Persona,
junto a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo.
“Santificado
sea tu Nombre”: en el Padrenuestro pedimos que el Nombre de Dios sea
santificado; en la Santa Misa, el Nombre Tres veces Santo de Dios Uno y Trino
es santificado y glorificado por el Hombre-Dios Jesucristo, que sobre el Altar
Eucarístico renueva el Santo Sacrificio del Altar.
“Venga
a nosotros tu Reino”: en el Padrenuestro pedimos que venga a nosotros el Reino
de Dios; en la Santa Misa, por el misterio de la Eucaristía, viene a nosotros
no solo el Reino de Dios, sino algo infinitamente más grande que el Reino de Dios,
y es el Rey del Reino de Dios, Cristo Jesús en la Eucaristía.
“Hágase
tu voluntad así en la tierra como en el cielo”: en el Padrenuestro pedimos que
la voluntad de Dios se haga en la tierra como en el cielo; en la Santa Misa, la
voluntad de Dios se cumple efectivamente, porque la voluntad de Dios es que
todos nos salvemos y en la Misa Cristo Dios cumple la voluntad de Dios, al
renovar sacramental e incruentamente su Sacrificio de la Cruz, sacrificio por
el cual nos salvamos.
“Danos
hoy nuestro pan de cada día”: en el Padrenuestro pedimos a Dios que nos dé el
pan de cada día; en la Santa Misa, ese pedido se cumple, porque Dios Padre nos
concede no solo las gracias para conseguir el pan material, sino que nos da
algo que ni siquiera nos hubiéramos imaginado que podíamos pedir y es el Pan del
Vida eterna, la Sagrada Eucaristía, que alimenta el alma con la substancia
divina.
“Perdona
nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en la Santa
Misa esta petición se hace realidad, porque Dios Padre nos perdona aun antes de
que le pidamos perdón y el signo de su perdón es el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, que se nos entrega no solo para perdonarnos, sino para colmarnos con el
Amor de Dios, el Espíritu Santo; además, se nos da, con la Eucaristía, el Amor
Divino que necesitamos para perdonar a quien nos ha ofendido.
“No nos
dejes caer en la tentación”: por la Santa Misa, obtenemos la fuerza más que
necesaria para no caer en la tentación, porque en la Eucaristía Cristo nos dona
su propia fuerza, la fuerza misma del Hombre-Dios, que nos permite vencer
fácilmente cualquier tentación que se presente, por fuerte que ésta sea.
“Y
líbranos del mal”: en la Santa Misa este pedido se cumple efectivamente, porque
Cristo, con su Sacrificio en cruz, que se representa sacramental e incruentamente
en el Altar, derrota definitivamente a aquello que es la fuente del mal, el
pecado que nace en nuestros corazones y al Demonio, el Príncipe de las
tinieblas, el Príncipe del mal y no solo eso, sino que nos concede, con su
Sagrado Corazón Eucarístico, todo bien, tanto material como espiritual, en una
medida que ni siquiera somos capaces de imaginar.
Por todo
esto, vemos cómo el Padrenuestro, la oración que nos enseñó el Señor Jesucristo,
se vive en la Santa Misa.
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