(Domingo
XXIII - TO - Ciclo C – 2022)
“El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser
discípulo mío” (Lc 14, 25-33). Jesús pone
una condición sine qua non –sin la cual no es posible- para ser su discípulo: “renunciar
a todos sus bienes”. Esta condición se interpreta en varios sentidos: en un
primer sentido, el más literal, es la renuncia total y absoluta a todos los
bienes materiales: es el caso, por ejemplo, de San Francisco de Asís, quien
fundó la Orden Franciscana, una orden mendicante, al menos en el tiempo
fundacional. San Francisco era heredero de una gran fortuna material, puesto
que su padre era un rico comerciante, pero luego de su conversión a Jesucristo,
decidió renunciar a toda su herencia, para seguir a Cristo por el Camino de la
Cruz, el Via Crucis. Esta renuncia es la que llevan a cabo todos los religiosos
en general, aunque también hay matices, porque solo los mendicantes renuncian
completamente, mientras que los religiosos hacen voto de pobreza, con lo cual
sí pueden recibir bienes, pero no a título personal, mientras que los
sacerdotes diocesanos hacen “promesa” de pobreza, lo cual quiere decir que
pueden tener bienes personales a nombre propio, pero siempre teniendo en cuenta
la pobreza evangélica, que es la pobreza de la Cruz.
En otro sentido, un poco más amplio, la renuncia a todos los
bienes se aplica a los laicos en general y aquí se debe hacer una distinción:
esta renuncia es, ante todo, de orden afectivo, en el sentido de que el laico,
puesto que se desempeña en el mundo, tiene más necesidad de los bienes
materiales que el religioso, y por eso es lícito que posea bienes materiales e
incluso abundantes bienes materiales, pero aun así debe renunciar a estos
bienes materiales en un sentido afectivo, es decir, en el sentido de no estar
apegados a ellos. Un ejemplo de esta renuncia afectiva es el Beato Pier Giorgio
Frassatti, un joven italiano que falleció a los 25 años aproximadamente, como
consecuencia de una enfermedad contraída por contagio, en una de sus frecuentes
visitas a los enfermos en los hospitales. Pier Giorgio, al igual que San
Francisco, era heredero de una enorme fortuna, ya que su padre era dueño de uno
de los diarios más prestigiosos de Italia; sin embargo, no renunció nunca a su
herencia, como sí lo hizo San Francisco, pero vivía pobremente, porque todo el
dinero que recibía para sus gastos personales, lo donaba a los pobres, de
manera que vivía prácticamente como un pobre, aun siendo inmensamente rico.
Pier Giorgio no renunció a su herencia, pero dio todo su dinero a los pobres, a
los más necesitados y así se ganó el tesoro eterno, el Reino de los cielos.
“El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser
discípulo mío”. Independientemente del estado de vida de cada uno, sea
religioso, ermitaño, mendicante, seglar, el modelo de pobreza para seguir a
Nuestro Señor Jesucristo y así ser su discípulo, es Él mismo en la Cruz: en la
Cruz, Jesús es pobre, porque materialmente no posee literalmente, nada, ya que
todos los bienes materiales que posee en la Cruz le han sido prestados por su
Padre y por su Madre, para que llevara a cabo la obra de la Redención de la
humanidad: en la Cruz, Jesucristo sólo posee tres clavos de hierros, que
atraviesan sus manos y sus pies; posee una corona de espinas, que indica su
condición de Rey de reyes y Señor de señores; posee un lienzo –que según la
Tradición era el velo de su Madre, la Virgen-, para cubrir su humanidad; posee
el leño de la Cruz, con la cual salva a los hombres y por último, posee un
cartel escrito en hebreo, latín y griego, en el que se indica su condición de
Salvador de los hombres: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”. Rey de los judíos
y Rey de ángeles y de todos los hombres que lo reconocen como a su Redentor. La
renuncia a los bienes materiales, según el estado de vida de cada uno, tiene
como ejemplo y como fin la pobreza de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Solo
quien es pobre como Cristo crucificado, puede ser su discípulo y se encuentra
en grado de ingresar en el Reino de los cielos.
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