(Domingo XVI - TO – C – 2013)
“María
ha escogido la mejor parte, y no le será quitada” (Lc 10, 38-42). Nuestro Señor
visita la casa de sus amigos Marta, María y Lázaro; en el transcurso de la
visita, las dos hermanas muestran actitudes muy diversas con respecto a Jesús:
mientras Marta se ocupa, afanosamente, por tener todo limpio y preparado para
atender a Jesús –y también a los discípulos-, María, por el contrario, se queda
a los pies de Jesús, adorando su Presencia divina. Esta actitud de María
molesta a Marta, quien considera que no es justo que sea ella la que tenga que
cargar con todo el peso del trabajo, por lo cual le pide a Jesús que haga de
árbitro en la contienda: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con
todo el trabajo?”, a lo cual Jesús responde: “Marta, Marta, te inquietas y
agitas por muchas cosas, y sin embargo, una sola cosa es necesaria. María
eligió la mejor parte, que no le será quitada”.
Las
diferentes actitudes de las dos hermanas en relación a Jesús pueden ser
consideradas como los diferentes estados de vida consagrada: Marta
representaría a la vida apostólica, mientras que María representaría a la vida
contemplativa. Mientras la vida apostólica está volcada hacia el apostolado con
el mundo, y por lo tanto su labor se desarrolla en medio del mundo, la vida
contemplativa, por el contrario, está orientada a la adoración y contemplación
de Dios Uno y Trino, y todo su quehacer se dirige en esa dirección. De esta
manera, las dos actividades de las hermanas: Marta, activa, volcada más hacia
lo que rodea a Jesús, pero para llevar a las gentes a Jesús, y María, sin
actividad externa, pero con intensa contemplación del rostro de Jesús, constituyen
la representación de los estados principales de la vida consagrada en la
Iglesia: la vida apostólica y la vida consagrada. Y, tal como lo dice Jesús, la
de María “es la mejor parte”, esto no quiere decir que la vida apostólica –activa,
realizada en el mundo pero para llevar al mundo a Jesús- no sea un estado de
vida válido. Por el contrario, constituye un camino absolutamente con la naturaleza
humana, con las actividades de la Iglesia, y con los modos con los cuales el
ser humano rinde culto y adoración al Hombre-Dios Jesucristo.
Por
otra parte, si bien la de María –es decir, la vida contemplativa- es “la mejor
parte”, esto no quiere decir que un consagrado en la vida apostólica no alcance
un cielo y un estado de glorificación mayor que el de un consagrado en la vida
contemplativa, porque el contemplativo, si no responde con un amor intensísimo
al don de la vida contemplativa, retrocede en su vida espiritual aquí en la
tierra y, en la otra vida, alcanzará grados de gloria inferiores a los de un
consagrado de vida apostólica que respondió con mayor amor.
Sin
embargo, además de representar a dos estados diferentes de vida consagrada, las
diferentes actitudes de las hermanas Marta y María respecto a Jesús,
representan dos estados diferentes de nuestra propia alma, en relación a la
visita que Jesús realiza a nuestras almas por la comunión eucarística.
En
efecto, también Él nos visita a nosotros, al igual que visitó en su casa a sus
amigos Lázaro, Marta y María, que somos sus amigos, en nuestra casa, que es
nuestra alma, cada vez que comulgamos. Y al igual que en el relato del
Evangelio, también en nosotros se dan las dos facetas: o Marta o María: o la
tarea ajetreada y afanosa de Marta, que se ocupa de las cosas del mundo, o la contemplación
amorosa de María, que deja todo de lado y se olvida del mundo, para amar y
adorar a Jesús. También nosotros, al comulgar, podemos estar ocupados en las
cosas del mundo, como Marta, o podemos concentrar toda la atención de nuestra
inteligencia y todo el amor de nuestro corazón en la Presencia eucarística de
Jesús, derramando el alma a los pies de Jesús, como lo hizo María. Sea cual sea
nuestra actitud, Jesús nos dirá lo que a Marta: “María escogió la mejor parte,
y no le será quitada”. Esto quiere decir que no hay experiencia en el mundo –ni
en este, ni el otro- más agradable, que la contemplación extática en el amor de
Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios.
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