“Tu
fe te ha salvado” (Mt 9, 18-26). Una
mujer hemorroísa, que padecía de hemorragias desde hacia doce años, habiendo
gastado su dinero en médicos sin encontrar solución, se acerca a Jesús pensando
que con sólo tocar su manto quedará curada. En el momento de hacerlo, Jesús se
da vuelta y le dice: “Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado”.
La
fe de la mujer hemorroísa es un ejemplo para nuestra propia fe, y por eso es
conveniente analizarla y compararla con la fe de las otras personas que forman
la multitud que apretuja a Jesús: al igual que estas personas, que se acerca a
Jesús porque sufren por diversos motivos, la mujer se acerca a Jesús porque se
encuentra atribulada debido a la angustiosa prueba de su larga enfermedad, pero
se diferencia de los integrantes de la multitud que apretuja a Jesús, en que ella
consigue un milagro, mientras que los otros, no. Aunque no toca su Cuerpo, sino
su manto, Jesús siente que ha salido de Él una energía, y es debido a la fe de
la mujer; los demás integrantes de la multitud, por el contrario, sí tocan en
su Cuerpo -como sucede con alguien que se encuentra en medio de una multitud-,
pero no logran ningún milagro.
La
fe de la mujer hemorroísa: es tan firme y fuerte, que ha logrado arrancarle un
milagro, el milagro de la curación de su enfermedad. La fe de la mujer
hemorroísa sobresale de entre la multitud por su firmeza, por su ausencia de
dudas ante el poder sanador de Jesús, el Hombre-Dios: está tan convencida de
que Jesús es Dios –y que por lo tanto, es omnipotente-, que sabe que basta con
tocar su manto para quedar curada; no le hace falta ni hablarle, ni que Él se
dirija a Ella y la cure con su palabra, ni que la toque con sus manos, como ha
sucedido en otras ocasiones: basta con sólo tocar su manto, y ella quedará
curada, porque tanta es la fuerza sanadora y el poder sin límites de Jesús, que
todo en Él está impregnado de su energía divina, y por este motivo, no se
atreve ni siquiera a molestarlo para pedirle auxilio, sólo quiere tocar su
manto. Y efectivamente, luego de tocar el manto, queda curada. Al constatar su
fe, Jesús elogia a la mujer hemorroísa: “Ten confianza, hija, tu fe te ha
salvado”. Aunque pudiera parecer que la felicita porque su fe la ha salvado de
la enfermedad –en efecto, queda instantáneamente curada-, Jesús la felicita por
otro milagro ocurrido en ella, infinitamente más valioso que el de haber sido
curada de una larga enfermedad: ha recibido la fe en Él, en su condición de
Hombre-Dios, en su poder divino, en su omnipotencia y en su misericordia
infinita, en su condición de ser Él el Redentor de la humanidad, y es esta fe
la que le granjeará la entrada al Reino de los cielos.
Es
esta fe de la mujer hemorroísa, por lo tanto, el ideal de nuestra fe, y si
creciéramos en la fe hasta tener la misma fe oiremos, al fin de nuestras vidas,
al franquear la Puerta de los cielos para ingresar en la eternidad del Reino de
Dios, las mismas palabras de parte de Jesús: “Tu fe te ha salvado”.
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