"No he venido a traer la paz,
sino la espada" (Mt 10, 34-11,1). Para quien interprete,
erróneamente, que el cristianismo es un movimiento pacifista, estas palabras
suenan contradictorias e incompatibles con el pacifismo, y en realidad es así,
puesto que el cristianismo es un movimiento pacífico, pero no "pacifista".
Para entender la razón de la frase de Jesús, y para entender cuál es la paz que
no viene a traer Jesús, y cuál es la espada que sí viene a traer, es necesario
remontarse al inicio de la Creación, y más específicamente, al momento de la
creación de los ángeles y la posterior rebelión de muchos de ellos contra Dios,
y también a la creación del hombre y su posterior caída debido al pecado
original. La rebelión de ambas creaturas tuvo como consecuencia la
co-habitación del hombre y del demonio en la tierra -el hombre porque perdió el
Paraíso; el demonio, porque fue precipitado a la tierra, en donde es dejado por
un tiempo, hasta su encierro definitivo en el infierno- y la subyugación del
hombre por parte del demonio, debido a la superioridad de su naturaleza
angélica. De esta manera el demonio, habiendo declarado la guerra en los cielos
contra Dios, la continúa aquí en la tierra, por medio de los hombres que se
unen a él; toda la historia humana, hasta el fin de los tiempos, será una
continua guerra que el demonio y el hombre librarán contra Dios. El hombre y el
demonio, a causa del pecado, son enemigos de Dios y le hacen continuamente la
guerra, uniéndose ambos en el mal y construyendo un orden de cosas y una
civilización humana completamente opuestas al designio divino. La expresión
máxima de este orden contrario al querer divino es la Nueva Era o Conspiración
de Acuario, cuyo objetivo declarado es la iniciación luciferina de la humanidad
y la consagración de toda la humanidad a Satanás. Si esto llegara a suceder, el
demonio habría tenido éxito en su guerra contra Dios, instaurando en la tierra
y, lo más grave, en el corazón del hombre, el Reino de las tinieblas, reino de
terror, de odio, de división, de muerte y de dolor.
Es en este contexto entonces en el que
se entienden las palabras de Cristo, de que "no ha venido a traer la paz,
sino la espada"; en este contexto se entiende que Cristo no sea un
pacifista y que tampoco lo sea su Iglesia, puesto que Cristo ha venido a
"deshacer las obras del demonio" (1 Jn 5, 20), ha venido a
destruir al Reino de las tinieblas, ha venido a liberar al hombre de las garras
del ángel caído, y ha venido a instaurar su Reino, el Reino de Dios, reino de
amor, de paz, de alegría, de felicidad inimaginable para el hombre, y este
Reino, que está "cerca" (cfr. Mt 3, 1-12) del hombre, se
encuentra "dentro" (cfr. Lc 17, 21) de él cuando el hombre
recibe la gracia santificante, la cual le abre el corazón al ingreso del
Hombre-Dios por medio de la fe, el Amor y la comunión eucarística.
"No he venido a traer la paz,
sino la espada". Cristo combate con la espada, esto es, la Palabra de
Dios, a sus enemigos, los enemigos de Dios y de los hombres, los demonios y los
hombres perversos aliados a ellos. Si los enemigos de Cristo y de la Iglesia no
son sus enemigos, es señal de que ese cristiano se ha aliado con el demonio y
le ha declarado la guerra a Dios.
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