(Ciclo
B – 2018)
La Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo o
Corpus Christi se instituyó en ocasión de uno de los más asombrosos milagros
eucarísticos ocurridos en la historia de la Iglesia. El milagro ocurrió en la Basílica de Santa
Cristina de la ciudad de Bolsena, Italia y llegó a involucrar a uno de los más
grandes teólogos de todos los tiempos, Santo Tomás de Aquino, y al Papa
reinante en ese entonces, Urbano IV, quien se encontraba en la cercana ciudad
de Orvieto[1].
¿Cómo fue el milagro? Sucedió que un sacerdote, llamado “Pedro
de Praga”, tenía dudas de fe acerca de lo que la Iglesia enseña sobre la
Eucaristía: la Iglesia Católica enseña que, por las palabras de la consagración
que Jesús pronunció en la Última Cena –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-,
repetidas y pronunciadas en cada misa por el sacerdote ministerial, se produce
un milagro que se llama “transubstanciación” y que significa que las ofrendas
del pan y del vino del altar se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.
Es decir, por la transubstanciación, las substancias del pan y del vino se
convierten en la substancia glorificada del Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús.
La Iglesia enseña que después de pronunciadas estas palabras, sobre el altar
eucarístico ya no hay más pan y vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el
Hombre-Dios, porque las substancias materiales y terrenas del pan y del vino ya
no están, al haberse convertido, por obra de Jesús Sumo y Eterno Sacerdote, en
las substancias glorificadas del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de
Nuestro Señor Jesucristo. Por este motivo es que los católicos adoramos la
Eucaristía y nos arrodillamos ante la Eucaristía, porque el gesto de comunión de
rodillas es un signo exterior de la adoración interior que tributamos a nuestro
Dios Presente real, verdadera y substancialmente en la Hostia consagrada.
Esto es lo que la Iglesia enseña acerca de la Santa Misa y
la Eucaristía; sin embargo, debido a que tanto antes, durante y después del
milagro todo permanece igual exteriormente, hay muchos que dudan o que incluso
niegan que esto suceda realmente. En esta situación se encontraba, en el año
1263, el Padre Pedro de Praga, aunque él no negaba, sino que dudaba acerca de
lo que la Iglesia enseñaba sobre el misterio de la transubstanciación del Cuerpo
y de la Sangre de Cristo en la Eucaristía. Puesto que no quería continuar con
esa duda, sino creer firmemente en lo que la Iglesia enseña, se propuso
realizar una peregrinación hacia Roma, hasta la tumba del primer Papa, San
Pedro, para pedirle la gracia de no seguir dudando. Por esto podemos decir que
el milagro fue por una intercesión de San Pedro.
Cuando el Padre Pedro de Praga regresaba ya desde Roma hasta
Bohemia, se alojó en la casa parroquial y celebró misa sobre el altar de mármol
lombardo de la Basílica de Santa Cristina, una santa mártir de los primeros
siglos de la cristiandad. En el momento de la consagración, fue cuando sucedió
el milagro, precisamente, luego de pronunciar las palabras “Esto es mi Cuerpo”:
en ese instante, cuando el sacerdote elevó la Hostia consagrada para su
ostentación y posterior adoración, parte de la misma se convirtió en músculo
cardíaco que parecía pertenecer a una persona viva, pues sangraba mucho;
además, el vino del cáliz se convirtió en sangre. La sangre que manaba
del músculo cardíaco era tanta, que manchó el corporal y también el pavimento
de mármol, dejando impregnadas unas gotas que hasta el día de hoy se conservan
como preciosas reliquias.
Enterado del hecho, el Papa Urbano IV, que estaba en
Orvieto, le encargó a Santo Tomás de Aquino que primero, presidiera una
comisión de teólogos de renombre que se encargaran de asegurar la veracidad del
hecho y luego le encargó que compusiera un oficio litúrgico con himnos
eucarísticos, apropiados para la Eucaristía (es entonces cuando se origina el Adoro te devote de Santo Tomás). Una vez
que la comisión presidida por Santo Tomás de Aquino realizó su trabajo
confirmando la verdad del milagro, el Papa ordenó a Jaime Maltraga, Obispo de
Bolsena, que le llevase a Orvieto, donde tenía su residencia, el sagrado
corporal, el purificador y los linos manchados de sangre. Acompañado el Papa de
su corte, salió al encuentro de las sagradas reliquias y al estar frente a ellas,
se postró de rodillas en acción de gracias por tan asombroso milagro, en el
puente de Rivochiero. Luego tomó entre sus manos el sagrado depósito y lo llevó
procesionalmente a Orvieto. Es en memoria de tan asombroso milagro que el Papa
Urbano IV ordenó en 1264que en toda la Iglesia universal se celebrara la fiesta
del Corpus Christi.
Es
en conmemoración de este milagro que nosotros, los católicos, celebramos esta
fiesta. Sin embargo, no debemos pasar por alto que en realidad el milagro es
solo una manifestación externa, visible, que puede ser captada por los sentidos
externos humanos, de un hecho interior al sacramento e invisible y que no puede
ser captada ni por los sentidos ni por la razón, sino solo por la razón
iluminada por la fe. En otras palabras, aunque nosotros no veamos con nuestros
ojos corporales ni captemos sensiblemente la presencia de músculo cardíaco y
sangre, como le sucedió al Padre Pedro de Praga, tenemos que saber que el mismo
milagro de Bolsena sucede, invisiblemente, ante nuestros ojos, en el altar
eucarístico, cada vez que el sacerdote pronuncia las palabras de la
consagración, porque se produce la transubstanciación, es decir, las substancias del
pan y del vino se convierten en las substancias gloriosas del Cuerpo, la
Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Es decir, nosotros
no tenemos necesidad de que el cielo nos regale con otro milagro como el de
Bolsena, para creer en la transubstanciación; nos bastan el mismo milagro y,
sobre todo, el Magisterio de la Iglesia, para creer que en ocasión de las
palabras de la consagración, se produce el milagro de la transubstanciación, es
decir, la conversión del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro
Señor Jesucristo. El mismo milagro de Bolsena se produce, invisiblemente, en
cada Santa Misa y esa es la razón por la cual en Misa debemos postrarnos de
rodillas en adoración al Cordero de Dios, Jesús Eucaristía. Y ése milagro de la transubstanciación, ocurrido invisiblemente en cada Santa Misa, es el motivo de la alegría y la festividad litúrgica del día de hoy.
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