“Den
al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios” (Mc 12, 13-17). Unos fariseos y
herodianos intentan tender una trampa a Jesús, con el fin explícito de hacerlo
caer en alguna afirmación que pueda comprometerlo, para así tener una excusa
para acusarlo y encarcelarlo. Para tal fin, le presentan una moneda a Jesús,
con la efigie del César y le preguntan si “es lícito pagar impuestos o no”. La
pregunta encierra en sí misma una trampa: si les dice que sí, entonces lo
acusarán ante los judíos de ser colaboracionista con el imperio romano opresor;
si dice que no, lo acusarán ante los romanos, afirmando falsamente que instiga
a la rebelión y al no pago de los impuestos. Sin embargo, la respuesta de Jesús
los deja sin habla, literalmente: luego de observar la moneda, Jesús les
pregunta a su vez acerca de la pertenencia de la moneda: “¿De quién es esta
figura y esta inscripción?”. Y ellos respondieron: “Del César”. Entonces Jesús
les responde, con toda lógica: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo
que es de Dios”. Es decir, si la moneda es del César, entonces, dénsela al
César, esto es, paguen los impuestos; pero al mismo tiempo, no dejen de dar a
Dios lo que es de Dios. ¿Qué es “de Dios”? De Dios es el ser, el alma y el
cuerpo del hombre; es decir, todo el hombre, en su totalidad, le pertenece a
Dios y por lo tanto, todo lo que el hombre es, debe dárselo a Dios. El dinero,
representado en la moneda, es del César, es decir, de los poderes mundanos y al
él, al César y al mundo, le corresponde el dinero. Dios no quiere que le demos
dinero –aunque sí es obligación del cristiano sostener el culto-, porque eso le
pertenece al mundo: quiere que le demos lo que a Él le pertenece, nuestro ser,
nuestra alma y nuestro cuerpo. Esto es lo que significa: “Den al César lo que
es del César, y a Dios, lo que es de Dios”.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
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