"Nacimiento de Juan Bautista"
(Jerónimo Cósida)
(Ciclo
B – 2018)
Es San Agustín[1] quien hace la observación de que la Iglesia celebra la fiesta de los santos en el día de su muerte porque, en realidad, el día en que muere un santo a su vida terrena, es también el día del nacimiento a la vida eterna; pero en el caso de san Juan Bautista, dice San Agustín, la Iglesia conmemora el día de su nacimiento porque fue santificado en el vientre de su madre y anunció a Cristo ya antes de nacer y luego con toda su vida y también con su muerte martirial.
La Iglesia celebra entonces la Solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista, Precursor del Señor, debido a que, cuando se produjo la Visitación de la Virgen, con la Virgen llegó Jesús y Jesús sopló sobre el Bautista al Espíritu Santo, por lo cual el Bautista quedó lleno del Espíritu Santo, saltando de gozo en el seno de Santa Isabel al saber que llegaba la Madre de Dios y, con Ella, el Salvador del mundo. Es decir, ya desde el vientre materno Juan el Bautista está ejerciendo su función de anunciar la Primera Venida del Salvador de los hombres, Cristo Jesús. El Bautista salta de gozo porque el Espíritu Santo, enviado por Jesús y el Padre, le anuncia que en el seno virgen de María viene el Redentor de los hombres, Cristo Jesús, que habrá de salvar a los hombres de la oscuridad en la que están inmersos, la triple oscuridad del pecado, del error y de las tinieblas vivientes, los demonios.
La Iglesia celebra entonces la Solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista, Precursor del Señor, debido a que, cuando se produjo la Visitación de la Virgen, con la Virgen llegó Jesús y Jesús sopló sobre el Bautista al Espíritu Santo, por lo cual el Bautista quedó lleno del Espíritu Santo, saltando de gozo en el seno de Santa Isabel al saber que llegaba la Madre de Dios y, con Ella, el Salvador del mundo. Es decir, ya desde el vientre materno Juan el Bautista está ejerciendo su función de anunciar la Primera Venida del Salvador de los hombres, Cristo Jesús. El Bautista salta de gozo porque el Espíritu Santo, enviado por Jesús y el Padre, le anuncia que en el seno virgen de María viene el Redentor de los hombres, Cristo Jesús, que habrá de salvar a los hombres de la oscuridad en la que están inmersos, la triple oscuridad del pecado, del error y de las tinieblas vivientes, los demonios.
El
Bautista es llamado el Precursor por este motivo, porque su vida toda es un
anuncio de la Llegada del Mesías y este anuncio lo hace desde el seno materno.
Luego, con su Nacimiento, profetiza también la Llegada de Cristo, porque anticipa
la Natividad de Cristo el Señor; más tarde, a lo largo de su vida, dedicará
toda su vida terrena a anunciar a Jesús, predicando en el desierto la
conversión para la preparación para la Llegada del Redentor hasta que finalmente
entregue su vida por el Mesías.
Toda
su vida terrena y también su muerte martirial, fueron un canto al Redentor;
todo en el Bautista señalaba a Jesús y como último profeta del Antiguo
Testamento tuvo una vida tan pura y santa por la gracia, que el mismo
Jesucristo dijo no haber entre los nacidos de mujer nadie tan grande como Juan
el Bautista.
No
es casualidad que San Lucas dedique todo un largo capítulo, el primero de su
obra, al nacimiento milagroso del Precursor, ya que el nacimiento de Juan no es
un acontecimiento menor ni circunstancial ni en la vida de Jesús ni en el
anuncio del Evangelio: es quien anunciará a los hombres el más grande anuncio
que la humanidad jamás haya escuchado: ya viene el Redentor de la humanidad, ya
llega el Salvador de los hombres; ya llega el Mesías, que viene a rescatarnos y
a liberarnos de las tinieblas vivientes que nos acechan y a iluminar las
tinieblas en las que vivimos inmersos sin darnos cuenta.
En
el plan salvador de Dios era completamente necesario el Precursor y tanto lo
era, que Dios mismo proveyó de ese Precursor a los hombres, y lo proveyó de
manera milagrosa. La pregunta entonces es la siguiente: ¿en qué consiste ese “plan
salvador” que hacía necesario un precursor? Simplemente porque Dios dispuso que
la salvación, si bien es un hecho divino, porque Él mismo es el Salvador, se
hiciera con la colaboración del hombre: por esto es que Él decide encarnarse,
esto es, sin dejar de ser Dios, asumir una naturaleza humana y por eso es también
que el Nacimiento del Hombre-Dios debía ser en el seno de una familia humana por
lo que, si bien Él es Eterno, nació en el tiempo de la Virgen Madre. Es decir,
todo en el Salvador ocurre por canales humanos y divinos, por lo que era
necesario que el Anuncio de que Él ya estaba en la tierra y que había comenzado
su plan de salvación fuera hecho por medios divinos –las señales que preceden
al nacimiento del Bautista- y por medios humanos –el mismo Bautista, actuando
como el Precursor del Salvador, preparando a la humanidad para que reciba al
Salvador-.
Como
católicos, estamos llamados a imitar a Juan el Bautista; obviamente, no en su
nacimiento, pero sí en su tarea de anunciar al Mesías. El Bautista, al ver
pasar a Jesús, iluminado por el Espíritu Santo que le enviaba el Padre, decía
de Jesús: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Mientras los
demás veían en Jesús solo “al hijo del carpintero”, el Bautista veía en Jesús
al Hijo de Dios encarnado. De la misma manera, nosotros debemos anunciar al
mundo, iluminados por el Espíritu Santo y en la fe de la Iglesia, que la
Eucaristía es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Mientras los
demás ven en la Eucaristía solo un poco de pan bendecido, nosotros vemos lo que
parece pan, pero es el Mesías de Dios, que vino como Niño, que ahora viene a
nosotros oculto en apariencia de pan y que vendrá al fin de los tiempos para
juzgar a los hombres. Así como el Bautista en el desierto, al ver a Jesús,
decía: “Éste es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”, así
nosotros, en el desierto de la vida humana, debemos señalar la Eucaristía y anunciar
a los hombres: “Éste es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo; la
Eucaristía es el Dios Mesías que ha de venir a juzgar a vivos y muertos al fin
de los tiempos; postrémonos ante su Presencia y adorémoslo por su infinito Amor
y Misericordia”.
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