(Domingo
X - TO - Ciclo B – 2018)
“Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos
los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el
Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre” (Mc 3, 20-35). ¿En qué consiste y qué es
el pecado contra el Espíritu Santo, tan grave, que es causa de eterna
condenación? Nadie mejor para responder esta pregunta que su Santidad San Juan
Pablo II[1],
quien dice así, citando a Santo Tomás de Aquino: “¿Por qué la blasfemia contra
el Espíritu Santo es imperdonable? ¿En qué sentido hay que entender esta
blasfemia? Santo Tomás de Aquino responde que se trata de un pecado
“irremisible por su misma naturaleza porque excluye los elementos gracias a los
cuales se concede la remisión de los pecados”. Es decir, según Santo Tomás de
Aquino, el pecado contra el Espíritu Santo es imperdonable –irremisible- porque
“excluye los elementos gracias a los cuales se concede la remisión de los
pecados” y esos elementos son el arrepentimiento sincero y perfecto, la
contrición del corazón y el deseo de la gracia santificante, elementos
esenciales para el perdón de los
pecados. Pecar contra el Espíritu Santo quiere decir desear permanecer en el
pecado y rechazar de plano la gracia santificante, cerrando el corazón,
voluntaria y libremente, a la acción de la gracia y a todo posible
arrepentimiento. Es no solo rechazar el Bien Supremo e Infinito que es Dios,
sino también es desear el Mal en sí mismo, por el mal mismo. Para que Dios
perdone un pecado, necesita que el hombre desee ser perdonado, lo cual implica
desear la gracia y aceptar la gracia que nos lleva a desear ser perdonados.
Cuando no se quiere recibir la gracia, es porque se desea permanecer en el
pecado, libre y voluntariamente, lo cual es un rechazo voluntario y libre de la
santidad otorgada por el Santificador, Dios Espíritu Santo, lo cual a su vez
constituye un agravio al Espíritu Santo, que es imperdonable.
Continúa
el Papa Juan Pablo II, analizando a Santo Tomás: “Según tal exégesis, esta
blasfemia no consiste, propiamente, en decir palabras ofensivas contra el
Espíritu Santo, sino que consiste en no querer recibir la salvación que Dios
ofrece al hombre a través del Espíritu Santo que actúa en virtud del sacrificio
de la cruz”. El pecado contra el Espíritu Santo no es decir palabras ofensivas
contra el Espíritu Santo, sino no querer que el Espíritu Santo actúe en el
propio corazón a través de la gracia, removiendo el pecado y concediendo la
justificación, el estado de gracia, merecido para nosotros por Jesucristo, por
su sacrificio en cruz.
Dice
el Papa: “Si el hombre rechaza la “manifestación del pecado” que viene del
Espíritu Santo (Jn 16,8) y que tiene
un carácter salvífico, rechaza, al mismo tiempo, la “venida” del Paráclito (Jn 16,7), “venida” que tiene lugar en el
misterio de Pascua, en unión con el poder redentor de la Sangre de Cristo,
Sangre que “purifica la conciencia de las obras muertas” (Heb 9, 14). Sabemos que el fruto de una tal purificación es la
remisión de los pecados. En consecuencia, quien rechaza al Espíritu y la Sangre
(cfr. 1 Jn 5, 8) permanece en las
“obras muertas”, en el pecado”[2]. Es
decir, el Espíritu Santo, con su luz, nos ilumina para que nos demos cuenta del
pecado en el que estamos inmersos y a esto se refiere con la “manifestación del
pecado” que viene del Espíritu Santo; si se rechaza esta luz del Espíritu Santo
que nos hace ver nuestro pecado, se rechaza al mismo tiempo al Espíritu Santo
que viene con la Sangre de Cristo, Sangre que “purifica al alma de las obras
muertas”, al remitir los pecados. Quien rechaza al Espíritu Santo rechaza la
Sangre de Cristo –y también, el que rechaza la Sangre de Cristo rechaza al
Espíritu Santo, que viene con la Sangre de Cristo- y por lo tanto, permanece en
las obras muertas del pecado, permanece en el pecado.
Puesto
que el Espíritu Santo es Dios Santificador, ya que a Él se le atribuye la obra
de la santificación de las almas –a Dios Padre se le atribuye la Creación y a
Dios Hijo la Redención-, el rechazo del Espíritu Santo constituye una blasfemia
contra la Tercera Persona de la Trinidad porque no se lo quiere, ni a Él, ni a
su obra, que es la remisión de los pecados y la santificación del alma, según
afirma el Papa Juan Pablo II: “Y la blasfemia contra el Espíritu Santo
consiste, precisamente, en el rechazo radical de esta remisión de la cual él es
el dispensador íntimo, y que presupone la verdadera conversión que él opera en
la conciencia”[3].
Si se rechaza al Espíritu Santo, se rechaza su acción santificadora y se impide
la verdadera conversión, permaneciendo el alma en el pecado por su propia
decisión.
El
pecado contra el Espíritu Santo no puede perdonarse, ni en este mundo ni en el
otro, porque el alma voluntariamente rechaza a Aquél que es el único que puede
convertirla, dándole la gracia del arrepentimiento perfecto del corazón y
llenando el alma de la gracia santificante. En otras palabras, el alma peca
contra el Espíritu Santo cuando no desea convertirse ni hacer penitencia: “Si
Jesús dice que el pecado contra el Espíritu Santo no puede ser perdonado ni en
este mundo ni en el otro es porque esta “no-remisión” está ligada, como a su
causa, a la “no-penitencia”, es decir, al rechazo radical de convertirse...”[4].
Los
que así obran, cierran libremente las puertas de sus corazones a la acción
santificadora del Espíritu Santo, para permanecer en el pecado: “El hombre
permanece encerrado en el pecado, haciendo, pues, por su parte, imposible la
conversión y, por consiguiente, también la remisión de los pecados, la cual él
no juzga esencial ni importante para su vida. En este caso, hay una situación
de ruina espiritual, porque la blasfemia contra el Espíritu Santo no permite al
hombre salir de la cárcel en la cual él mismo se ha encerrado”.
Continúa
el Papa Juan Pablo II: “La blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado
cometido por el hombre que presume y reivindica el “derecho” a perseverar en el
mal –en el pecado, cualquiera que sea su forma- y por ahí mismo rechaza la
Redención”. Tomar al pecado como “derecho humano”, es la máxima expresión de la
malicia del corazón humano y la máxima ofensa contra el Espíritu Santo: en esta
situación se comprenden todos aquellos pecados que el hombre reclama como
“derechos”, como por ejemplo, el homomonio o unión marital entre personas del
mismo sexo; la eutanasia, considerada como el derecho al suicidio; el aborto,
es decir, el asesinato del niño por nacer, considerado como derecho humano,
como derecho de la mujer. Enarbolar estos crímenes, estos pecados que claman
venganza al cielo, como si fueran “derechos humanos” es propiamente pecar
contra el Espíritu Santo, es blasfemar contra la santidad de Dios Trino, porque
es elegir al mal y al pecado en lugar de la santidad divina.
El
suicidio asistido encubierto bajo la falsa piedad de la eutanasia; la unión de
tipo marital entre personas del mismo sexo; el asesinato salvaje del niño por
nacer en el vientre de la madre por medio del crimen del aborto son, entre
muchos otros, pecados contra el Espíritu Santo. Dios Trino nos libre de llamar
“al mal bien y al bien mal”[5],
que es en lo que se manifiesta el pecado contra el Espíritu Santo y que por
intercesión de María Santísima abramos nuestros corazones, siempre y en todo
momento, a la acción santificadora del Santo Espíritu de Dios.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. Is 5, 20: “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que
tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por
dulce y lo dulce por amargo!”.
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