“Entrad
(al Reino de Dios) por la Puerta estrecha” (Mt 7, 6. 12-14). Jesús
utiliza las figuras de dos puertas, una estrecha y otra ancha y espaciosa, para
describir lo que nos espera más allá de esta vida terrena, la vida eterna. De las
dos puertas, Jesús nos advierte que, para entrar en el Reino de Dios, debemos
elegir la puerta estrecha. ¿Qué es la “puerta estrecha”? O mejor, ¿quién es la “puerta
estrecha”? La Puerta estrecha es Él, Jesús, el Hombre-Dios, porque Jesús mismo
se adjudica, para Sí, el nombre de “puerta”: “Yo Soy la Puerta” (Jn 10,
9). Jesús, su Sagrado Corazón Eucarístico, es la Puerta que nos conduce a algo
infinitamente más hermoso que el mismo Reino de los cielos y es el seno del
Eterno Padre, que es de donde Él, Jesús, procede. Él es la Puerta que nos
conduce desde la temporalidad de nuestra historia, que se desenvuelve en el
tiempo, a la feliz eternidad, a la eternidad bienaventurada que es el seno del
Eterno Padre. Él, en la Eucaristía, es la Puerta a la eterna felicidad: “Yo, Presente
en Persona en la Eucaristía, Soy la Puerta abierta al Padre”. También nos
advierte Jesús que esta Puerta, que es Él, es “estrecha”, porque no se puede
abrir esta Puerta sino es por medio de la gracia santificante; no se abre la
Puerta si no hay obras de misericordia; no se abre la Puerta si no se ama al
enemigo, si no se perdona al que nos ofende, si no se lleva consigo la Cruz de
cada día.
La
otra imagen que utiliza Jesús para referirse a la vida eterna, es la de la
senda o puerta ancha, espaciosa: esta senda o puerta ancha, es la senda del
mundo, que está en contra de Cristo, es la anti-puerta del Anticristo. Es una
senda fácil de recorrer, porque no se necesita vivir según los Mandamientos de
Dios: se puede vivir en concubinato, se puede cambiar de pareja cuando se
quiera; se puede vivir la impureza del cuerpo y de la mente sin ninguna
preocupación, porque para quien vive según la ley del Anticristo, nada es
pecado, el pecado es bueno y la virtud es algo anticuado, pasado de moda. La puerta
ancha es fácil de recorrer, porque se puede prescindir de Dios y de Cristo, se
puede vivir ya no solo como si Dios no existiese, sino como si Cristo nunca
hubiera venido a salvarnos por el sacrificio de la Cruz. Es una puerta ancha,
fácil de recorrer, pero conduce a un lugar opuesto al Reino de los cielos, conduce
al reino de las tinieblas, reino del horror, del espanto y del dolor, reino del
cual no se sale más.
“Entrad
(al Reino de Dios) por la Puerta estrecha”. Puestos en la encrucijada de elegir
entre la Puerta estrecha y la senda ancha, elijamos la Puerta estrecha, el
Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.
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