“Nunca jamás coma nadie de ti” (Mt 11, 11-26). Jesús
maldice la higuera. Jesús tiene hambre y se dirige a una higuera frondosa,
llena de hojas verdes, pero sin ningún fruto. Acto seguido, maldice a la
higuera sin fruto y esta, al día siguiente, amanece seca. Esta acción de Jesús
tiene varias enseñanzas. El hecho de maldecir a la higuera y el rápido
marchitamiento de esta, tienen la intención, por parte de Jesús, de fijar en
las mentes y corazones de sus discípulos algo que ellos no podían percibir
inmediatamente[1].
La lección principal del suceso es que quienes no llegan a producir el fruto de
obras buenas, los frutos que Cristo desea, serán castigados, pues la misericordia
divina tiene un límite y es el tiempo de esta vida terrena. Si al término de la
vida terrena el alma no ha producido frutos de santidad, ya no podrá
producirlos nunca más en la otra vida, pues significa que está condenada para
siempre. La lección se aplica en primer lugar a los judíos, que, al no
responder a su llamado, al rechazarlo a Él como al Mesías, no pueden producir
frutos de santidad, pues no poseen la gracia santificante que concede Cristo. Pero
también es aplicable en cualquier tiempo y de modo especial a los cristianos,
que son cristianos solo de nombre, pero que no practican la religión, porque
consideran a la religión y a sus sacramentos, a sus dogmas y a sus mandamientos,
como algo pasado de moda o algo inútil para la vida de todos los días.
La rapidez con la que se seca la higuera, es una muestra del
poder de Jesús, que como sacerdote puede bendecir y también maldecir, poder que
se transmite a los sacerdotes ministeriales. Esto significa que el sacerdote ministerial
también puede maldecir, pues quien hace lo más, que es bendecir, puede hacer lo
menos, que es maldecir. La maldición sacerdotal es más fuerte que cualquier
maldición que puedan invocar las brujas y brujos e incluso hasta los demonios
del Infierno, aunque esta maldición debe estar justificada, como el ataque sin
piedad a Dios, a la Patria y a la Familia.
La maldición de la higuera sin frutos era necesaria para que
sus discípulos se dieran cuenta de su poder divino, poder utilizado en este caso
para castigar, como anticipo del poder de la Divina Justicia que castiga para
siempre al impenitente en el Infierno. También es necesaria para que los discípulos
sepan que Dios castiga con la maldición, en la otra vida principalmente, a
quienes profanen el Nombre de Dios, la Patria o la Familia.
[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada
Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 528 ss.
No hay comentarios:
Publicar un comentario