(Ciclo A – 2023)
El Evangelio relata la Transfiguración del Señor de la
siguiente manera: “(los vestidos de Jesús) se volvieron de un blanco deslumbrador,
como no puede dejarlos ningún batanero[1] en
el mundo”. Esto nos lleva preguntarnos qué es un “batanero” y la Real Academia
Española nos dice que es la persona que trabaja con un “Batán”[2],
siendo el batán una especie de máquina hidráulica que se usaba ya sea para cambiar
la textura de la prenda -dejándola más compacta-, ya sea para desengrasarla, es
decir, limpiarla. A falta de una palabra adecuada que pueda revelar la
naturaleza de la Transfiguración del Señor, el Evangelista utiliza una palabra
conocida en la época y es la de “batanero”. De esta manera, describe la
Transfiguración, la cual es, en realidad, una epifanía, es decir, una
manifestación visible de la gloria divina, una manifestación visible de la
gloria de Dios Uno y Trino. En el Monte Tabor, Jesús se transfigura delante de Pedro,
Santiago y Juan, es decir, revela visiblemente la gloria divina que brota de
Acto de Ser divino trinitario, con lo cual sus Apóstoles tienen, además de los
milagros que hace Jesús, una prueba irrefutable de que Cristo es Dios y no simplemente
un hombre santo o un profeta santo. La primera epifanía se dio en Belén, cuando
Jesús Niño se transfigura y deja manifestarse visiblemente su gloria divina; la
otra epifanía es su Bautismo en el río Jordán y ahora con esta, completa las
tres epifanías con las cuales Jesús demuestra que es Dios Hijo encarnado, la
Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth.
En relación a los judíos, la Transfiguración es en
realidad una continuación de la revelación recibida por los judíos a través de
los profetas, entre ellos, el Profeta Daniel. Si hubieran prestado atención a
esta revelación de los profetas, no habrían crucificado al Señor de la gloria,
Cristo Jesús. Es decir, los judíos, en cierto sentido, siendo el Pueblo Elegido,
habían recibido ya en anticipo, a través del Profeta Daniel, el momento de la
Transfiguración de Jesús, aunque no supieron que se trataba de Jesús de
Nazareth sino hasta después la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. La Transfiguración
de Jesús está anticipada en Daniel, cuando el Profeta describe la divinidad de
Jesús, al ver a un “anciano sentado en unos tronos” -Dios Padre-, con una cabellera
como lana limpísima -es la divinidad lo que señala como “limpísimo”-; el
profeta describe el trono del anciano como “llamas de fuego”, con llamaradas que
brotaban de las ruedas -anticipo del Espíritu Santo, quien se manifiesta como “fuego”
en Pentecostés-; el “río impetuoso de fuego” es el Espíritu Santo, y los “millones
de millones que le servían” al anciano, representan a las almas de los santos y
también a los ángeles que perseveraron fieles a la Trinidad y no se rebelaron.
Luego Daniel relata que se “abren los libros” -es la Palabra
de Dios escrita, la Sagrada Escritura-, al mismo tiempo que aparece “una
especie de hombre venir entre las nubes del cielo” y ese hombre es Jesús de Nazareth,
a quien Dios Padre le da “el poder, el honor y el reino” y este poder será “eterno”
y su “reino no acabará”, porque Jesús será ensalzado en la gloria, a la diestra
de Dios Padre, luego de su Pasión, Muerte y gloriosa Resurrección. Entonces, como
ya lo dijimos anteriormente, el pueblo judío había recibido, aunque en figuras
que no podían comprender, la revelación de Dios como Uno y Trino y la
revelación de Jesús de Nazareth como el Hombre-Dios, como Dios Hijo que se
encarna sin dejar de ser Dios -y que prolonga su Encarnación en la Eucaristía-.
La Transfiguración de Jesús en el Monte Tabor estaba contenida, en figura, en
la revelación recibida por el Pueblo Elegido.
Otro aspecto a tener en cuenta en la Transfiguración
es que, del mismo modo a como la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor no
se entiende si no es a la luz del Monte Calvario, así también los judíos,
habiendo recibido en anticipo la divinidad de Jesús, “el hijo de hombre”, a través
del Profeta Daniel, así también (los judíos) habían recibido, en anticipo, la
sangrienta Pasión del Hombre-Dios Jesucristo, en las visiones del “Cordero
inmolado por nuestros pecados”, según el Profeta Isaías.
La Transfiguración en el Monte Tabor no se entiende si
no es a la luz de otro monte, el Monte Calvario: entre estos dos montes, se
desarrolla el drama del misterio salvífico de Jesús: en el Monte Tabor, lugar
de la Transfiguración, Jesús se reviste de su gloria divina, la gloria divina y
eterna que Él poseía desde toda la eternidad como Hijo de Dios; en el Monte
Calvario, Jesús se reviste de su propia Sangre, la Sangre gloriosa del Cordero
de Dios, que se derrama para obtener el perdón divino para la humanidad. Por esto
mismo, si el Monte Tabor es obra de Dios Padre -porque la gloria que Jesús manifiesta
es la gloria que Él como Hijo recibe del Padre desde la eternidad-, del mismo
modo podemos decir que el Monte Calvario, en donde Jesús se cubre no de luz
divina sino de su propia Sangra, que brota de sus heridas abiertas, es obra de
nuestras manos, porque somos nosotros los que, con nuestros pecados, golpeamos
la Humanidad Santísima de Jesús hasta hacerla sangrar y esto es así porque el
pecado, una vez cometido, no se disuelve en el aire, sino que impacta, con
mayor o menor violencia, en la Humanidad Santísima de Jesús. Es por esto que,
si en el Tabor lo vemos resplandeciente de luz y de gloria divina, concedida
por el Padre, en el Monte Calvario lo vemos cubierto de sangre y de heridas
abiertas, provocadas por nuestros pecados.
Por esto mismo, porque la Transfiguración está
íntimamente ligada a la Pasión del Señor, hagamos el propósito de no lastimar
más a Jesús con nuestros pecados; hagamos el propósito de no abrir más heridas
en su Humanidad Santísima, evitando el pecado; hagamos el propósito de vivir en
estado de gracia, para recibirlo con su Humanidad gloriosa y con toda la gloria
de su Ser divino trinitario, en la Sagrada Eucaristía. Pidamos la conversión
eucarística, para nosotros y para nuestros seres queridos, para adorar en la Santa
Misa al Cordero de Dios que sangra en la Pasión y derrama su Sangre en el Cáliz
y que revela su gloria divina en la Sagrada Eucaristía.
[2] 1. m. Máquina generalmente hidráulica, compuesta de gruesos mazos de madera, movidos por un eje, para golpear, desengrasar y enfurtir los paños; https://dle.rae.es/bat%C3%A1nA1n
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