“Llega el Esposo, salid a recibirlo” (Mt 25,
1-13). Como en toda parábola, en la parábola de las vírgenes necias y las
vírgenes prudentes, debemos reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales;
solo así estaremos en grado de aprehender el sentido último, espiritual y
sobrenatural, que nos transmite Nuestro Señor Jesucristo.
El Esposo que regresa ya entrada la noche, es Nuestro
Señor Jesucristo, en su Segunda Venida gloriosa, en el Día del Juicio Final; la
noche, representa el fin de la historia humana, caracterizada por la
temporeidad y la espacialidad, y caracterizada por lo tanto por la medición del
tiempo en años, meses, días, horas, antes de la convergencia del tiempo y del
espacio en el vértice de ambos, convergencia que abre las puertas a la
eternidad; la noche también representa el estado espiritual de la humanidad al
momento de la Segunda Venida de Nuestro Señor: la oscuridad cósmica es una
figura de la oscuridad espiritual, oscuridad causada por la propia alma humana,
que en sí misma es oscuridad, pero también por la práctica, por parte de casi
toda la humanidad, del paganismo -brujería moderna o Wicca- del ocultismo, del
satanismo y la proliferación de toda clase de ideologías anti-cristianas, como
el comunismo, el socialismo, el marxismo, el liberalismo, el neo-liberalismo;
las vírgenes necias representan a las personas humanas que, habiendo recibido
el bautismo sacramental y la Sagrada Eucaristía y la Confirmación, fueron
necios o perezosos -la pereza corporal y espiritual es un pecado mortal- en
mantener encendida la llama de la fe que se les concedió en el Bautismo,
abandonando la práctica cristiana y llevando una vida mundana y neo-pagana:
estas personas, al momento del regreso de Nuestro Señor Jesucristo al fin de
los tiempos, no estarán preparadas para recibirlo, por lo cual quedarán afuera
del Reino de los cielos; las vírgenes prudentes representan a las almas que,
conociéndose pecadoras, se esforzaron no obstante por llevar una vida de
santidad, con lo cual, al momento de la Segunda Venida de Nuestro Señor, tienen
sus lámparas -almas- llenas con el aceite, que representan la gracia
santificante, y la mecha de la lámpara encendida, lo cual representa la luz de
la fe, una fe activa y operante, una fe que ilumina la vida propia y la vida de
los demás; finalmente, el banquete de bodas al que ingresa el Esposo, acompañado
por las vírgenes prudentes, representa el Reino de los cielos. Si al final de
nuestra vida terrena queremos ingresar en el Reino de los cielos para adorar al
Esposo, Nuestro Señor Jesucristo, entonces imitemos a las vírgenes prudentes,
manteniendo siempre encendida la luz de la Santa Fe Católica, tal como se
encuentra en el Credo de los Apóstoles.
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