(Domingo XIX - TO - Ciclo A – 2023)
“Los discípulos gritaron de miedo, pensando que era un
fantasma” (Mt 14, 22-23). El episodio del Evangelio nos relata que, por
orden de Jesús, los discípulos suben a la barca y comienzan a navegar para alcanzar
la otra orilla, mientras Él se queda despidiendo a la gente. Después de
despedir a la gente, Jesús sube al monte a orar y se queda en el monte orando
hasta que se hace de noche. Mientras tanto, los discípulos continúan navegando
en la barca dirigiéndose a la otra orilla, como les ha ordenado Jesús. Mientras
navegan, al poco tiempo, empieza a soplar un viento fuerte, que levanta olas y
hace moverse a la barca de un lado a otro; el Evangelio dice que “el viento era
contario” y por eso la barca era “sacudida por las olas”. Por otra parte, a
raíz del viento, la navegación se les hace muy difícil -tenían el viento en contra-
y así el tiempo pasa y la tarde-noche se convierte en madrugada, mientras los
discípulos continúan lidiando con la nave, tratando de llegar a la otra orilla.
Es en ese momento cuando Jesús, que se había quedado orando en el monte, se les
acerca, pero no en otra barca, sino caminando sobre las aguas. La reacción de
los discípulos, al ver a Jesús caminar sobre las aguas, es del todo inesperada:
en vez de alegrarse por ver a su Maestro que acude en su auxilio, dice el Evangelio
que “se asustan y comienzan a gritar llenos de miedo” al confundir a Jesús con
un “fantasma”. Jesús les dice que se tranquilicen, que es Él y es ahí cuando
Pedro le pide que lo envíe a ir a Él, también caminando sobre las aguas. Jesús
le concede el pedido y Pedro comienza a caminar sobre las aguas, pero al sentir
la fuerza del viento, comienza él también a hundirse, al punto que le pide a Jesús
que lo auxilie: “Jesús, sálvame”. Jesús extiende su mano, lo pone a salvo en la
barca, no sin antes reprocharle la falta de fe: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has
dudado?”. Inmediatamente después de subir Jesús a la barca, el viento cesa de soplar;
entonces, todos los discípulos se postran ante Jesús para adorarlo, mientras
confiesan, junto con Pedro, la divinidad de Jesús: “Tú eres el Hijo de Dios”.
Para aprehender el sentido sobrenatural del episodio,
debemos reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales. Así, la
barca de Pedro es la Iglesia; Pedro y los discípulos dentro de la barca son
todos los bautizados a lo largo de la historia; el mar es el mundo, entendido
como el devenir, en el tiempo y en el espacio, de la historia humana, tanto a
nivel de especie o raza humana, como a nivel personal; el viento que “sacude la
barca de Pedro” y que es “contrario a la barca”, impidiéndole o dificultándole
su avance, es el Demonio y sus ángeles caídos, pero además los hombres malvados
que rechazan la salvación de Jesús y se unen a los demonios en su intento de
hundir a la Iglesia; el caminar de Jesús sobre las aguas, es un milagro más que
demuestra su divinidad, demuestra que Él es quien dice ser, el Hijo de Dios;
Pedro, caminando sobre las aguas, pero luego hundiéndose al sentir la fuerza
del viento, representa la fe de los bautizados en la Iglesia: creen en Jesús,
en su Presencia real en la Eucaristía, pero ante la menor tribulación, dejan de
creer en Jesús Eucaristía y comienzan a hundirse en la maraña de tribulaciones
y adversidades que presenta la vida humana.
¿Qué otra enseñanza nos deja este episodio? Por parte
de los discípulos, queda en evidencia su cobardía, su falta de fe en Jesús o su
falta de conocimiento de Jesús a pesar de ser sus discípulos, porque no lo
reconocen; se da también entre los discípulos un estado de confusión de lo
sagrado con lo diabólico ya que un fantasma es un espectro, un demonio que
viene del inframundo y se manifiesta en forma humana y Jesús jamás puede ser un
fantasma y esta confusión hace ver que el Anticristo será capaz de engañar a
muchos dentro de la Iglesia; luego, en Pedro, se observa también falta de fe en
Jesús y al igual que en los otros discípulos, se observa cobardía, porque su fe
empieza a hundirse, a medida que él se hunde, al soplar el viento. Al final, hay
un hecho a favor de Pedro y los discípulos y es que, si al principio lo
confundieron con un fantasma, al final del episodio lo reconocen como Dios Hijo
encarnado y se postran en adoración ante Jesús.
“Los discípulos gritaron de miedo, pensando que era un
fantasma”. Muchos en la Iglesia viven sus vidas como si Jesús fuera un
fantasma, un espectro, o un ser sin identidad real y esto es comprobable al
notar cómo la inmensa mayoría de los católicos no vive según los Mandamientos
de la Ley de Dios, no vive según los Consejos Evangélicos de Jesús, no vive con
la gracia santificante, que hace participar de la vida divina trinitaria de Jesús.
Pidamos la gracia de no confundir a Jesús con un fantasma; Jesús es Dios y está
vivo, glorioso y resucitado, en la Sagrada Eucaristía. Y como Pedro y los
discípulos, postrémonos en adoración ante su Presencia Eucarística y Jesús nos
dará, al debido tiempo, la paz, la fortaleza, la alegría divina que necesitamos
en el dirigirnos a la Jerusalén celestial.
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