“¡Ay de vosotros, fariseos hipócritas!” (Mt 23,
27-32). Jesús trata muy duramente a los fariseos, quienes eran un movimiento
político-religioso judío, creían en la Ley de Moisés y ejercían las funciones
sacerdotales judías, haciendo hincapié en la pureza sacerdotal, tanto para
ellos, los fariseos, como para el resto del Pueblo Elegido[1].
Luego formarían la base para el judaísmo rabínico, surgido en el siglo II d. C.
A pesar de esto, es decir, a pesar de formar una parte importante para el
Pueblo Elegido, puesto que eran los sacerdotes en el tiempo de Jesús, Él,
Jesús, los trata muy duramente, calificándolos de “hipócritas”.
Ahora bien, siendo Jesús el Hombre-Dios y el Sumo y
Eterno Sacerdote, no hace esta acusación en vano y acto seguido, da las razones
del porqué les dice esto: los fariseos, según el dictamen de Jesús, habían
invertido la Ley de Moisés y habían reemplazado el amor a Dios y al prójimo,
por el amor egoísta a sí mismos, porque buscaban ser reconocidos por los
hombres, buscaban el halago de sí mismos y además se apropiaban indebidamente
de los tesoros del templo; además, exigían a los demás el cumplimiento de
normas absurdas, que eran normas inventadas por ellos, colocando el
cumplimiento de estas normas humanas, por encima del primer y más importante
mandamiento de la Ley, el amor a Dios y al prójimo.
Esta inversión de la Ley, dejar de lado el mandamiento
de amar a Dios y al prójimo, por normas humanas inventadas por los fariseos
mismos y el deseo de vanagloria y de bienes materiales, es lo que lleva a Jesús
a calificarlos de “hipócritas”, porque hacia afuera, hacia los demás,
aparentaban piedad, devoción y amor a Dios, mientras que por dentro, estaban “llenos
de rapiña”, como les dice Jesús, comparándolos con las tumbas de los
cementerios: por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de
cadáveres en proceso de putrefacción, porque se aman a sí mismos y no a Dios en
primer lugar, cometiendo el mismo pecado de soberbia del Ángel caído, Satanás.
“¡Ay de
vosotros, fariseos hipócritas!”. No debemos creer que la dura acusación de Jesús
a los fariseos se limita a ellos: también nosotros, que formamos el Nuevo
Pueblo Elegido, podemos cometer los mismos pecados de los fariseos, la
soberbia, la avaricia, la auto-idolatría y, por lo tanto, podemos ser objetos
de la misma acusación de Jesús. Para que esto no suceda, debemos esforzarnos
por hacer lo que Jesús nos dice en el Evangelio: “Aprendan de Mí, que soy manso
y humilde de corazón”.
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