(Domingo XXIX - TO - Ciclo A – 2023)
“Dad al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 15-21). En
este Evangelio, los fariseos tratan de atrapar a Jesús con una pregunta. Para poder
entender un poco mejor lo que ocurre entre Jesús y sus enemigos, es necesario
colocar la escena en el contexto que la caracteriza. Por un lado, no hay que
olvidar que Palestina estaba ocupada por un imperio extranjero, el imperio romano,
por lo cual se debía pagar obligatoriamente un impuesto a Roma; de ahí la
pregunta que harán los fariseos acerca de si debe pagar o no el tributo al César.
Por otro lado, quienes van a preguntar a Jesús, son estudiantes del rabinato, es
decir, son integrantes religiosos, que no han alcanzado todavía el grado de
rabinos; estos van acompañados por el grupo de los herodianos, una secta
política y no religiosa, partidarios de la dinastía de Herodes el Grande, los
cuales quieren ver restablecido el poder político del rey de los judíos desde
el punto de vista terreno, el rey Herodes. Es importante tener en cuenta que los
fariseos, que eran antiherodianos, no compartían las creencias religiosas de
los fariseos, o sea, eran enemigos entre sí; sin embargo, a pesar de esta
enemistad, los dos grupos coincidían en su táctica de sumisión y obediencia transitoria
a Roma y su imperio y puesto que los dos grupos -fariseos y herodianos- estaban
satisfechos con este status quo, con esta situación de las cosas, los dos
también estaban interesados en sofocar o reprimir cualquier movimiento que pudiera
aparecer como amenazante de esta situación de conformidad con la sumisión a
Roma.
Ambos grupos comienzan su interpelación a Jesús con un
cumplido, con un halago, pero no porque realmente pensaran que tenían esta
consideración a Jesús, sino para desarmar emocionalmente a su interlocutor
-Jesús- tratando desde el inicio de ponerlo de su lado. Como saben que Jesús es
un Maestro religioso que tiene independencia de juicio -no se deja arrastrar
por las mentiras de ninguno-, tratan de sonsacar, de Jesús, una declaración que
rompiera el status quo, el objetivo de estos dos grupos el de hacer
decir algo a Jesús que fuera contra el Imperio Romano, con lo cual tendrían
algo para acusarlo ante las autoridades romanas, como, por ejemplo, del delito
de conspiración y de rebelión contra las autoridades romanas. Insisten tendenciosamente
en la bien conocida independencia de juicio del Maestro y su franqueza frente
al poder constituido. Insistiendo en esto, parece como si esperasen una
declaración antirromana por parte de Jesús.
El uso de la palabra “tributo” parece abarcar, en este
pasaje, no solo un impuesto, sino todos los impuestos que han de ser pagados por
los judíos al poder civil, dominante, los romanos. La pregunta que le hacen los
fariseos y los herodianos es hecha con total mala fe, puesto que hacía mucho
tiempo que fariseos y herodianos habían acomodado sus conciencias al pago del
tributo -en otras palabras, le van a preguntar a Jesús si se debe pagar el
tributo a Roma, cuando ellos ya han decidido, desde hace tiempo, que sí se
puede pagar; en consecuencia, le y plantean a Jesús un dilema. Si Jesús les a aconseja
no pagarlo, que era la respuesta que ellos esperaban, para poder así acusarlo
ante las autoridades romanas, acudirían de inmediato ante los romanos para
acusarlo de sedición contra el imperio. Esta situación había ya ocurrido con el
pseudomesías Judas el galileo, el cual, rebelándose contra el pago del tributo,
había sido abatido por los romanos, hacía unos veinte años antes, el 7 d. C. y
esta situación es la que los judíos quieren que se repita. La otra respuesta
posible, es que aconsejara pagar el tributo, con lo cual vería su liderazgo y
su imagen de Mesías perjudicadas ante el pueblo, puesto que para el pueblo el
mesianismo es interpretado en un sentido terrenal, en el sentido de independencia
del yugo extranjero. Nuestro Señor, conociendo la falsedad de la pregunta y la
doble trampa que implica, podía negarse a responder, pero no lo hace.
Como otras
veces, pregunta a sus opositores para que contribuyan a su propia ruina y le para
esto, le muestran un denario de plata, la moneda romana con la que era muy
frecuente pagar las contribuciones. La moneda era probablemente de Tiberio
(14-37 d. C.), con la cabeza laureada de este emperador, en el anverso, y la
inscripción: “Ti (berius) Caeser Divi Aug (usti) F(ilius) Augustus”. La lógica
de Jesús es que, la moneda, como se ve claramente, procede del César, es del
César y es natural que deba serle “devuelta”. De esta manera, Jesús coloca a
las transacciones civiles en un plano y a los derechos de Dios en otro, con lo
cual no existe entre ambos ningún antagonismo inevitable, con tal que (como
sucedía en el caso de las relaciones de Roma con los judíos) las exigencias políticas
no obstaculicen los deberes de los hombres para con Dios. La respuesta es sencillísima,
pero asombra a los adversarios porque ni siquiera habían pensado en el sencillo
principio de donde brota. El mesianismo para ellos era inevitablemente un movimiento
político y su dilema resultaba exhaustivo y fatal. Lo que ellos no tenían en
cuenta es que la naturaleza del mesianismo de Nuestro Señor es del orden espiritual,
con lo cual suministra la tercera alternativa, que consiste no en un compromiso,
sino en una obligada delimitación de esferas de competencias: “Al César lo que
es del César; a Dios, lo que es de Dios”. Con esta respuesta, Jesús desarma
intelectualmente a sus opositores y desarma también la trama que le habían
tendido: según ellos, si respondía que sí había que pagar el tributo, entonces
era culpable del delito de sedición y de resistencia a la autoridad civil, en
este caso el Imperio Romano; si respondía que sí había que pagar, entonces lo
acusarían ante sus seguidores, diciéndoles que su Maestro era un servidor de
Roma y no de Israel, con lo cual buscaban debilitar la fe que los discípulos
tenían en Él y así disminuir en gran número a quienes se sumaban a Cristo.
Dada esta
respuesta de Jesús y puesto que es la respuesta para nosotros, debemos entonces
preguntarnos qué es lo que le corresponde al César y qué es lo que le
corresponde a Dios, en nuestra vida personal. Al César, entendido como la
autoridad civil, el gobierno actual, el régimen de gobierno, etc., le
corresponde lo que es del César, es decir, los impuestos, tomados en sentido
general, pero esto, también tiene sus límites, según la doctrina católica, como
por ejemplo: no se deben pagar impuestos excesivamente gravosos, o a políticos
corruptos, o impuestos que financien actividades homicidas y anticristianas,
como el aborto, la eutanasia, la ideología LBGBT, o que financien cualquier
actividad política dirigida a la sociedad pero que sea contraria a los principios
cristianos, como las actividades de las ideologías anticristianas como el
socialismo, el comunismo, el liberalismo, la masonería, etc. Nada de este debe
solventar el verdadero cristiano, puesto que está incurriendo en falta con
Dios. Si el impuesto es justo, regresa en obras para la sociedad y no es
contrario a la doctrina de Cristo, entonces sí se debe pagar.
¿Y qué
es lo que debemos dar a Dios? A Dios, lo que es de Dios: nuestro acto de ser y
nuestra existencia, porque es nuestro Creador; debemos darle nuestra alma y
nuestro cuerpo, porque nos rescató al precio de su Sangre Preciosísima derramada
en la Cruz, convirtiendo nuestro corazón en sagrario viviente para la Sagrada
Eucaristía y nuestro cuerpo en templo del Espíritu Santo. Puesto que somos
suyos, somos de su pertenencia, somos más hijos de Dios que de los propios
padres biológicos, debemos entregarle nuestros pensamientos, siempre elevados a
Él, pensamientos que deben ser de adoración hacia la Trinidad, de
agradecimiento, de reparación; pensamientos que deben ser, para con el prójimo,
de perdón, de misericordia, de paz, de comprensión, de caridad; a Dios le
pertenecen nuestras palabras, que siempre deben ser de bondad, de misericordia,
de perdón, porque deben surgir del corazón renovado y purificado por la gracia;
a Dios le pertenecen nuestras obras, las cuales deben ante todo demostrar la
fe, ya que la fe sin obras está muerta y a Dios le pertenece nuestra fe, la
cual debe demostrarse con obras de misericordia. Solo así daremos "al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios".
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