“¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo para
acabar con ellos?” (Lc 9, 51-56). Esta
frase de los discípulos de Jesús nos revela varios datos interesantes. Por un
lado, revela que, a los discípulos más estrechos de Jesús, les ha sido
concedida la participación en los poderes divinos de Jesús; es decir, Jesús,
siendo Dios, tiene poder sobre la naturaleza y sobre todo lo creado, como por
ejemplo, el hacer caer “fuego del cielo”, literalmente, tal como sucedió en
Sodoma y Gomorra y es este poder divino del cual los discípulos son hechos
partícipes.
Por otro lado, revela que los discípulos de Jesús, si
bien son conscientes del poder divino que han recibido de parte de Jesús, no
han comprendido sin embargo el mandato de Jesús en relación a los enemigos:
Jesús ha venido no solo para abolir la ley del Talión que prescribía el
devolver la misma cantidad de daño recibida por el enemigo: “Ojo por ojo y
diente por diente”, sino para instaurar una nueva ley, basada en la caridad o
amor sobrenatural al prójimo por amor a Dios: “Amen a sus enemigos”. Los discípulos
de Jesús no han entendido o no han asimilado esta nueva ley de la caridad de
Nuestro Señor Jesucristo y por eso es que piden permiso a Jesús para aniquilar
a sus enemigos –en este caso, los samaritanos-, haciendo caer fuego del cielo
sobre ellos.
La respuesta de Jesús esclarece la situación: “Ustedes
no saben a qué espíritu pertenecen” y es precisamente eso, el hecho de ya no
pertenecer al espíritu de la venganza humana, del rencor, de la enemistad para
con el enemigo. Los discípulos ahora pertenecen al Espíritu de Dios, el
Espíritu del Divino Amor, que une en el Amor Eterno al Padre y al Hijo.
Por último, Jesús sí quiere enviar otro fuego, pero es
un fuego distinto al fuego destructor de la tierra; es un fuego que no destruye ni
calcina aquello que alcanza, porque es un fuego que no quema los cuerpos, sino
que enciende las almas en el Amor de Dios y este Fuego Santo es el Fuego del
Divino Amor, el Espíritu Santo. Es el Fuego que Jesús, ya resucitado y
glorificado, enviará junto al Padre a la Iglesia, en Pentecostés; es el Fuego
que concederá el Amor Divino a los integrantes de la Iglesia Católica y hará
que se asombren quienes lo puedan comprobar: “Mirad cómo se aman”.
“¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo para
acabar con ellos?”. Nuestro Señor Jesucristo quiere que toda la humanidad se
encienda en el Fuego del Divino Amor y
para ello envía, a lo más profundo del ser de quien lo reciba sacramentalmente,
el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo.
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