“Se os pedirá cuenta de la sangre de los profetas” (Lc
11, 47-54). El Hombre-Dios Jesucristo acusa, a escribas y fariseos, de ser los
descendientes de quienes mataron a los profetas y, de modo particular, a los
escribas, de tener “la llave del saber” y de “no entrar ellos” y de tampoco “dejar
entrar” a quienes querían entrar.
Las acusaciones de Jesús no son infundadas ni mucho
menos, son reales; tampoco es que Jesús sabe que los profetas fueron asesinados
porque alguien se lo dijo, sino que Él lo sabe porque es Dios, es decir, es Él,
quien, a través del tiempo, envió a profetas, a hombres sabios, a hombres justos,
al Pueblo Elegido, para anunciarles la pronta Llegada del Mesías, para que cambiaran
sus corazones, para que dejaran de cometer maldades y siguieran la Ley de Dios,
para que dejaran de adorar a los ídolos demoníacos de los paganos y adorasen al
Único Dios Verdadero y sin embargo, los integrantes del Pueblo Elegido, los
judíos, no hicieron caso de los avisos y advertencias de Dios y no solo no
cambiaron de vida, no solo no cambiaron sus corazones, sino que los volvieron
incluso todavía más endurecidos, contra Dios y su Ley, contra Dios y sus Mandamientos,
apedreando y matando a los profetas enviados por Dios.
Los descendientes de esos escribas y fariseos continúan
en la misma senda, con el agravante de que ahora ya no se enfrentan a los
enviados de Dios, sino a Dios en Persona, al Hijo de Dios encarnado, Jesús de
Nazareth y lo hacen con el mismo sentimiento de rechazo y con el mismo deseo
homicida, deseo que en definitiva lo cumplen cuando, con sus maquinaciones, sus
intrigas, sus mentiras, sus calumnias, apresan a Jesús y lo condenan a muerte
luego de un juicio inicuo. En la misma línea deicida se encuentran los escribas
y los doctores de la Ley quienes, en teoría, al ser conocedores de la Ley de
Dios, deberían ser los primeros en dar ejemplo de cumplimiento, para que así
los demás entrasen al Reino, pero como los acusa justamente Jesús, se apoderan
de las llaves de la sabiduría y ni entran ellos -porque no viven según la Ley
de Dios- ni tampoco dejan entrar a los demás -porque con sus malos ejemplos,
hacen que las almas se alejen de Dios y de su Ley-.
“Se os pedirá cuenta de la sangre de los profetas”. La dura
advertencia de Jesús también puede cabernos a nosotros, porque si bien podemos
aducir que no hemos matado objetivamente a ningún profeta, nos hacemos
imitadores de quienes sí lo hicieron y nos hacemos partícipes de quienes se
adueñaron de las llaves de la sabiduría, toda vez que no hacemos caso de la Ley
de Dios, toda vez que hacemos caso omiso a las advertencias de la Iglesia de la
necesidad de la confesión frecuente y de la comunión en estado de gracia, toda
vez que preferimos el pecado antes que la gracia. No hay nada peor para un alma
que dejarla librada a sí misma y eso lo sabe bien la Iglesia de Satanás, cuyo
primer mandamiento es: “Haz lo que quieras”. No obremos según nuestra propia
voluntad, imitemos a Jesús en el Huerto de los Olivos, diciéndole a Dios: “Señor,
que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Solo así estaremos en grado de
seguir a Jesús por el Camino de la Cruz, el único Camino que lleva al Cielo.
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