(Domingo
I - TA - Ciclo - 2022 – 2023)
El
Adviento -que viene del latín “ad-venio”, que quiere decir, “venir”, “llegar”-,
que tiene una duración aproximada de cuatro semanas, es un período de gracia
que nos ayuda a prepararnos espiritualmente para dos eventos caracterizados por
el encuentro personal con Cristo. Para esta preparación tenemos un total de
cuatro semanas de tiempo, porque esto es lo que dura el tiempo litúrgico del
Adviento, cuatro semanas, las cuatro previas a Navidad, aunque no todas están
dedicadas a meditar sobre la Navidad; las dos primeras semanas, están dedicadas
a meditar sobre la venida final del Señor en el fin de los tiempos[1]; las dos últimas semanas
sí están dedicadas a meditar acerca de la Encarnación del Verbo de Dios por
obra del Espíritu Santo en el seno de María Santísima y su Nacimiento virginal
en Belén, iniciando así su misterio pascual con el cual habría de redimir a toda
la humanidad. Ahora bien, hay que tener en cuenta, desde un inicio, que el
Adviento, como en los otros tiempos litúrgicos, no son solo meras conmemoraciones
o representaciones memoriales, es decir, no son solo “recuerdos” de lo sucedido
efectivamente en el tiempo y en la historia hace dos mil años sino que,
misteriosamente, por el misterio de la liturgia eucarística, tanto el Adviento
como los otros tiempos litúrgicos, son una “participación” del misterio de
Cristo, en este caso, de su Segunda Venida, en las dos primeras semanas, y de
su Nacimiento virginal, en las dos últimas semanas. Esto es importante tener en
cuenta, porque de ninguna manera es lo mismo el solo hecho de “conmemorar” o “recordar”,
que el de “conmemorar” o “recordar” y, además, “participar”, por medio de la
acción litúrgica, ya que esta, dirigida por el Espíritu Santo, nos introduce en
otra “dimensión”, por así decirlo, aunque no sea la palabra adecuada y es la
del Cuerpo Místico de Cristo, obrando en conformidad con la Cabeza, que es
Cristo y además con el Cuello y el Corazón del Cuerpo Místico, que es la Virgen
Santísima.
Entonces,
resumiendo, por el período litúrgico del Adviento, que por el latín significa “llegada”
o “venida”, nos preparamos espiritualmente para el encuentro personal con Nuestro
Señor Jesucristo en sus dos Llegadas o Venidas: la Primera Venida, en Belén y
la Segunda Venida en la gloria, en el Día del Juicio Final. A estas dos
Llegadas, deberíamos agregarle una Tercera, que es la que podríamos llamar “Llegada
Eucarística” o “Llegada Intermedia”, la cual generalmente pasa desapercibida,
pero que sucede realmente en cada Santa Misa, de manera que cada Santa Misa es
un “Adviento”, una “Llegada” misteriosa desde los cielos hasta el pan y el vino
que Nuestro Señor Jesucristo convierte en su Cuerpo y en su Sangre y para este
maravilloso “Adviento Eucarístico”, también debemos prepararnos
espiritualmente, porque si el Primero, el de Belén ya sucedió hace dos mil años
y el Segundo, el del Día del Juicio Final, sucederá en algún momento, conocido
sólo por Dios Padre, éste “Adviento Eucarístico”, sucede en cada Santa Misa, de
modo que no podemos decir que, o no estábamos presentes, como en Belén, o no
sabemos si estaremos en esta vida mortal, como en el Día del Juicio Final,
puesto que en la Santa Misa, que es donde sucede este “Adviento Eucarístico”,
estamos presentes, en cuerpo y alma y asistimos y somos espectadores y
partícipes privilegiados, por la gracia, del más grande y maravilloso milagro jamás
realizado por la Santísima Trinidad, el “Adviento Eucarístico”.
Por
último, algo que debemos preguntarnos es cómo debemos vivir espiritualmente el
Adviento y puesto que se trata de un encuentro personal con Cristo, la
respuesta la tenemos en el Evangelio, en la parábola del siervo diligente y
bueno y el siervo perezoso y malo. El siervo diligente y bueno espera a su
señor con ropa de trabajo -símbolo de las obras de misericordia-, con su
lámpara encendida -símbolo de una fe viva y operante- y en paz con los demás
-símbolo de humildad y de paz en el corazón, lo cual se obtiene con la gracia
santificante, con la oración como el Rosario y con la Santa Misa; el siervo
perezoso y malo, por el contrario, no espera a su señor, símbolo de que no ama
a Jesucristo, se emborracha -ama los placeres carnales-, golpea a los demás -la
violencia y la discordia son señales claras de la presencia del espíritu demoníaco,
de Satanás- y su lámpara está apagada, porque no cree, ni espera, ni adora, ni
ama a Nuestro Señor Jesucristo.
En
nuestro libre albedrío está el vivir el Adviento como el siervo perezoso y malo
o como el siervo diligente y bueno que en lo más profundo de su corazón espera la
Llegada de su Señor y dice: “¡Ven, Señor Jesús!”.
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