(Domingo IV - TA - Ciclo B - 2023 -
2024)
“Y entrando ante
ella, el ángel dijo: ‘Alégrate, Llena de gracia’” (Lc 1, 28). En el saludo y
posterior diálogo entre el Arcángel y la Virgen, se desarrolla todo el misterio
de la Navidad. Incluso antes del saludo, el Evangelio ya revela un misterio y
es la condición de Virgen de la que será la Madre de Dios: “fue enviado por
Dios el ángel Gabriel a una virgen desposada con un hombre llamado José, la
virgen se llamaba María”.
Luego de ingresar
a la casa de la Virgen, el ángel la saluda diciendo: “Alégrate, Llena de
gracia, el Señor está contigo”. Y aquí está revelado otro aspecto del misterio:
la Virgen es además la “Llena de gracia” -que en griego se dice
“kejaritomene”-, esto es, la “concebida sin mancha del pecado original”, la
“Llena del Espíritu Santo” y esto es así porque ha sido elegida por Dios
Trinidad para ser Madre de Dios conservando su virginidad y esto es motivo de
alegría porque este doble prodigio no se ha visto nunca ni se volverá a ver
nunca más: “Alégrate, Llena de gracia, Alégrate, Llena del Espíritu Santo,
Alégrate, Inmaculada Concepción, porque has sido elegida para ser la Madre de
Dios conservando los sellos de tu virginidad”.
La Virgen no duda
de las palabras del ángel, lo que sí hace Zacarías, el padre de Juan el
Bautista y por eso queda mudo hasta que nace el niño; lo único que la Virgen no
sabe es cómo se cumplirán las palabras del ángel, ya que Ella, a pesar de estar
comprometida, es virgen. Ante esto, el ángel le explica a la Virgen cómo se
desarrollará el plan de Dios: “Concebirás por el Espíritu Santo –“te cubrirá la
sombra del Espíritu Santo”-, darás a luz un hijo, será llamado “hijo del
Altísimo” -no será llamado “hijo de fulano, porque no será hijo de hombre, sino
hijo de Dios, del Altísimo, porque en su concepción no intervendrá varón
alguno- y su reino no tendrá fin -a diferencia de los reinados de la tierra, que
sí tienen fin, porque la caducidad es inherente a los reinos terrenos; en cambio,
al ser el reino de un Dios eterno, será un reino eterno, un reino sin fin”.
El ángel le
revela luego una parte fundamental del misterio de la salvación, que hará que
la Virgen sea Virgen y al mismo tiempo sea Madre de Dios y es la intervención
de la Persona Tercera de la Trinidad, el Espíritu Santo: la Tercera Persona de
la Trinidad, el Espíritu Santo, llevará al Hijo de Dios, al Verbo del Padre, a
la Segunda Persona, desde el seno del Padre, desde donde mora desde toda la
eternidad, hasta el seno de la Virgen Madre y allí se encarnará, asumirá
hipostáticamente, personalmente, un Cuerpo y un Alma, la Humanidad Santísima y
perfectísima de Jesús de Nazareth y así el Verbo, Dios Invisible, se hará
Hombre Visible, sin dejar de ser Dios, para tener una Humanidad para ofrecer en
el Ara Santa de la cruz como sacrificio expiatorio por los pecados de los
hombres.
El Hijo de Dios
encarnado, llevado por el Espíritu Santo, asumirá un Cuerpo y un Alma que serán
creados en el momento de la Encarnación; atravesará todas las etapas del
crecimiento intrauterino del ser humano, desde el cigoto -los cromosomas
paternos serán creados en el momento de la Encarnación-, pasando por los
distintos estadios hasta llegar al niño a de nueve meses, a término, momento en
el cual nacerá no de parto normal, sino
de parto milagroso y virginal, como lo describen los santos y los místicos, en
la Gruta de Belén, para aparecer ante los hombres en la humildad y sencillez de
nuestra carne, como el Niño Dios.
“Alégrate, Llena
de gracia, el Señor está contigo”. Las mismas palabras que el ángel le dirige a
la Virgen, nos las dirige a nosotros, como integrantes del Cuerpo Místico, la
Santa Iglesia, llamándonos a la alegría, pero no a una alegría mundana, profana
o terrena, sino a una alegría celestial, divina, sobrenatural, que nace en lo
alto, en los cielos, en el seno de la Trinidad, porque desde allí Dios Hijo,
por pedido de Dios Padre, es traído por Dios Espíritu Santo a nuestra historia,
a nuestro tiempo y espacio, para nacer en el Portal de Belén hace dos mil años
para salvarnos, rescatándonos del pecado, del error, de la herejía y del
Infierno y para conducirnos al Reino de los Cielos.
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