“El
Reino de los cielos es como unos pescadores que recogen los peces” (Mt
13, 47-53). Jesús compara al Reino de los cielos con la actividad de los
pescadores: luego de echar las redes, las depositan en el suelo y separan a los
peces buenos -los que están sanos y en buena condición y sirven por lo tanto
para la alimentación como para ser vendidos-, de los peces que están en mal
estado -sea porque están en proceso de putrefacción o porque están enfermos, en
ambos casos no sirven ni para alimentación ni para la venta, por lo que solo
sirven para ser arrojados-. El mismo Jesús explica la parábola: los pescadores
son los ángeles buenos, los ángeles que están al servicio de Dios y a una orden
suya, en el momento solo conocido por Dios Padre, cuando finalice el último
segundo del último día de la historia humana, dará comienzo el Juicio Final, en
el que toda la humanidad será juzgada por la Trinidad y cada uno recibirá su
paga, el Cielo o el Infierno, según sus obras libremente realizadas. Los ángeles
buenos, encabezados por San Miguel Arcángel, separarán a las almas buenas de
las malas; a las buenas, para que ingresen en el Reino de Dios; a las malas,
para que ingresen en el Reino de las tinieblas. Los peces representan a los
hombres y así como hay peces buenos, que están en buen estado, así hay hombres
de buena voluntad que, a pesar de sus defectos y pecados, desean servir a Dios e
ingresar en su Reino y para eso se esfuerzan en vivir en gracia y en adquirir
virtudes, combatiendo el pecado y los vicios; los peces que están en mal
estado, en putrefacción o enfermos, representan a las almas que, por propia
voluntad, decidieron permanecer impenitentes, sin arrepentirse de sus pecados,
sin combatir contra sus vicios, por lo cual serán arrojados al lago de fuego,
el lugar donde no hay redención.
“El
Reino de los cielos es como unos pescadores que recogen los peces”. En nuestro
libre albedrío está el servir a Dios, amándolo y adorándolo en su Presencia
Eucarística y socorriendo y asistiendo a nuestros prójimos, imágenes de Él en
la tierra. Si esto hacemos, salvaremos nuestras almas y al final de la historia
humana, en el Día del Juicio Final, seremos contados entre los bienaventurados
que se alegrarán en el Reino de los cielos por toda la eternidad.
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