“El Espíritu del Señor me ha ungido y me ha enviado
para dar la Buena Noticia a los pobres” (Lc 4, 16-30). Jesús entra en la
sinagoga el sábado, se pone en pie para hacer la lectura. Le entregan el libro
del Profeta Isaías y Jesús, desenrollándolo, busca y encuentra el pasaje en
donde el Mesías revela que ha sido ungido “por el Espíritu del Señor” y que el
Mesías “ha sido enviado a los pobres, para dar la Buena Noticia”. Hasta aquí,
no sería nada fuera de lo común: un hebreo, que practica la religión judía, lee
el pasaje de un profeta, el Profeta Isaías, en la sinagoga, en un día sábado. Lo
que sí provoca, primero la admiración y luego la furia, es que Jesús se
atribuye a Sí mismo ese pasaje de la Escritura: “Hoy se cumple esta Escritura
que acabáis de oír”.
Es decir, Jesús se atribuye para Sí mismo el título de
“Mesías”, del Salvador que habría de salvar a Israel, del Redentor que viene a
dar la Buena Noticia de la salvación a los pobres, los cuales no son
simplemente los pobres materiales, sino los pobres de espíritu, los que no
poseen a Dios en sí mismos.
Sus palabras provocan admiración en un primer lugar, porque
siendo Jesús la Sabiduría Encarnada, provoca un profundo respeto “por las
palabras de gracia que salían de su boca”.
Sin embargo, en un segundo momento, los asistentes a
la sinagoga se enfurecen con Jesús, al punto de querer intentar asesinarlo -lo
conducen a un precipicio para despeñarlo- y la razón es que Jesús les dice, indirectamente
que ellos, los judíos, no serán destinatarios de la gracia divina si no cambian
sus corazones, si no se convierten a Dios y para hacer esto, trae a la memoria
dos episodios -el de la viuda de Sarepta y la curación milagrosa de Naamán el
sirio- en los que los paganos y no los judíos, son los favorecidos por la
Divina Bondad. Los judíos de la sinagoga, en vez de aceptar humildemente su
error y procurar la conversión, es decir, vivir según la Ley de Dios y sus
Mandamientos, endurecen sin embargo sus corazones y, con una temeridad
propiamente satánica, intentan matar al Ungido de Dios, Jesucristo, el Mesías.
“El Espíritu del Señor me ha ungido y me ha enviado
para dar la Buena Noticia a los pobres”. Lo que Jesús les dice a los judíos en
la sinagoga, nos lo dice a nosotros desde el sagrario: a pesar de ser los
integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, no
nos vamos a salvar por el solo hecho de serlo y si no vivimos buscando la
gracia y evitando el pecado, recibirán el favor de Dios aquellos que no pertenecen
a la Iglesia Católica, los paganos, quienes entrarán en el Reino de los cielos
mucho antes que nosotros.
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