El
Pesebre, el Calvario, el Altar eucarístico
La
contemplación del Niño Dios no debe nunca hacernos quedar en consideraciones
puramente naturales y humanas. Si bien lo que contemplamos con los ojos del
cuerpo y con la luz de la razón es un niño recién nacido, los ojos del alma
iluminados por la luz de la fe nos dicen que hay en este Niño un misterio
invisible, insondable: es la Segunda Persona
de la Santísima Trinidad ,
que se encarna en un cuerpo humano para hacerse visible.
Este es
el motivo por el cual la
Iglesia dice, en el Prefacio de Navidad, que “la luz de la
gloria de Dios se ha hecho visible” en un nuevo modo, como un Niño recién
nacido.
A partir
del Niño de Belén, nadie puede decir que no ha visto la gloria de Dios, porque
esa gloria se nos ha manifestado en el Niño; a partir del Niño de Belén, nadie
puede decir que no ha visto a Dios, porque Dios, siendo Espíritu purísimo, y
por lo tanto, invisible, ha tomado un cuerpo y un alma humanos precisamente para
hacerse visible, para que lo podamos ver, palpar, escuchar. Dios, sin dejar de
habitar en su luz inaccesible, se nos hace cercano, viniendo a nuestro mundo, a
nuestras vidas, y a nuestras situaciones existenciales, como un Niño, por eso
el Niño de Belén es un misterio insondable.
Pero el
misterio del Pesebre de Belén no finaliza ahí, sino que continúa en el
Calvario, porque el mismo Dios que abre sus bracitos en el Pesebre, es el mismo
Dios que abrirá sus brazos en la
Cruz , para abrazar a toda la humanidad, para conducirla, en
sus sangrientas manos paternales, al seno de Dios Padre, luego del don del
Espíritu por su Sangre. El misterio del Calvario es entonces una continuación y
prolongación del misterio de Belén, y el misterio de Belén a su vez no se explica
sin el misterio del Calvario. Uno y otro, Belén y Calvario, se entrelazan, se
fusionan, se explican, se iluminan mutuamente, y entre ambos tiene que
desarrollarse el tiempo de nuestro paso por la tierra, para que nos conduzcan
al cielo.
Y ambos
misterios, a su vez, quedan inconclusos e incompletos sino se los contempla a
la luz de la Eucaristía ,
porque el Niño Dios nace de María Virgen, por el poder del Espíritu, surgiendo
como el rayo de sol que atraviesa el cristal, en Belén, que significa “Casa de
Pan”, para donarse como Pan de Vida eterna, y esa donación se concreta en el
Calvario, en la Cruz ,
en donde el Hombre-Dios entrega su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad,
que no es otra cosa que la
Eucaristía , que se confecciona en el Altar eucarístico, en la Santa Misa.
Si en
Belén nace el Niño Dios para entregarse como Pan de Vida eterna, y si en la Cruz del Calvario concreta el
don de su Cuerpo, su Sangre, Alma y Divinidad, es en la
Santa Misa en donde se actualiza y se hace
vivo, real, Presente, el Pan Vivo bajado del cielo, que es Cuerpo, Sangre, Alma
y Divinidad de Cristo.
Belén,
Calvario, Altar eucarístico.
El misterio del Niño Dios
continúa por la eternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario