“Vengan a Mí los que estén cansados y agobiados y carguen mi yugo" (cfr. Mt 11, 28-30). La invitación de Jesús a aquellos que están “cansados y agobiados” parece una contradicción, porque precisamente a ellos, que están cansados y agobiados, les da un nuevo peso, su yugo, con lo cual el cansancio y el agobio aumentan.
Sin embargo, no es una contradicción, porque el yugo de Jesús, que es la Cruz, “es llevadero” y de “carga ligera”, y además, porque Él “los alivia”, tomando sobre sí su cansancio y su agobio y esto en forma literal y no figurada, porque Jesús toma sobre sí el pecado del hombre y expía por él.
Al encarnarse, Dios Hijo asume en su naturaleza humana todo lo que en esta no es pecado, para redimirlo y sublimarlo: la enfermedad, el dolor, la muerte, y esto de modo literal y no simbólico, lo cual quiere decir que, a partir de la Encarnación, porque han sido asumidas por Él, se convierten en fuente de santificación, de salvación, lo cual significa que lo que antes era causa de desesperación y por lo tanto de cansancio y agobio, ahora es causa de felicidad.
Ésta es la razón por la cual la enfermedad, el dolor, la muerte, unidas a Cristo en la Cruz, son salvíficas y redentoras, porque Él las ha santificado, al tiempo que ha destruido el pecado. Así es como Cristo alivia el agobio y el cansancio del hombre: destruyendo el pecado en la Cruz, y convirtiendo en fuente de santificación todo lo que no sea pecado.
Pero además Cristo verdaderamente alivia el cansancio y el agobio porque al tomar sobre sí los pecados de los hombres para expiarlos –los pecados de todos los hombres en general y de cada hombre en particular, por lo tanto, toma sobre sí mis pecados personales-, además de hacerse culpable en modo vicario por los pecados personales de cada uno, en su Pasión sufre todas las penas y todos los dolores que se derivan de los pecados y sufre también la muerte de cada persona particular. En otras palabras, Jesús sufre en su Cuerpo físico, real, y en su Alma espiritual, real, todas las enfermedades, los dolores, las penas, las tristezas y la muerte física de cada persona humana en particular. Jesús sufre en nosotros y por nosotros, desde una simple fiebre hasta un cáncer mortal y, por supuesto, la misma muerte.
Esta es la causa del alivio real de quien está agobiado por el pecado y sus consecuencias, y es la causa al mismo tiempo de su propio agobio, de su sudoración de sangre y de su agonía en Getsemaní.
Jesús nos alivia porque carga Él con nuestras culpas –el pecado, para destruirlo- y con las consecuencias del pecado –el dolor, la enfermedad, la muerte- para redimirlos y convertirlos en fuente de santificación.
Pero el proceso no es automático: el cristiano debe acudir personalmente a Cristo, para pedirle que lo alivie, porque de lo contrario, para quien no lo acepta como Redentor, la Pasión de Jesús es vana.
Sin embargo, no es una contradicción, porque el yugo de Jesús, que es la Cruz, “es llevadero” y de “carga ligera”, y además, porque Él “los alivia”, tomando sobre sí su cansancio y su agobio y esto en forma literal y no figurada, porque Jesús toma sobre sí el pecado del hombre y expía por él.
Al encarnarse, Dios Hijo asume en su naturaleza humana todo lo que en esta no es pecado, para redimirlo y sublimarlo: la enfermedad, el dolor, la muerte, y esto de modo literal y no simbólico, lo cual quiere decir que, a partir de la Encarnación, porque han sido asumidas por Él, se convierten en fuente de santificación, de salvación, lo cual significa que lo que antes era causa de desesperación y por lo tanto de cansancio y agobio, ahora es causa de felicidad.
Ésta es la razón por la cual la enfermedad, el dolor, la muerte, unidas a Cristo en la Cruz, son salvíficas y redentoras, porque Él las ha santificado, al tiempo que ha destruido el pecado. Así es como Cristo alivia el agobio y el cansancio del hombre: destruyendo el pecado en la Cruz, y convirtiendo en fuente de santificación todo lo que no sea pecado.
Pero además Cristo verdaderamente alivia el cansancio y el agobio porque al tomar sobre sí los pecados de los hombres para expiarlos –los pecados de todos los hombres en general y de cada hombre en particular, por lo tanto, toma sobre sí mis pecados personales-, además de hacerse culpable en modo vicario por los pecados personales de cada uno, en su Pasión sufre todas las penas y todos los dolores que se derivan de los pecados y sufre también la muerte de cada persona particular. En otras palabras, Jesús sufre en su Cuerpo físico, real, y en su Alma espiritual, real, todas las enfermedades, los dolores, las penas, las tristezas y la muerte física de cada persona humana en particular. Jesús sufre en nosotros y por nosotros, desde una simple fiebre hasta un cáncer mortal y, por supuesto, la misma muerte.
Esta es la causa del alivio real de quien está agobiado por el pecado y sus consecuencias, y es la causa al mismo tiempo de su propio agobio, de su sudoración de sangre y de su agonía en Getsemaní.
Jesús nos alivia porque carga Él con nuestras culpas –el pecado, para destruirlo- y con las consecuencias del pecado –el dolor, la enfermedad, la muerte- para redimirlos y convertirlos en fuente de santificación.
Pero el proceso no es automático: el cristiano debe acudir personalmente a Cristo, para pedirle que lo alivie, porque de lo contrario, para quien no lo acepta como Redentor, la Pasión de Jesús es vana.
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