“Los pecadores entrarán
antes que vosotros al Reino” (cfr. Mt
21, 28-32). Con el ejemplo de dos hijos que obran de distinta manera ante el
pedido del padre de ir a trabajar –uno, dice que no irá pero termina yendo; el
otro, que dice que irá, pero finalmente no va-, Jesús advierte a quienes,
pasando por religiosos y practicantes de la religión, cometen el pecado de
presunción, creyéndose ser mejores que sus prójimos.
La realidad es diferente,
porque entran en el Reino de los cielos quienes escuchan el mensaje de
salvación y ponen por obra lo que este implica: oración, mortificación,
penitencia, obras de misericordia, es decir, entran en el Reino de los cielos
quienes se hacen violencia contra sí mismos, buscando conformar su corazón al
Corazón de Cristo, según sus palabras: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde
de corazón”.
Por el contrario, quienes
escuchan el mensaje y no lo ponen por obra, es decir, no buscan cambiar el
corazón, no buscan la conversión, trabajando por luchar contra sus defectos
–pereza, acedia, murmuración, indiferencia para con el prójimo más necesitado-,
aun cuando parezca exteriormente que ha respondido afirmativamente, en
realidad, con su ausencia de conversión, está diciendo: “No voy a ir a trabajar
para el Reino de Dios”.
“Los pecadores entrarán
antes que vosotros al Reino”. El cristiano que reza, que va a Misa, no puede
nunca caer en el pecado de presunción, creyéndose mejor que aquel que no solo
no lo hace, sino que objetivamente se encuentra en un camino de perdición,
porque también a él le caben las palabras de Jesús: “¿Por qué
miras la paja que hay en el ojo de
tu hermano y no ves la viga que está en el
tuyo?” (Lc 6, 37-42).
Más que mirar
los defectos del prójimo, el cristiano debe concentrarse en los suyos propios,
no sea que, de tanto criticar las faltas de los demás, se quede en la puerta
del Reino de los cielos, viendo cómo entran aquellos a quienes consideraba
inferiores.
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