El
Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo se produjo en horas de la noche, es
decir, cuando todo era silencio y oscuridad. Además hacía mucho frío, debido a
la época del año y al hecho de que el Nacimiento se produjo en una guarida para
animales.
Al nacer, el Dios
Omnipotente, no solo nace como un niño débil y desguarnecido, sino que Él, que
es “luz” (cfr. 1 Jn 1, 5), nace en la
oscuridad, en la noche de la naturaleza, cuando ya se había ocultado el sol;
Él, que siendo Espíritu purísimo no era afectado en absoluto por las
inclemencias del tiempo, el que Él mismo había creado, ahora, al encarnarse y
venir a este mundo como un Niño, padecía el frío de una noche helada. Estas
eran las adversas y duras condiciones climáticas en las cuales Dios Hijo,
obedeciendo el designio del Padre, en vistas a comunicar el Espíritu Santo a
los hombres, debió afrontar en su Nacimiento. Por supuesto que su Madre lo
arropó y lo abrigó apenas nació, y su padre adoptivo, San José, iluminó la gruta
y calentó el ambiente con una pequeña fogata, pero esto no quita ni disminuye
el padecimiento de Jesús desde el mismo momento en el que nació.
Pero estas condiciones
climáticas, que hicieron sufrir a nuestro Salvador desde los primeros instantes
de su Nacimiento, no fueron la causa más importante de sus sufrimientos. La
oscuridad y el frío de la noche cosmológica, productos ambos del ocultamiento
del sol que proporciona luz y calor, son sólo una figura y una representación
de otra oscuridad y de otro frío, la oscuridad y la noche de los corazones de
los hombres, que ante el Nacimiento de su Redentor, cierran las puertas, no
solo de los albergues de Belén, que llevan a sus padres a buscar una gruta de
animales, sino ante todo cierran el corazón a la gracia salvífica de Dios que
se hace carne en el Cuerpo del Niño de Belén, y que es traída amorosamente por la Virgen Madre , Medianera de
todas las Gracias.
Nada
quieren saber los hombres de Dios, y este es el motivo del rechazo, de la
indiferencia, del menosprecio de su Nacimiento, rechazo, indiferencia y
menosprecio que son la traducción en actos de lo que abunda en el corazón
humano: oscuridad, porque no lo alumbra la luz de Dios, y frío, porque no lo
abriga ni calienta el Amor divino.
El
rechazo de Dios no se da solo en Belén, y no se limita a un tiempo preciso y
limitado en la historia y a un lugar geográfico determinado: el rechazo de Dios
se extiende a todo el mundo y a toda la humanidad, en todas las épocas, porque
toda la humanidad está contaminada por el pecado original. Por otra parte, está
revelado que el rechazo de Dios irá creciendo en intensidad y magnitud a medida
que pasen los días y a medida, por lo tanto, que la historia humana y todos los
hombres se acerquen al Último Día, al Día del Juicio Final. A medida que pasan
los días, es cada vez más corto el tiempo que separa a los hombres de la
eternidad, la que dará comienzo para la humanidad en el Último Día de la
historia, y con el paso del tiempo, con este dirigirse de la historia humana
hacia el vértice en el que coinciden el espacio y el tiempo, la maldad y la
rebelión, la oscuridad y el rechazo de Dios será cada vez más fuerte, pues más
fuertes serán los ataques del demonio y del infierno, sabedores de que les
queda cada vez menos tiempo, porque cuando Jesucristo venga con su poder y
gloria, el demonio será sepultado para siempre en el Infierno y desaparecerá el
mal de la tierra y de los corazones de los hombres.
Esta es
la razón por la cual cada día que pasa el mal parece avanzar más y más, y es así
en realidad, y es la razón por la cual crece la apostasía, el ateísmo y el
rechazo de Dios. Engañados por el espíritu maligno, los hombres se distraen con
las múltiples ofertas de distracción y de diversión que ofrece el mundo actual,
las cuales no tienen otro objetivo que hacerles perder de vista el destino de
eternidad que les espera, sea en las sombras o en la luz.
Seducido
por el espíritu del mal, el hombre ha caído en la tentación de la serpiente, la
misma con la que hiciera caer a Adán y Eva: “Desobedeced a Dios y seréis como
dioses” (cfr. Gn 3, 5). El hombre de
hoy ha construido una civilización sin Dios, o mejor aún, una civilización en
la que el Dios verdadero ha sido reemplazado por un dios falso, que es el
propio hombre, y esto se puede comprobar a cada paso, constatando cómo las
leyes aprobadas por las legislaciones humanas, productos a su vez del consenso
de las sociedades humanas, no tienen más en cuenta al querer de Dios, expresado
en la Naturaleza ,
sino al querer humano, expresado en sus pasiones. Así, el matrimonio
heterosexual es reemplazado por uniones entre individuos del mismo sexo; el
aborto y la eutanasia son considerados como derechos humanos;
Todo
esto es lo que está representado en la oscuridad y el frío de la noche de
Belén, oscuridad y frío que se reproducen en cada corazón humano cuando este se
niega a la conversión, prefiriendo seguir con el desorden de sus pasiones,
antes que seguir el mandato divino de la caridad, que ordena el amor a Dios y
al prójimo como a uno mismo.
Por tener el corazón oscurecido, nadie recibe a la Madre de la luz de Dios,
Jesús: prefieren la oscuridad de la noche a recibir a Dios encarnado.
Por esta razón, la oscuridad
de la noche de Belén no es la más oscura: muchos más oscuros son los corazones
de los hombres, tanto más de aquellos que, habiendo recibido el conocimiento de
Jesucristo, se niegan a la conversión. Esta oscuridad es la que lleva a
desconocer a la Virgen
y a su Hijo, que viene en su seno; es la oscuridad que lleva a los cristianos a
desconocer a su Iglesia y al fruto de sus entrañas, la Eucaristía.
Hoy pasa
lo mismo porque ese mismo Niño Dios que nació de María, está en la Eucaristía : nadie
reconoce en la Iglesia
a la Virgen
que trae escondido en su seno al Niño Dios vestido de Pan.
Hoy también hay muchos
corazones que viven en la oscuridad y no reconocen a Jesús en la Eucaristía y no quieren
darle lugar en sus corazones, para que pueda nacer ahí, porque así como María
no pudo entrar en ningún hospedaje para que naciera allí el Niño Dios, así
tampoco lo puede hacer en los corazones que se niegan a la conversión, en los
corazones que antes de aceptar la gracia que nos trae la Virgen y abrirles las
puertas de sus hospedajes, de sus almas, prefieren seguir con los vanos
entretenimientos del mundo, entretenimientos que provocan hastío y dejan al
alma vacía de consuelo y de paz.
Seamos entonces como el
Portal de Belén, un lugar pobre y oscuro, pero sobre el cual se detiene la Estrella de la mañana,
para que así como la Virgen
en Belén dio a luz a Dios vestido de Niño, así dentro de nosotros pueda nacer
Jesús, Dios Niño vestido de Pan.
Dispongamos
nuestros corazones, por medio de la oración, la penitencia, la mortificación y
las obras de misericordia, corporales y espirituales, para que sean en esta
Navidad como el Portal de Belén, en donde nace el Dios Niño, Jesús Eucaristía.
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