“Cuando
oren, no hablen mucho, como hacen los paganos” (Mt 6, 7-15). Jesús nos enseña una nueva forma de orar, radicalmente
distinta a la forma de orar de los paganos, puesto que nos enseña a llamar a
Dios “Padre”. Y esto, no por un mero sentimiento de afecto, sino porque en
verdad Dios se convierte en nuestro Padre adoptivo, desde el momento en que,
por el bautismo sacramental, recibimos la gracia de la filiación divina, una
participación en la filiación divina del Hijo de Dios, con la cual Él mismo es
Dios Hijo desde la eternidad.
Ahora
bien, si Jesús nos enseña a orar, la Santa Madre Iglesia nos concede la gracia de
vivir la oración del Padre Nuestro enseñada por Jesús, por medio de la Santa
Misa.
En
la Santa Misa podemos vivir el Padre Nuestro, en cada una de sus oraciones:
“Padre
Nuestro que estás en el cielo”: si en el Padre Nuestro nos dirigimos al “Padre que
está en los cielos”, en la Santa Misa Dios Padre se hace presente en esa parte
del cielo que es el altar eucarístico, porque es Él quien envía a su Hijo
Jesucristo, por medio de su Amor, el Espíritu Santo, para que entregue su
Cuerpo en la Eucaristía y derrame su Sangre en el cáliz.
“Santificado
sea tu Nombre”: en el Padre Nuestro pedimos que el “nombre de Dios sea
santificado”, y esa petición se cumple en la Santa Misa de un modo imposible de
imaginar, porque el que da gloria y santifica el nombre Tres veces Santo de
Dios Uno y Trino es Jesucristo, el Hombre-Dios, que glorifica a la Trinidad sobre
el altar eucarístico con la renovación incruenta y sacramental de su sacrificio
en la cruz.
“Venga
a nosotros tu Reino”: en el Padre Nuestro pedimos que “el Reino de Dios venga a
nosotros”; en la Santa Misa, sobre el altar eucarístico, viene a nosotros algo
infinitamente más grande que el Reino de Dios, y es Dios Hijo en Persona,
oculto en el Santísimo Sacramento del Altar, la Eucaristía.
“Hágase
tu voluntad así en la tierra como en el cielo”: en el Padre Nuestro pedimos que
“la voluntad de Dios se cumpla, así en el cielo, como en la tierra”; en la
Santa Misa esa voluntad de Dios, mil veces bendita, se cumple cabalmente,
porque se nos ofrece Aquél que es la Causa de nuestra salvación, Cristo Jesús,
en la Hostia consagrada.
“Danos
hoy nuestro pan de cada día”: en el Padre Nuestro pedimos a Dios que “nos dé el
pan de cada día”; en la Santa Misa esa petición se cumple más allá de toda
imaginación humana, porque Dios Padre nos alimenta no con un alimento
perecedero, para una vida perecedera, sino que nos alimenta con el Verdadero
Maná bajado del cielo, el Pan Vivo que contiene la Vida eterna, Cristo Jesús en
la Eucaristía.
“Perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en
el Padre Nuestro pedimos que “nuestras ofensas sean perdonadas”, porque nos
comprometemos a “perdonar a quienes nos ofenden”; en la Santa Misa, Dios Padre
nos da no solo el ejemplo del Divino Perdón, al donarnos la Divina Misericordia
por medio de la Sangre que brota del Corazón traspasado de Jesús, sino que nos
concede las fuerzas mismas para perdonar, imitándolo a Él en su misericordia, a
nuestros enemigos, y esa fuerza es el Divino Amor, contenido en el Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús.
“No
nos dejes caer en la tentación”: en el Padre Nuestro pedimos a Dios las fuerzas
para “no caer en la tentación”; en la Santa Misa, obtenemos, más que la fuerza
divina para no caer, al mismo Dios Omnipotente, que se nos entrega sin reservas
en la Eucaristía, para ser Él nuestra fortaleza.
“Y
líbranos del mal”: en el Padre Nuestro pedimos a Dios que nos “libre del mal”;
en la Santa Misa, se hace Presente en Persona Dios mismo, en la Santa Cruz,
renovando su santo sacrificio, por el cual venció al mal personificado, el
Demonio, el Ángel caído, Satanás, la Serpiente Antigua.
“Amén”:
en la Santa Misa entonamos el “Amén” eterno, como Iglesia Militante, junto con
la Iglesia Purgante y la Iglesia Triunfante, doblando nuestras rodillas en
acción de gracias y en adoración al Cordero de Dios, Jesús Eucaristía.
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