Jesús camino del Calvario, con el velo de la Verónica
(Giovanni Cariani)
(TC
- Ciclo B – 2018)
“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo,
que cargue con su cruz cada día y me siga” (Lc
9, 22-25). Jesús da las condiciones para seguirlo: ante todo, es necesario
querer seguirlo, y por eso dice: “El que quiera
venir detrás de mí”, porque Él no obliga a nadie a seguirlo. Quien lo ame, ése
lo seguirá; quien no lo ame, no lo seguirá, porque Él no lleva a nadie contra
su voluntad. Solo el Amor de Dios es el que hace que una persona desee seguir a
Jesucristo y cumplir sus Mandamientos.
Otro
requisito es “renunciar a sí mismo”, lo cual significa renunciar al hombre
viejo, al hombre dominado por la concupiscencia, por la ira, por la gula, por
la pereza; en definitiva, al hombre dominado por el pecado. Solo quien renuncie
a su propio “yo”, contaminado por el pecado original, el yo cargado de
soberbia, de orgullo, de vanidad, de rencor, solo ése, puede seguir a
Jesucristo.
Otro
requisito es “tomar la cruz de cada día”, lo cual significa desear morir al
hombre viejo, para nacer al hombre nuevo, el hombre que nace de lo alto, el
hombre regenerado por la gracia santificante, gracia que brota del Corazón
traspasado de Jesús y que se derrama sobre el alma por medio de los
sacramentos.
Por
último, no basta con simplemente querer, renunciar a sí mismo y cargar la cruz:
es necesario “seguirlo”, es decir, poner por obra el deseo de seguir a Jesús.
Así como Jesús cargó la cruz y, mirando hacia el Calvario, emprendió el Via Crucis, el Camino de la Cruz, así
también el cristiano, luego de desear amar a Cristo, luego de renunciar a sí
mismo, luego de cargar la cruz, debe poner por obra el seguimiento de Cristo,
lo cual significa ir tras de Él, guiado por el Espíritu Santo. Esto implica
seguir a Jesús cada día, por el Camino del Calvario, a ese Nuevo Calvario que
es el Altar Eucarístico, en donde se renueva, en cada Santa Misa, de modo
incruento y sacramental, el Santo Sacrificio de la Cruz.
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