(TC - Ciclo B – 2018)
Con el Miércoles de Cenizas da inicio
el tiempo litúrgico conocido como “Cuaresma”, el cual finaliza la noche del
Sábado Santo. ¿Cuál es el sentido de la ceremonia de imposición de cenizas, que
es la que da el nombre al día en el que inicia la Cuaresma? Ante todo, es
necesario recordar que la imposición de cenizas es un sacramental, lo cual
quiere decir que, como todo sacramental, no confiere la gracia, pero sí
predispone al alma para recibirla. En cuanto al sentido de la ceremonia, hay
que decir que, por la imposición de cenizas, la Iglesia recuerda al hombre dos
cosas, expresadas en las dos oraciones que el sacerdote pronuncia: que “es
polvo y al polvo regresará” –es decir, que es un ser frágil que camina, día a
día, a la muerte- y que debe convertir su corazón a Jesucristo si quiere, al
final de sus días en la tierra, ingresar en las Moradas eternas –“Conviértete y
cree en el Evangelio”-.
El recuerdo de estas dos realidades es
absolutamente necesario; de lo contrario, el hombre cree que esta vida es para
siempre y cuando pierde el horizonte de la vida eterna –ya sea con el posible
castigo eterno en el Infierno por sus malas obras, o el premio de la eterna
felicidad si obra el bien y cree en Jesucristo-, el hombre se aferra a esta
vida temporal y a sus bienes pasajeros, pensando que ha de vivir para siempre y
que sus bienes también. Una vez perdido el horizonte de eternidad –en el dolor
o en la alegría-, el hombre no duda en cometer toda clase de maldades contra su
prójimo para aumentar sus posesiones, creyendo vanamente que estas le darán
felicidad. Sin el destino de eternidad, el hombre trata de convertir a esta
vida terrena en algo inexistente, como lo es el paraíso terreno. Sin la
perspectiva de la eternidad, y sin convertir su corazón al Evangelio de Nuestro
Señor Jesucristo, el hombre endurece su corazón, se apega a la tierra, al mundo
y a sus vanidades, y vive una vida de pecado. Además, el Demonio acude para
profundizar este error vital, según Santa Teresa de Ávila: “El Demonio hace
creer, a los que viven en pecado mortal, que sus placeres terrenos durarán para
siempre”. Para que el ser humano no caiga en este error –o para que salga de
él, si ya ha caído-, es que la Iglesia inicia la Cuaresma con la ceremonia de
imposición de cenizas: para recordarle que tarde o temprano ha de morir, y que
debe convertir su corazón si es que quiere ingresar en el Reino de los cielos,
al final de su vida terrena.
Hay otro aspecto a considerar en la
imposición de cenizas, y es el hecho de que con esta ceremonia la Iglesia
inicia el tiempo litúrgico en el que, místicamente, acompaña al Redentor,
Jesucristo, en su ingreso al desierto, para participar de lo que Jesús hace
allí. Jesús va al desierto “llevado por el Espíritu Santo”, dice la Escritura-
para hacer penitencia, ayuno y oración por cuarenta días, como preparación para
la Pasión, Muerte en Cruz y luego la Resurrección. En Cuaresma, la Iglesia
toda, con la imposición de cenizas, comienza a participar del retiro de Jesús
en el desierto; se trata no de una mera imitación en el recuerdo, sino de una verdadera
participación, mística y sobrenatural, de la oración de Jesús en el desierto.
Porque el hombre tiende
a olvidar que día a día se dirige a la muerte terrena y que le espera la
eternidad –que puede ser de dolor o de alegría, según sean sus obras- y que si
no convierte su corazón, no solo no entrará en el Reino de los cielos, sino que
se condenará eternamente en el Infierno, es que la Iglesia celebra la ceremonia
de la imposición de cenizas.
Como hemos dicho, esta
tiene el fin de hacer recordar al hombre su condición de “nada más pecado” y
encima pecado que se rebela contra Dios y su Ley. Por la imposición de cenizas,
la Iglesia le recuerda al hombre que es “polvo” y “regresará al polvo”, porque
esto que somos ahora, con este cuerpo unido al alma, terminará inevitablemente
convirtiéndose en polvo, con la muerte, cuando el alma se separe del cuerpo y
sea llevada ante Dios para recibir el Juicio Particular, mientras el cuerpo
comienza su proceso de descomposición orgánica.
La Iglesia nos recuerda
nuestra condición de meros transeúntes, peregrinos, en el desierto de la vida;
nos recuerda que no somos más que caminantes, que nos dirigimos, por el
desierto de la historia y de la vida, a la Jerusalén celestial, razón por la
cual nada debemos tomar como definitivo en esta vida, sino que debemos vivirla
con el corazón elevado a los bienes celestiales. Ése es el otro fin de la
imposición de cenizas: que nos convirtamos a Jesucristo y su Evangelio, lo cual
significa despegar el corazón de las cosas terrenas, no solo de las malas, lo
cual es más que obvio que debemos hacer, sino incluso de las buenas
–despegarnos en el sentido de que no las tendremos para siempre-, porque es la
única forma en que llegaremos a la otra vida. Y en la otra vida, en el Reino de
los cielos, veremos cómo todas las cosas buenas a las que renunciamos por el
amor a Jesucristo, lo recuperaremos, libre de toda concupiscencia, y purificado
en el Amor de Dios.
“Recuerda que eres polvo y en polvo te
convertirás”; “Conviértete y cree en el Evangelio”. Quien tiene en la mente y
en el corazón que es solo polvo y que se convertirá en polvo por la muerte, y
que debe convertir su corazón si quiere entrar en el Reino de los cielos, ese
tal, encontrará su delicia en la Comunión Eucarística, porque allí se nos da la
Vida eterna, la vida del Cordero de Dios, y en ella se nos anticipa la feliz
eternidad del Reino de los cielos. La Cuaresma es el tiempo propicio para
preparar el corazón y, en estado de gracia, recibir la Sagrada Comunión, que
nos da la vida eterna y nos anticipa la eterna felicidad del Reino de Dios.
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