“Venid,
benditos de mi Padre” (Mt 25, 31-46).
Estas dulces palabras, pronunciadas por Nuestro Señor Jesucristo en Persona,
resonarán en los oídos y corazones de aquellos que, en esta vida terrena, hayan
dedicado sus vidas a las obras de misericordia corporales y espirituales, según
las posibilidades y el estado de cada cual. Quien se haya preocupado por el
prójimo, sobre todo el más necesitado y lo haya auxiliado en nombre de Cristo y
no por vanagloria, recibirá en el cielo un premio imposible siquiera de
imaginar, porque a las maravillas inconcebibles que supone el cielo en sí
mismo, se le sumarán las maravillas aún más inconcebibles, el contemplar a la
Trinidad y al Cordero por toda la eternidad.
La
Cuaresma es el tiempo propicio para practicar las obras de misericordia,
espirituales y materiales, indicadas por la Iglesia. Ahora bien, no se deben
confundir dichas obras de misericordia con el activismo de corte
socialista-marxista que propician las nefastas Teología de la Liberación y la Teología del pueblo –esta última, rama de la primera-, desde el momento en que son
contrarias al Evangelio, al colocar al pobre en el centro del mensaje
evangélico y a la pobreza como causa de salvación. El único centro del
Evangelio es Nuestro Señor Jesucristo, Persona Segunda de la Trinidad,
encarnada en una naturaleza humana y la única causa de salvación es su Pasión y
Muerte en Cruz y la gracia santificante por Él merecida para nosotros, al
precio altísimo de su Sangre derramada en el Calvario.
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