(Domingo IV - TO - Ciclo C – 2019)
Luego
de que Jesús se aplicara a sí mismo las palabras del Profeta Isaías,
auto-proclamándose como el Mesías enviado por Dios, muchos de la sinagoga, que
lo escuchaban, comienzan a murmurar, diciendo: “¿No es éste el hijo de José?”
(cfr. Lc 4, 21-30). Es decir, Jesús
se auto-proclama como el Mesías ungido por el Espíritu Santo, como Hijo de Dios
encarnado, pero muchos, que lo conocían por ser sus contemporáneos, no pueden
dar crédito a sus ojos y oídos y rechazan esta auto-proclamación de Jesús,
diciendo que Él no es el Mesías, el Hijo de Dios, sino el “hijo de José, el
carpintero”. No pueden ver, con los ojos de la fe, a Jesús como el Ungido de
Dios por el Espíritu Santo, esto es, el Mesías Salvador del mundo; y sin fe, lo
ven como solo un hombre y nada más que un hombre: “el hijo de José, el
carpintero”.
A esta negativa les responde Jesús citando dos episodios del
Antiguo Testamento, en los que los beneficiados no eran miembros del Pueblo de
Israel, sino aquellos que no pertenecían al mismo, es decir, paganos: cita el
caso de la viuda de Sarepta, a la cual fue enviada el profeta Elías para dar
término a la sequía y cita también el caso del profeta Eliseo, que fue enviado
a Naamán, el sirio, un leproso que era pagano, para ser curado. A una, le lleva
el agua y al otro, la curación de su enfermedad: dos dones de Dios que no son
concedidos a los integrantes del Pueblo Elegido.
Lo que Jesús les está queriendo hacer ver es, por un lado,
que Él es enviado no sólo a los judíos, sino a toda la humanidad y, por otro, que
el hecho de pertenecer al Pueblo Elegido no es sinónimo de recepción automática
de favores de parte de Dios. Por esta razón, los que lo escuchan en la sinagoga
se dan cuenta de que es a ellos, que pertenecen al Pueblo Elegido, son quienes
no recibirán las bendiciones de Dios, a menos que cambien su incredulidad con
respecto a Él y lo reconozcan como al Mesías. Esto provoca el enojo de muchos y
a tal punto que se deciden matarlo despeñándolo, pero Jesús no lo permite y se
va.
Es decir, el episodio del Evangelio nos enseña que Jesús es
enviado a los miembros del Pueblo de Israel en un primer lugar, para luego ser
enviado a toda la humanidad, pero debido a su negativa a querer creer que Él es
el Ungido de Dios, la bendición que trae el Mesías será enviada a los pueblos
paganos. La razón es que el Mesías no es enviado sólo a los judíos sino,
comenzando por los judíos, a toda la humanidad.
En nuestros días sucede algo análogo a los tiempos de Jesús:
muchos cristianos creen que, por el solo hecho de ser cristianos, por el solo
hecho de ser bautizados, de haber recibido la Comunión y el resto de los
sacramentos, por el hecho de pertenecer al Nuevo Pueblo Elegido, ya están
salvados, sin importar que el estilo de vida que lleven sea un estilo de vida
anti-cristiano. Parte de este estilo pagano es desconocer, rechazar y ser
indiferentes al Mesías, el Salvador del mundo, que está presente en medio de
nosotros, por medio de la Eucaristía. Desconocer y rechazar la Eucaristía es el
equivalente exacto a, en los tiempos de Jesús, desconocer y rechazar al mismo
Jesús, porque la Eucaristía es Jesús en Persona.
A
los cristianos que viven como si la Eucaristía no existiese -en realidad son
neo-paganos-, les viene bien este Evangelio como advertencia de que no por el
hecho de llevar el nombre de “cristianos” están excusados de cumplir los
Mandamientos de la Ley de Dios y que si persisten en el rechazo de Jesús
Eucaristía, lo mismo que le sucedió al Pueblo Elegido, así les sucederá a
ellos: el puesto que los judíos dejaron vacío, fue ocupado por los cristianos,
que reconocieron en Jesús no al “hijo del carpintero”, sino al Cordero de Dios;
de la misma manera, el puesto que los cristianos dejen vacío –cada hora de
adoración eucarística no cubierta es un puesto vacío-, será ocupado por lo actuales
paganos, que no conocen a Jesús Eucaristía, pero cuando lo conozcan, vendrán y
se postrarán ante Él para darle lo que se merece, amor y adoración. No dejemos
que nuestro puesto, el puesto que Dios nos ha asignado, el de amar adorar a
Jesús Eucaristía, quede vacío, porque Jesús Eucaristía, que es el Mesías, el
Ungido de Dios, viene a darnos el Espíritu Santo.
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