“Uno
que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de Mí” (Mc 9, 38-40). Un hombre, que no pertenece al grupo de los
discípulos de Jesús, expulsa demonios “en nombre” de Jesús y los discípulos, al
enterarse, le prohíben que lo siga haciendo. Sin embargo Jesús desaprueba la
acción de los discípulos y les recomienda una actitud más tolerante[1]. La
razón es que el que obra milagros en nombre de Cristo es porque no solo
reconoce la autoridad de Jesús, sino que si se trata de verdaderos milagros, es
que ha recibido del mismo Cristo el poder de realizarlos, porque nadie puede
hacer milagros que sólo Cristo puede hacer, si Cristo no lo hace partícipe de
su poder.
Ante
esta situación, hay que recordar lo que enseña San Agustín, en el sentido de
que en las otras iglesias, que no son la Iglesia Católica, hay “semillas de
verdad” y que por lo tanto, sí pueden haber personas santas, santificadas no
por su religión sino por la gracia de Cristo, a las que la gracia de Cristo las
alcanza de un modo misterioso y no por medio de los sacramentos, como es lo
habitual. Sin embargo, el hecho de que en otras iglesias haya “semillas de
verdad”, eso no justifica el decir que entonces son iguales a la Iglesia
Católica y que da lo mismo la una que la otra, porque en todas está la verdad. Que
haya “semillas de verdad” en otras iglesias quiere decir solo eso, que hay algo
de verdad, pero la Verdad revelada en su plenitud, en su totalidad y en su
esplendor, solo se encuentra en la Iglesia Católica. Es como comparar a una
semilla con un árbol ya desarrollado, que tiene frutos maduros: las iglesias en
las que hay algo de verdad son la semilla, mientras que el árbol ya crecido y
con frutos, es la Iglesia Católica.
Entonces,
esto quiere decir que sólo la Iglesia Católica es la verdadera y única Iglesia
de Dios, en donde se encuentra la plenitud de la Verdad Revelada y es en la
Iglesia Católica en donde se verifican, en nombre de Cristo, los más grandes
milagros y entre estos, el milagro de la conversión del pan y del vino en el
Cuerpo y la Sangre de Jesús. Sin embargo, esto no es óbice para que el Señor
conceda su gracia a quienes no pertenecen a la Iglesia Católica, para llevar un
poco de alivio a quienes no tienen la plenitud de la Verdad. De este Evangelio,
entonces, sacamos la enseñanza de que la Iglesia Católica es la Verdadera y
Única Iglesia de Dios y que en ella se obran los más grandes milagros, no solo
de curación física y espiritual, sino ante todo el milagro de la Eucaristía, en
cada Santa Misa y también aprendemos que pueden haber buenas personas que, por
la gracia de Cristo y no por sus iglesias, obren milagros en nombre de Cristo. Es
muy importante tener esto en cuenta, porque muchos católicos mal formados
piensan que, porque hay milagros en otras iglesias, entonces da lo mismo una
que la otra y así se salen de la Iglesia Católica y se pasan a los
evangelistas, pero el que hace esto es como aquel que, si le dan a elegir entre
una semilla de árbol y el árbol ya crecido y con frutos, elige la semilla. Por gracia
de Dios, nosotros pertenecemos a la Iglesia Católica, la Única y Verdadera Iglesia
de Dios Trino y jamás debemos salir de ella, aun cuando veamos milagros
ocasionales en otras iglesias.
[1] Cfr. B., Orchard et al., Verbum
Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder,
Barcelona 1957, 521.
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