“Es
del corazón del hombre de donde nace toda clase de pecado” (cfr. Mc 7, 14-23). Para entender la enseñanza
de Jesús, hay que entender cuáles son las enseñanzas de fariseos y doctores de
la ley al respecto. Estos decían por un lado, que había alimentos impuros y por
otro que, antes de comer, se debían hacer abluciones de manos, porque así el
corazón estaba purificado. Pero estas son enseñanzas humanas: si bien hay que
hacer lavado de manos antes de comer, por una cuestión de higiene, no es cierto
sin embargo que por lavarnos las manos ya queda purificado el corazón, tal como
afirmaban los fariseos y doctores de la ley. Por otra parte, no hay ningún
alimento “impuro” que haga impuro al hombre y en consecuencia el cristiano puede
comer toda clase de alimentos, incluidos los de origen animal. Esta enseñanza de
que los alimentos son puros está ratificada en la visión de Pedro en donde se
le muestran toda clase de animales y se le dice desde el cielo: “Mata y come” (Hech 10, 13). En
esto se puede ver cómo el ser católicos implica el ser carnívoros por una lado
y, por otro, que se pueden comer toda clase de alimentos, lo cual se opone
frontalmente a la concepción pagana del vegetarianismo y veganismo que, lejos
de ser meras modas culturales, consisten en planteamientos religiosos sectarios
anti-cristianos, por cuanto van en contra de las enseñanzas del cristianismo.
Entonces,
no hay razón de abluciones con sentido espiritual o religioso, como tampoco hay
razones para no comer ciertos alimentos de origen animal, ambas enseñanzas de
los judíos. Por lo mismo, el católico no puede ser ni vegetariano ni vegano.
Lo
que hace impuro al hombre, dice Jesús, no son ni los alimentos, ni la falta de
ablución de las manos: lo que lo hace impuro es lo que brota del corazón del
hombre y es la malicia, el pecado, de toda clase: “Es del corazón del hombre de
donde salen toda clase de pecados y de malicia”, dice Jesús y enumera una larga
lista de pecados. Es de esta impureza de la cual nos debemos purificar y la
purificación se realiza por el sacramento de la confesión principalmente y
luego también, para los pecados veniales, por la Eucaristía. Recordemos que los
pecados veniales se perdonan por la absolución general que da el sacerdote al
inicio de la misa, por un lado y, por otro, por la misma Eucaristía, en tanto
que los pecados mortales se perdonan sólo por la confesión, con especie y
número.
“Es
del corazón del hombre de donde nace toda clase de pecado”. Muchos, cuando ven
la maldad que hay en el mundo, acusan injustamente –y sacrílegamente- a Dios
por el mal que se sufre: estos tales deberían reflexionar en las palabras de
Jesús -“Es del corazón del hombre de donde nace toda clase de pecado”- y darse
cuenta que es el hombre pecador –aliado del Demonio- el causante del mal. Dios ama
tanto al hombre que ha enviado a su Hijo Jesucristo a morir en cruz para
destruir las obras del Demonio y para purificar el corazón del hombre por medio
de su Sangre derramada en la cruz, Sangre que cae sobre el corazón del hombre
pecador en cada confesión sacramental.
Purifiquémonos interiormente por el sacramento de la confesión y acudamos al Banquete de la Santa Misa, para comer la Carne del Cordero de Dios, Jesús Eucaristía.
Purifiquémonos interiormente por el sacramento de la confesión y acudamos al Banquete de la Santa Misa, para comer la Carne del Cordero de Dios, Jesús Eucaristía.
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