(Domingo VI - TO - Ciclo
C – 2019)
“Bienaventurados
vosotros… ¡Ay de vosotros…!” (cfr. Lc
6, 17. 20-26). Jesús pronuncia lo que podríamos denominar el “Sermón de las
Bienaventuranzas y los Ayes”: bienaventuranzas para algunos, ayes o
lamentaciones para otros. ¿Cuáles bienaventuranzas y cuáles ayes? ¿Quiénes son
bienaventurados, según Jesús, y quienes habrán de lamentar su conducta? Antes
de responder a estas preguntas, notemos que Jesús habla de dos tiempos o
momentos distintos, tanto para los bienaventurados, como para los que no lo son;
además, otra particularidad es que tanto las bienaventuranzas como para los
ayes, ya se empiezan a vivir, en cierta manera, en esta vida. En un primer
momento, se refiere a una condición propia de esta tierra y luego, en la
segunda frase o parte de la oración, se refiere a una condición propia de la otra
vida. Así, por ejemplo, en la primera bienaventuranza, dice: “Dichosos los
pobres, porque vuestro es el reino de Dios”: la pobreza es una condición de
esta vida, es decir, terrena; la riqueza del Reino de los cielos es una
condición futura, es algo que se vivirá en la eternidad, aunque en cierto modo
el bienaventurado ya comienza a serlo desde esta vida. Esto vale tanto para las
bienaventuranzas, como para los ayes: también al referirse a estos, da primero
una condición terrena y luego la condición eterna, que se vivirá en el
Infierno. Así , por ejemplo, cuando dice: “¡Ay de vosotros, los ricos!, porque
ya tenéis vuestro consuelo (y) ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre.
También el desdichado vive una condición propia de esta vida –el estar saciado-
y luego vivirá para siempre el hambre, en la eternidad, en el Infierno. Entonces,
tanto para las bienaventuranzas, como para los ayes, hay dos momentos: uno
terreno y otro eterno, aunque el eterno ya se lo empieza a vivir en esta vida,
en cierto sentido.
Ahora sí respondamos a
estas preguntas, ¿cuáles son estas bienaventuranzas y cuáles son los ayes y
quiénes son sus destinatarios? Con respecto a las bienaventuranzas, Jesús dice
así: “Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados”. Se
refiere al hambre corporal, sí, pero ante todo, al “hambre y sed de justicia”:
tiene “hambre y sed de justicia” el que ve cómo el Nombre Tres veces Santo de
Dios es pisoteado en nuestros días por el hombre que ha construido un mundo sin
Dios y en donde Dios es ofendido continuamente. Se habla mucho de “derechos
humanos”, pero poco y nada de los “derechos de Dios” y Dios tiene muchos
derechos sobre nosotros: tiene derecho a ser amado y adorado; tiene derecho a
que se respeten las vidas de los niños por nacer, porque son su creación, son
obras de sus manos. Y así como estos, tiene muchísimos derechos, pero esos
derechos son pisoteados cada día por esta civilización atea y materialista. El
que tiene “hambre y sed de justicia” es aquel que quiere que los derechos de
Dios se respeten. En esta vida tiene este hambre, pero será saciado en la otra.
“Dichosos los que ahora
lloráis, porque reiréis”. Se refiere al llanto de aquel que se siente triste
por alguna razón humana, pero sobre todo, es el que llora –aun cuando no lo
haga sensiblemente- al ver tanta malicia esparcida sobre la faz de la tierra:
tanta violencia, tanta droga, tanta juventud perdida en el hedonismo, en las
perversiones de la ideología de género, en el materialismo, en una vida sin
sentido porque no tienen a Dios y quien no tiene a Dios tiene una vida sin sentido.
Quienes ahora lloran, reirán, es decir, se alegrarán, en el Reino de los
cielos, porque allí no hay malicia alguna, sino que todo es justicia, paz y
alegría de Dios.
“Dichosos vosotros,
cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro
nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de
gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían
vuestros padres con los profetas”. Es bienaventurado o dichoso el que es
perseguido por los hombres, pero no por haber cometido un delito, sino que es
perseguido por perseverar en la fe en Cristo; por vivir las verdades del Credo,
en un mundo ateo, agnóstico, relativista; es perseguido por querer vivir la
santidad en un mundo inmerso en el pecado. Quien sufre persecución por causa de
Cristo, debe “alegrarse y saltar de alegría” porque será recompensado con el
cielo.
Con relación a los
“ayes”, son los siguientes:
“Pero, ¡ay de vosotros,
los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo”. Se refiere a la riqueza
material, pero a la riqueza material vivida egoístamente, porque el rico puede
salvarse siendo rico, con la condición de que comparta su riqueza con los
demás. El egoísta se verá sin nada en la otra vida y por eso no tendrá consuelo.
Pero también habla de otra riqueza, la de la gracia: ¡cuántos católicos reciben
gracia tras gracia y las dejan pasar, una a una! La gracia es la mayor riqueza
y quien deja pasar la gracia, deja pasar la riqueza de Dios y si así persiste
hasta la muerte, vivirá eternamente en el desconsuelo, por haber dilapidado el
tesoro de la gracia.
“¡Ay de vosotros, los
que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre”. Se refiere a quien está
saciado en su hambre y sed, corporalmente, pero también a los que se sienten
saciados por la vanidad y henchidos por el orgullo. Estos ahora se regodean en
su propio ego y, en su orgullo, declaran no tener necesidad de Dios, porque su
propio yo los satisface: ahora están saciados, pero en la vida futura tendrán
hambre y sed de Dios y no podrán satisfacerla nunca jamás.
“¡Ay de los que ahora
reís!, porque haréis duelo y lloraréis”. Son los que ríen no con la risa
inocente que da la gracia, sino que son los que ríen con la malicia del pecado,
gozándose en ello. Quien esto hace, en la vida eterna llorará y para siempre.
“¡Ay si todo el mundo
habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas”.
Se refiere a aquellos que están en el mundo por libre decisión, porque
prefirieron la gloria mundana antes que la gloria de Dios. De estos, el mundo
siempre habla bien –por ejemplo, el mundo habla bien de los comunistas, de los
abortistas, de los feministas, de los que están a favor de que “cada uno haga
lo que quiera”-: pues bien, estos mismos serán luego borrados del Libro de la
Vida y no quedará memoria de ellos en la tierra ni en la eternidad.
Entonces, con las
Bienaventuranzas y los Ayes, Jesús habla de unas condiciones terrenas, pero que
luego serán vividas por toda la eternidad, en el Cielo, para las
Bienaventuranzas, o en el Infierno, para los Ayes.
Obremos de manera tal
que merezcamos recibir, en vez de los ayes, las bienaventuranzas.
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